¿Somos realmente libres?
A los que vivimos en países desarrollados nos han dicho que sí. Que podemos elegir qué estudiar, en qué trabajar, a quién votar o a quién amar. El sistema penal basa sus castigos en esa supuesta libertad que a todos se nos presupone. Incluso las instituciones religiosas defienden que el libre albedrío es inherente al ser humano y, por tanto, suya es la responsabilidad de alcanzar el cielo o el infierno. Pero, ¿es cierto todo esto? ¿Acaso no estamos condicionados desde la infancia por una sociedad que nos adoctrina y limita, o por unas familias que nos pueden trasladar sus ideas y prejuicios? ¿No nos incentiva el sistema si seguimos determinadas directrices, y nos castiga o penaliza si optamos por otras?
Aunque nos puedan surgir dudas continuamos pensando que sí, que somos afortunados por pertenecer a la especie más evolucionada del planeta y tener cierta capacidad de decisión. De hecho, aceptamos que algunos de esos condicionamientos e imposiciones son por nuestro bien. Imaginad por un momento que un virus, una bacteria o un hongo, estableciesen una relación simbiótica con nuestro cerebro alterando significativamente los comportamientos que consideramos “normales” ¿Seguiríamos siendo humanos? Si esa infección erradicase el egoísmo y la avaricia, la violencia y la agresividad, ¿Nos estaría privando de esa supuesta libertad? ¿Deberíamos erradicarla? Y de ser así, ¿Nos someteríamos voluntariamente a una dictadura para lograrlo?
Cuando Katya Plamenova, una prestigiosa bióloga del CSIC, es obligada a aislarse en dependencias de La Moncloa junto a los miembros destacados del gobierno que preside Elisa Roca y los militares que dirige el propio Jefe del Estado Mayor de la Defensa, no imagina la responsabilidad que ha recaído sobre sus hombros: deberá encontrar la cura a una pandemia que amenaza con destruir nuestra civilización en cuestión de semanas. Sin embargo, tanto las noticias recientes que le han llegado, como sus propias indagaciones, harán que dude de todo. Incluso del origen de la infección que le han encargado combatir.
Javier Serra es un escritor estimulante. Filósofo a tiempo completo, no ceja en trasladar a la literatura todas sus inquietudes sobre el mundo que nos ha tocado vivir. Tras ganar el II Premio Novela de Ciencia Ficción Ciudad del Conocimiento con El Rumor, la Covid-19 frenó en seco toda posibilidad de publicar Logoglifo, una historia ambientada en el Madrid de un futuro cercano y cuya trama gira en torno a la propagación de una extraña epidemia ¿Casualidad? Sin embargo, gracias a su empeño y tesón, hoy podemos disfrutar (por fin) de dicha obra. Con ella vuelve a interpelar al lector, a hacerle reflexionar sobre cuestiones de vital importancia como son la libertad, el desprecio por la naturaleza, la legitimidad del control de la población por quienes ostentan el poder, la manipulación informativa o el derecho al bienestar de unos pocos en detrimento de la mayoría. Y lo hace con ironía y humor, con mucha inteligencia y, sobre todo, con su característico e impenitente afán por hacernos pensar sin renunciar al entretenimiento.
¿Creéis que ya lo sabéis todo sobre pandemias? ¿Han de ser siempre un enemigo a combatir? Os invito, especialmente ahora, a que leáis esta novela. En ella Serra nos plantea una cuestión: ¿Puede ser el bien el peor de todos los males?
Yo, tras leerla, os hago otra pregunta: ¿Erradicar nuestros instintos e inclinaciones más reprobables nos transformaría en otra especie?
¿Puede existir el blanco sin el negro o la luz sin la oscuridad? Supongo que un ser humano sin maldad sería un ser humano más humano. Sí, otra especie. Si pudiéramos separar a los buenos de los malos, poner, por ejemplo, a los malos en América y a los buenos en Oceanía, tendríamos sin duda dos sociedades muy distintas. En el resto del mundo dejamos a los que solo son un poco malos o un poco buenos. Nos traes de nuevo una interesante propuesta.
Pues esa idea tuya, esa separación por bondades y maldades, daría para una historia realmente interesante ¿No te animarás a escribirla?
Me animaría, quizá, pero en este momento tengo una tetralogía entre manos, así que tendrá que esperar. También me gustaría escribir un ensayo sobre la estupidez. Tengo trabajo.
Pues para la estupidez necesitarás una decalogía. O más. Ja, ja, ja. Por cierto, si la escribes, no me la dediques, por favor. XD
Hombre, y a quién se la voy a dedicar… Ah, sí, a mí mismo.
Viva la inteligencia, muera Millán Astray… Tenía ganas de escribirlo alguna vez. Gracias por estos comentarios tan inteligentes y bondadosos en este mundo de fútbol y vivencias madrileñas.
En el reino de los ciegos el tuerto es el rey. En cuanto al fútbol ese del que hablas, ni idea, es la primera vez que oigo ese palabro. Pero suena peligroso.