Madre comienza como una historia de ciencia ficción al uso. Tenemos a una madre y un hijo en una cápsula espacial, sobrevolando un perímetro planetario determinado. Se dibuja un universo regido por leyes restrictivas en las que la emoción y el sentimiento han quedado demasiado enterrados en pos de la eficiencia del sistema. Y aparece el conflicto en forma de separación de los dos personajes. Es un inicio prometedor, que agarra algunos tropos básicos del género y les otorga cierta originalidad en la mirada y el planteamiento. Cuando creemos que estamos asentados en una historia de elementos claros y diáfanos, Isabel del Río abre la esclusa hermética y lo lanza todo al espacio, rompiendo con las convenciones y con el propio lector. Sí, Madre se acerca peligrosamente a un discurso experimental.
Cuando hablo de experimental me refiero a la forma. La autora opta por la fragmentación, la multiplicidad de capas y la no linealidad. Con ello, la trama se convierte en algo que cada lector interpretará a su manera. Hay unas líneas maestras que dan pistas claras de la metarreferencialidad que Isabel del Río imprime a su criatura, pero me atrevería a decir que también hay espacio para que nosotros, como lectores, elijamos alguna de las partes de la novela como verdadero motor. Yo, al menos, voy a elegir una.
Solaris. La obra maestra de Stanislaw Lem es mencionada explícitamente en un momento de la trama. Sin embargo, Madre se preocupa de no parecerse en nada a ese referente. De hecho, es difícil percibir la influencia, ya que se encuentra más en espíritu que en forma tangible. En Solaris asistíamos a la distorsión de la realidad de un astronauta en un planeta muy especial que, en un momento dado, generaba fantasmas muy reales. Pues bien, Madre consiste en dar voz a esos fantasmas. Los personajes cambian, se transmutan, se difuminan, se fusionan incluso, demostrando su falta de consistencia. Sus recuerdos son confusos y se ramifican en diferentes versiones de un mismo hecho: la destrucción de la Tierra. Lo que hace Isabel del Río es instalarse en la lógica del fantasma, del espectro, para crear universos que convergen entre sí pero que al mismo tiempo no dejan de ser el mismo.
Es complicado de explicar, sí, pero también ahí radica la magia de la literatura. En Madre confluyen la filosofía de la reencarnación, la pérdida de la identidad, la deshumanización y la trascendencia. Pero ojo, también desempeña un papel importante la metaliteratura gracias a un mensaje sobre la creación a todos los niveles, desde la escritura como característica propia de la divinidad hasta la maternidad y sus compromisos de educación y formación.
Diré que el estilo de Isabel del Río me recuerda en varios puntos al de mi querido Daniel Aragonés. No hay mucha compasión hacia los personajes, ni demasiado resquicio a la esperanza. No en vano, el catalizador de la historia es la destrucción de nuestro hogar. A partir de ahí, toda salvación parece una mera entelequia. La voz no ofrece concesiones, y la trama deriva de lo tangible a lo borroso. Es necesario que así sea. No es una novela perfecta, Madre. No tiene que serlo.
Desde sitios como Dentro del Monolito y Yunque de Hefesto siempre hemos abogado por el riesgo y la valentía. He aquí una novela que perderá a muchos lectores por el camino, pero que estimula y susurra con amor a los que disfrutamos con lo distinto. Desde su niebla amenazante hasta su renacimiento en bucle, Madre es distinta. Y yo me congratulo.
Una reseña de José Luis Pascual.
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