»Somos la jauría del Amo. Hemos de mantener la mente fría y el corazón limpio».
La literatura rusa moderna (desde el S. XIX hasta la actualidad) floreció como oposición al régimen (fuese cual fuese el que tocase) y es por eso que la sátira abunda entre sus obras. Vladímir Sorokin es uno de los herederos de esta corriente.
Para hablar de esta novela debería comenzar por explicar que es un Oprichnik: pues ni más ni menos que era el nombre con el que se denominaba a los hombres de la Opríchnina (la »Guardia Pretoriana» de Iván el Terrible). Una organización que sólo respondía al soberano de sus actos, con total impunidad, fanática fidelidad y sin más razón de ser que mantener al mandatario en el poder y satisfacer sus caprichos. Pero no, no es una novela histórica. Es una distopía de una Rusia aislada y fortalecida aunque dependiente de China económicamente y como fuente de abastecimiento. Una Rusia orgullosa bajo el Ala de un único líder, cimentada en la tradición y apoyada por la Iglesia Ortodoxa dónde conviven brutalidades y ceremonias propias del S. XVI, con sofisticadas armas y gadgets.
»Qué dulce es dejar tu simiente en el seno de la mujer del enemigo del Estado. Más dulce aún que colgar por el cuello a los traidores.»
El protagonista es Andréy Danílovich que en primera persona nos narra su día, sus pensamientos, devociones y acciones para mayor gloria de Rusia. Un personaje fanático al servicio de un soberano caprichoso y voluble. A través de Danílovich, Sorokin nos muestra un sistema en el que el soborno está institucionalizado y a unos hombres entregados al desenfreno y la depravación que lo defienden con guante de hierro. Son deleznables en el plano moral pero excelentemente pagados; por su duro trabajo, los Oprichnik gozan del derecho de quedarse con propiedades y disfrutar de las mujeres de »los enemigos del estado ruso». Con hombres así, el régimen siempre tendrá un puño con el que golpear.
¿Demasiado increíble?
Yo diría que no: En cualquier estado el poder se reserva el derecho al uso de la fuerza y la violencia de una forma »legal». Es un hecho, nos guste o no.
Sorokin en esta obra lo lleva todo al extremo para ridiculizar tanto a mandatarios como a sus siervos. El humor es el vehículo que te mantiene pegado a la historia, pero no es un humor memorable. Se trata de una sátira contenida; la ironía involuntaria del protagonista dibuja una sonrisa durante la mayoría del relato y hace soportable una narración por otro lado no muy compleja y con momentos de ritmo desigual. Tras un arranque violento que tal vez intenta escandalizar o fidelizar al lector, el ritmo decrece para mostrarnos las ya sabidas estupideces de la censura y descubrirnos a los personajes del mundo de la cultura como azote del soberano y por tanto del sistema.
Sorokin ridiculiza sin contemplaciones a la hermandad de los Oprichniks y al soberano totalitario y su entorno, intuyo que tratando de levantar ampollas en aquellos que se vean identificados en la Rusia actual. Pero si bien las últimas páginas mejoran el regustillo de la novela por lo desengrasante de lo absurdo, no me ha parecido una obra contundente. Tal vez porque hubiese preferido una narración más seria, con menos chiste y en la que se desarrollasen más ideas como la tensión con China por una relación de dependencia mal asumida o el uso legalizado de algunas drogas para »estimular o relajar» al trabajador (esto último imagino que como guiño a otras obras de la literatura más que como tema a denunciar).
En definitiva, recomendable como lectura ligera sin esperar demasiada contundencia.