El sistema es un organismo vivo constituido por una sociedad desigual e injusta. Un cuerpo enfermo, corrupto y putrefacto. El hueso lo sustenta y estructura todo. Es la base alrededor de la cual se adhiere la carne obediente que realiza el trabajo físico y lo protege asumiendo que su función es menos importante, que su sangre se desperdiciará y sus células (los individuos), habrán de morir y ser reemplazadas por otras igual de irrelevantes y prescindibles. Tal vez intuyan que son más necesarias de lo que se atreven a soñar, que sin ellas los hueso tampoco podrían existir pero, ¿Cómo terminar con la única forma de vivir que conocen? ¿Cómo rebelarse ante quienes siempre han ostentado el poder si no conocen sus verdaderos rostros ni entienden su lenguaje? ¿Cómo podrían cambiar los carne las cosas, si les han convencido de que su clase es la de los sucios y apestosos?
Alguna vez me he preguntado si la estructura de una civilización se va perfilando en función de las características innatas de sus miembros o si, por el contrario, es dicha civilización la que moldea a los individuos según su conveniencia (o a la de quienes la dirigen). Santiago Eximeno me ha dado la respuesta.
Solomo es un fantoche. Cada día acude al retablo donde lo manejan con cuerdas y repite frases que apenas entiende para diversión de los hueso. Su recompensa, unas piezas de queratina que apenas le alcanzan para pagar algo de bebida. Vive por inercia, derrotado, focalizando todas sus esperanzas en el hijo que va a tener. Pero Marucha está enferma y no lleva bien el embarazo. Poco ayuda el tumor que crece en el baño y que ya no podrá extirpar. Su edificio se muere y con él, todo lo que tienen. El miedo le invade y paraliza porque es consciente de que, a pesar de todo, aún tiene mucho que perder.
Carne y hueso, obra ganadora del I Premio de novela corta El Proceso, es una historia dura, impactante, grotesca y muy difícil de olvidar. Un constructo literario que navega entre la distopía y el horror (es inevitable experimentarlo al asumir lo cerca que estamos del abismo). Un aullido angustioso y una crítica potente e inmisericorde dirigida contra cualquier sistema que fomente la desigualdad o se base en ella.
Narrada en primera persona, transmite desesperación y derrota desde el inicio. La estética, ese escenario en el que casi todo es orgánico, sanguinolento, tumefacto y enfermizo (solo al alcance de la imaginación de Eximeno y Cronemberg), amplifica un argumento aparentemente simple hasta transformarlo en un condensador de rabia y una llamada a la revolución. Y es que todos podríamos ser Solomo si viésemos el mundo como él lo ve. Todos podríamos sentirnos tan pequeños e insignificantes que, incluso en el peor de los casos, nuestro mayor anhelo de venganza no pasaría de la idea de causar algún pequeño daño al sistema que nos lo arrebata todo. Porque nos han domesticado de tal forma que ya ni siquiera soñamos con cambiarlo.
Cuando ya no podáis saber si ese corazón débil y desacompasado que escucháis es el vuestro o el del mundo en el que vivís, dejad de temer. Habrá llegado el momento de romper las leyes no escritas y atravesar las murallas de fémures. Fijad sin pudor vuestros ojos en los de los hueso y arrancadles las máscaras de cuero. Descubrid si de verdad son tan diferentes. Y si no lo son, no volváis a permitir que el miedo a perder lo poco que no os han arrebatado, sea el arma con el que os esclavicen.
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