Qué hermosos son los bosques. Cuánta vida cobijan. Cuánta luz y cuánto color. Qué idílicos nos parecen desde la distancia; los recordamos (o imaginamos) con afecto, aun habiendo sido expulsados de sus dominios. Porque en ellos la vida es dura y hostil, a pesar de la abundancia de recursos. Porque albergan peligros y guardan secretos que hemos preferido olvidar. Porque, además de dejarse iluminar por el Sol, se dejan tocar por la oscuridad.
Tal vez sea preferible soñar con que, en lo más profundo del follaje, pueda haber parajes únicos, armoniosos, repletos de magia y habitados por criaturas entrañables como las que solían protagonizar las antiguas producciones Disney. Pero la verdad es que adentrarse demasiado en su espesura puede conducirnos a un escenario de pesadilla. Los bosques son testigos mudos de la vida y de la muerte, de la paz y de la violencia.
Siempre han supuesto una gran herramienta para el cine y la literatura de terror: su inaccesibilidad y el aislamiento que implica internarse en ellos hace que no necesitemos esforzarnos para identificarlos como el hogar de seres terribles, como el bastión desde el que resisten al olvido cultos y deidades ancestrales y, desde una visión más práctica, como el lugar idóneo para cometer un crimen o enterrar un cadáver. Sin embargo, pocas obras han optado por darles la fuerza y el protagonismo que merecen dentro de nuestro imaginario. Pocas han procurado ir más allá de los tópicos y convertirlos en protagonistas absolutos de nuestras pesadillas confiriéndoles, además, nuevas y originales dimensiones. Afortunadamente, ha regresado T.Errores con una de las más eclécticas y potentes antologías de terror que se han publicado en nuestro país en un mucho tiempo. Aunque es preferible que no la leáis porque, como dijo Román Sanz Mouta en cierta ocasión: En el bosque ya estás muerto.
Esta obra va más allá de lo esperado porque consigue que el lector sea testigo, víctima o custodio de los secretos del bosque, pero también porque hace que se transforme en él. Que lo siga valorando como un marco único para terribles sucesos. Que lo vea como refugio de seres sobrenaturales y, a la vez, como una entidad viva dotada de espíritu. Que lo sienta como un depredador implacable en su conjunto y como una fuerza liberadora de lo deshumanizador de nuestra civilización. Se compone de veinticuatro relatos. Algunos excelentes, ninguno malo. Relatos valientes que por su naturaleza o por la forma en que han sido escritos, demuestran que el terror es un género vivo y en constante evolución.
No enumeraré cada título ni hablaré de cada autor. Dejaré que los vayáis descubriendo uno a uno y decidiendo cuál de ellos os gusta u os sorprende más. Sí destacaré, aun sabiendo que estoy siendo injusto, la literatura viva e inefable de Disclímax (Pedro P. González), la belleza arquetípica de Hermana de sangre (Luis Gómez Garcia), la frescura y la desesperanza de Si hay nadie en el bosque (Carlos Pellín Sánchez) y lo impactante de El pulso con el todo (Sheila Moreno Griñón). Pero, por encima de todo, tengo que quitarme el sombrero ante Hormigrañas (Carlos Picazo), un cuento con una segunda capa de lectura alegórica y cruel, y Lo que no dejan ver los árboles, donde Miguel Matesanz demuestra ser capaz de adaptar cualquier tema a sus propias inquietudes y componer (tal vez) el más original de los veinticuatro textos.
Tumbas sin nombre. Cavernas en las que nadie debería entrar. Iglesias abandonadas. Estacas. Extraños símbolos. Desesperación. Espanto. Locura. Maldad. Fango. Espíritus. Arte. Transformación. Juegos. Muerte. Amor. Hormigas. Santería. Belleza.
Es un Error leer una antología como esta: puede hacer evolucionar tu gusto por el Terror.
Es un Error adentrarse en la maleza: En el bosque ya estás muerto.
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Muchas gracias por la reseña, muy ilusionada de que hayas disfrutado la lectura ☺️
Me ha gustado mucho. Tu noche estrellada es un relato estupendo!