
Verónica Cervilla nos obliga a empatizar con la protagonista, a despreciar a su hermana y a su madre, y a jalear como auténticos fanáticos cualquier pequeño gesto de rebeldía hacia ellas. Y no lo hace generando artificialmente situaciones dramáticas, sino empleando conflictos cotidianos y reconocibles por la mayoría. Logra asfixiarnos cuando Amelia no puede respirar, y nos obliga a hablar con ella cuando las líneas en cursiva nos permiten leer sus pensamientos…