“No somos más que lo que nuestra alma nos da”
¿Existe el alma? Quiero creer que sí, o seríamos todos iguales. Nuestra forma de pensar y actuar no puede depender únicamente de las conexiones sinápticas, las reacciones químicas y las experiencias vividas. De ser así, personas en un estado físico similar que hubiesen compartido gran cantidad de vivencias, tenderían a comportarse de igual manera y esto no siempre ocurre. Tiene que haber algo, una “essentia” que nos haga ser como somos.
Como digo, quiero creer que sí. Pero al hacerlo siento pánico. No ante la posibilidad de que la mía termine en el infierno, sino por lo que sé que somos capaces hacer. De estar absolutamente seguros de la existencia del alma nos dedicaríamos a investigar la forma de aislarla, estudiarla y extraerla. Y si esto último fuese posible, ¿Qué nos impediría comerciar con ella? ¿Qué nos impediría poner precio a la nuestra, intercambiarla por algo que deseásemos o, peor aún, comerciar con las de los demás?
¿Si nuestra alma pudiese ser transportada, no se trasladaría con ella nuestra humanidad al ser que la hospedase? ¿Y qué ocurriría si fuese encerrada en una máquina?
José A. Bonilla me ha hecho desear ser algo más que carne, hueso e impulsos eléctricos. Mejor dicho, me ha hecho temer ser algo más; confieso que he temblado ante la idea de que el día en que muera, alguien impida mi tránsito y me atrape en un Purgatorio de vidrio y metal.
Estamos ante una formidable novela ciberpunk con tintes fantásticos. Una historia oscura y descarnada que combina el ritmo de un thriller con un tono poético en muchos pasajes. Y es que la prosa de Bonilla es cuidada y sobria; invita a la reflexión sin entorpecer la acción.
La narración, en primera persona, centra toda la atención del lector en su protagonista: un hombre roto por dentro que elige un camino equivocado para intentar no ser una víctima más del mundo que le ha tocado vivir y que tarde o temprano, habrá de enfrentarse a sus propios actos.
Y en cuanto al escenario, una megalópolis llamada Nueva York, lluviosa, pospandémica y en claro declive económico y moral, es el decorado perfecto para que luz y oscuridad se enfrenten como metáfora de la inevitable lucha entre el bien y el mal.
A veces hay que toparse con algo peor que uno mismo para tomar conciencia de los errores cometidos. No siempre hay segundas oportunidades ni se puede reparar el daño causado. Y aunque cueste creerlo, el Purgatorio que hemos ayudado a crear puede ser un buen sitio para expiar pecados merecedores del infierno.
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