¿Qué diferencia a los hombres buenos de los malvados? ¿Qué mérito tiene acatar las normas cuando no se sabe lo que es vivir sin someterse a ellas? ¿Y ser misericordioso cuando se carece de instinto depredador?
En la guerra reina la muerte y esta elije a sus hijos predilectos. Hombres y mujeres que destacan por su habilidad o su crueldad. Que encuentran su lugar entre sangre y pólvora. Que se saben diferentes al resto y juegan una peligrosa partida en la que han de calcular cada movimiento mientras miden constantemente a su rival.
Cuando termina el conflicto, la parca suele premiar a quienes mejor la sirvieron dejándolos marchar. Sin embargo, es complicado ser cordero cuando se ha sido lobo. Tal vez se pueda aplacar el instinto durante un tiempo, pero ¿Cómo olvidar la adrenalina? ¿Cómo no anhelar el poder que confiere posar el dedo sobre un gatillo? ¿Cómo soportar el olvido de quienes te adiestraron, financiaron y aplaudieron?
Muchos son incapaces de permanecer en el rebaño y deciden regresar al juego. El riesgo y la camaradería crean adicción y cuando dan el paso, cuando deciden volver a ser lobos, deben asumir que, para la mayoría, serán considerados malvados. Es normal que así sea; es el precio por salir del sistema y ejercer la ley del más fuerte. Al fin y al cabo, solo ellos pueden distinguir la delgada línea que separa a quienes aún conservan alguna ética de los que ya no obedecen a ninguna.
Penitencia es una novela que sabe a sangre, huele a pólvora y rezuma traición. Una historia de acción y venganza en la que el lector, a falta de héroes, ha de posicionarse a favor de quienes luchan por una causa más elevada que el dinero y que remite, irremediablemente, al cine de Sam Peckinpah o a algunas obras de Garth Ennis.
Ismael Orcero Marín cambia nuevamente de registro para regalarnos un thriller protagonizado por juguetes rotos del ejército estadounidense. Una historia que discurre en Penitencia, población rodeada de asfalto y arena en la que el polvo se adhiere al sudor e impera la corrupción. En un lugar así, es difícil saber si eres la solución a un “problema” o un cabo suelto. E imposible encontrar a alguien en quien confiar.
¿Necesitáis acción? ¿Preferís vivir muchos años o hacerlo intensamente? Si es lo segundo, visitad al relojero y que os provea de armamento. No habrá vuelta atrás, aunque tampoco tiene por qué salir nadie herido, ¿verdad? Podréis participar de un juego duro y adictivo. ¿El premio?: dinero, adrenalina y camaradería. Pero cuidado, cuando se aprieta el gatillo es demasiado fácil olvidar dónde están los límites.
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