Estamos abocados al conflicto. A elegir siempre entre blanco y negro (por más que queramos aferrarnos al gris). A tomar decisiones que nos conducen a lugares totalmente opuestos y, tal vez, nada deseables. No es una cuestión personal o subjetiva, es consecuencia de cómo entendemos y vivimos la vida, de cómo anteponemos nuestros intereses del presente a los del futuro. Nos dejamos arrastrar, aun siendo conscientes de que caminamos hacia el abismo. Esperamos y esperamos hasta que es tarde y entonces tendemos a mirar atrás buscando culpables, pero por supuesto, no nos incluimos entre ellos.
Lo que hacemos con el planeta es un ejemplo perfecto. Sabemos que nuestros hijos o nietos lo pasarán muy mal, pero por mucho que los amemos, no luchamos por revertir o paliar la situación. Las excusas son siempre las mismas: es tarde, está en manos de los políticos, yo haría esto y aquello si todos lo hiciesen… pero quienes guían al rebaño no cambiarán nada si no se les obliga. No arriesgarán su porción de pastel al igual que nosotros tampoco arriesgamos la nuestra.
Vivimos un momento decisivo. Estamos (aunque no queramos verlo) tan cerca del apocalipsis como de un salto tecnológico y evolutivo sin precedentes. Pero seguimos sin decidir qué camino tomar, preferimos que lo hagan otros para no tener que asumir ningún coste inmediato. Imaginamos un futuro mejor y dejamos las catástrofes para el cine. ¿Es tan descabellada una crisis global por agotamiento de recursos? ¿De verdad creéis que, en el mundo en que vivimos, si cae una ficha importante, no caerán todas las demás? Si eso sucediese, nuestra única decisión a tomar sería a quién dejar atrás o qué bando elegir para sobrevivir. Cambiaríamos un rebaño de comodidades insostenibles por otro que solo nos garantizaría seguir respirando y, lo que es peor, habríamos condenado a nuestros descendientes a vivir una edad de oscuridad y tal vez de barbarie. Porque en tiempos de crisis suele reinar la fuerza y la sinrazón. Se abandona la lógica y se abraza el credo. Cualquier libro puede ser el siguiente texto sagrado que justifique el crimen o la esclavitud.
Hace tanto tiempo de La Caída que la mayoría ni recuerdan cómo sucedió. Un grupo de fanáticos crece arrasando con todo y con todos, renegando de la tecnología y propagando lo que consideran “la palabra de Dios”. Mientras, el canibalismo es cada vez más frecuente y las élites de la sociedad anterior al colapso sobreviven suspendidas en realidad virtual y esclavizando sin piedad a cuantos necesitan. A pesar de todo, en una aldea perdida de la cordillera cantábrica, unos pocos se niegan a rendirse y pelean por recuperar conocimientos de un pasado que los fundamentalistas desean convertir en cenizas. Luchar, oponerse a los más fuertes, puede suponer su final, pero no hacerlo sería para ellos peor que morir. Lo que ignoran es que un recién llegado puede ser determinante para que la balanza del destino se incline a su favor.
Quienes hemos leído a Víctor M. Valenzuela sabemos que es un autor de distopías que siempre deja la puerta abierta a la utopía. Un entusiasta de la tecnología obsesionado, en cierto modo, con nuestra estupidez y nuestra pasividad. En sus novelas tiende a mirar hacia el peor de los futuros posibles, pero sin olvidar aquello que estamos a punto de lograr. Exoesqueletos, inteligencias artificiales, ingeniería genética y diversas formas de evolución son una constante en sus obras. Tal vez porque intuye que sin esos avances, nada nos librará del apocalipsis. Es un escritor con un mensaje claro, pero también un amante de la acción y la aventura.
Libros antagónicos es, tal vez, la menos optimista y la más moralista de sus novelas. En esta ocasión se aleja de la ciencia ficción dura y nos lleva, una vez más, a un futuro tan indeseable como posible. Porque, sin duda, es posible. Si la caída llegase a ser inevitable nadie nos avisaría ni nos salvaría. Simplemente, todo dejaría de funcionar y solo contaríamos con nosotros mismos. Pero volvamos a la novela. Su falta de crudeza explícita (a pesar del escenario), y unos diálogos largos que persiguen dejar “masticado” hasta el último detalle de la historia, hacen de esta una obra ideal para un público juvenil, aunque muy disfrutable, también, por lectores curtidos en el género que busquen una novela apocalíptica repleta de acción y especulación tecnológica.
Supervivencia frente a barbarie. Tecnología frente a involución. ¿Cómo sobreviviréis cuando todo se derrumbe? ¿Seréis lo suficientemente fuertes como para caminar en solitario o aplacaréis vuestros miedos forzándoos a creer en un ser superior? ¿Sabréis qué libro venerar? Lo que es seguro es que, tarde o temprano, miraréis al cielo suplicando ayuda. Y puede que, de alguna forma, vuestras plegarias sean escuchadas.
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