«Un juez puede ser más vil que el hombre al que ahorca».
G. K. Chesterton
Es muy fácil confundir venganza con justicia. Ya lo planteaba Nietzsche en su Genealogía de la Moral. Creamos leyes que pretenden ser ecuánimes, que supuestamente protegerán al agredido del agresor o le compensarán por el daño sufrido. Nos autoengañamos. Necesitamos mentirnos a nosotros mismos para sentir seguridad, para no temer a los demás, o para contener nuestros deseos e impulsos más primarios. La justicia es un constructo subjetivo derivado de la moral. Prueba de ello es que no se tiene el mismo concepto de lo que es legal, alegal, o ilegal, en distintas partes del planeta. Sin embargo, no nos detenemos demasiado a pensar en estos temas y damos por bueno el criterio de los legisladores que han de saber más que nosotros. Seguimos adelante confiando en que nada pase o, en que si pasa, el sistema judicial nos devuelva la paz. Como decíamos antes, nos autoengañamos.
Si bien la elaboración de las leyes es demasiado generalista y dependiente de unos criterios éticos que no tenemos por qué compartir al 100%, su aplicación está condicionada en grado sumo por la pericia de los letrados y, sobre todo, de la interpretación subjetiva que haga el juez.Cuando nos sentimos víctimas queremos venganza. Queremos que quien nos dañó, pague. No importa si dicho daño fue intencionado ni tampoco que el precio que se le haga pagar no nos devuelva aquello que nos quitó. Tendemos a pensar que una condena nos devolverá, como mínimo, la paz. Pero no es así. Esperamos que la sentencia del tribunal se ajuste a nuestras necesidades, y esto rara vez ocurre. Porque todo es insuficiente cuando nos dominan la rabia y el dolor.
¿Quién no ha deseado ser el ejecutor de su propia venganza? ¿Quién no ha sentido, cuando el sistema judicial no ha estado a la altura de lo que esperábamos, que ese era el único camino para alcanzar la calma tras la tormenta? Pero, aún en el caso de considerarnos víctimas, ¿Qué o quién nos confiere autoridad y capacidad para valorar los motivos y actos de los demás? ¿No es nuestra visión también subjetiva?
Cada uno ha de encontrar sus propias respuestas a estas cuestiones, y no es fácil. Menos aún hacerlo con honestidad. A día de hoy, casi todo el mundo es capaz de crear discursos filosóficos y morales “a medida” que avalen sus intereses. O, al menos, de buscar algún ejemplo en el pasado en el que apoyarse para ejercer la Ley del Talión. Entonces, cuando sintamos que nada ni nadie nos protege, ¿Qué impedirá que nos convirtamos a un tiempo en juez, jurado y ejecutor?
Ulises Roma, o quien se oculta bajo ese seudónimo, es el protagonista y narrador de esta novela. Un antihéroe que ha perdido a quien más quería y que, sin demasiados motivos para vivir, decide arrojarse a una espiral de autodestrucción a través del alcoholismo. Sin embargo, su carácter antisocial y misántropo no es fruto de su necesidad de venganza. Es la consecuencia de su dolor.Un inesperado giro del destino le hace poseedor de una extraña agenda negra y, a través de ella, entra en contacto con un curioso grupo de vengadores que ven en él a un potencial miembro de su hermandad.
La agenda negra es una novela fresca y original que se mueve dentro de los cánones de género negro, pero sin caer en ninguno de sus tópicos. Sus personajes, cuasi cinematográficos, hipnotizan al lector y sustentan una trama sencilla, pero muy bien tratada. Y su agilidad y falta de pretenciosidad divierten y dan mucho en que pensar.
Manuel Moyano es uno de los mejores escritores de este país. Está por encima de muchos autores de reconocido prestigio, y esto lo digo sin ningún pudor. Un contador de historias que siempre sabe lo que quiere narrar y lo hace con un lenguaje pulcro y preciso. Que huye de pedanterías y vacuos adornos, y que merece mucha más relevancia en el panorama literario español de la que se le concede. Y La agenda negra, si bien no es tan original (ni en el fondo ni en la forma) como El Imperio de Yegorov (con la que fue finalista del Premio Herralde), es una de sus creaciones más notables. Además, la edición de Pez de Plata con ilustraciones de Enrique Oria, es una auténtica gozada.
¿Qué recordáis del Código de Hammurabbi? ¿Creéis que aún es aplicable? Abrid esta agenda y uníos al extraño grupo del Doctor Gilabert. Conoceréis sus historias personales y podréis decidir si son unos héroes o unos dementes. Acompañad también a Ulises Roma y sufrid por sus decisiones, casi todas erróneas. Decidid quién vive y quién muere y no le tengáis miedo a nada. Pero cuidado, de esta aventura es muy difícil salir sin mancharse de sangre.