Dicen que el tiempo lo cura todo, aunque a veces las heridas tardan demasiado en sanar. Y que la vida es la mejor maestra, ¿Pero, a qué precio?
Cuando la vida te alcance podrás mirar atrás y aprender de lo que hiciste. De lo que te hicieron. Pero probablemente, al llegar ese momento, algunas cosas no tendrán solución y deberás vivir con las consecuencias, con el dolor de lo irreparable. Porque la vida efectivamente te enseña, pero rara vez lo hace de una forma amable. Y en el momento en que te golpee y ponga a prueba tu fortaleza y tu capacidad de lucha o de perdón, puede que todo dependa de quienes permanezcan a tu lado.
Helena Sabater, una joven inteligente y decidida, no duda en enfrentarse a su familia para seguir su vocación y estudiar filosofía. No desea una existencia vacía, sin motivaciones; la estabilidad económica no le parece importante frente a la felicidad. Y en Fifín, su madre, a la que ama más de lo que cree, ve el ejemplo perfecto de una vida desperdiciada. En ella observa la rendición, la sumisión, la insatisfacción… todo aquello a lo que no quiere llegar. Ambas obstinadas, incapaces de ceder o de comprender a la otra parte, van perdiéndose la una a la otra poco a poco, repeliéndose como partículas cargadas del mismo signo. Hasta que aparece Andrés, el hombre del que se enamora, el yerno perfecto, aquel en el que todos depositan sus esperanzas y en el que creen encontrar la culminación de sus deseos.
Cuando el amor llega todo adquiere otro color. Helena se siente viva, completa, realizada. Los sacrificios que la relación, o que él exige, le compensan con creces al sentir que todo es por ella, por su bien, y que sus errores le son perdonados. Se deja guiar, confía ciegamente, se adapta, y se esfuerza en justificar lo que no comprende. Pero si todo es perfecto, ¿por qué ya no es feliz?
La novela arranca en un punto crítico. Sumerge al lector en el drama y la tensión, haciéndole intuir que lo que tiene entre sus manos es duro, tal vez demasiado real. Con capítulos cortos y constantes saltos temporales, Rosa Sanmartín logra mantener el interés y la inquietud durante toda la narración. Su prosa, hermosa y cercana, nos traslada una historia tan humana como dolorosa que bien podría tratarse de un caso verídico, y cuya mayor virtud radica en unos personajes imperfectos y reconocibles que, a pesar de haber pasado una vida juntos, nunca llegan a conocerse completamente. Tan solo la omnisciente narradora y nosotros, quienes sufriremos con y por ellos, tendremos ese privilegio.
El maltrato es un tema que tristemente nos suena demasiado familiar. Las personas realmente dañinas no suelen necesitar recurrir a los golpes para destruir a quienes les rodean. Todo es más complicado, más sutil, y los daños más permanentes. Nadie está a salvo con alguien así al lado, y a veces hacen falta auténticos ángeles de la guarda para salir de ese pozo profundo lleno de soledad e incomprensión en el que caen las víctimas. En esta novela, la autora nos regala dos: a Tara, una perra que acompaña en silencio a la mujer que le salvó la vida, permanentemente atenta a sus estados de ánimo y empeñada en recordarle que debe seguir levantándose de la cama cada mañana, y a María, la amiga fiel que siempre estará ahí, pase lo que pase. Pero los ángeles no hacen milagros ni pueden siempre arreglar lo que de verdad está roto.
Leer esta novela implica sentir lo que Helena siente. Perseguir el ideal de felicidad por el camino equivocado sin ver lo que se deja atrás. Compartir sus silencios, sus contradicciones. Descubrir que las cadenas invisibles son las más difíciles de romper, y que el auténtico sufrimiento siempre está asociado a las personas a las que más se ama. Pero también implica aprender a soltar lastres como el orgullo, a no dejar que el dolor nos haga cerrar nuevas puertas, y a valorar más a quienes tenemos alrededor.
¿Dejarás que la vida te alcance?