Dicen que la literatura es catártica. Que sirve para exorcizar demonios, confesar pecados, sanar heridas y encontrar paz. Que algunos escritores tratan de experimentar y de vivir otras vidas sin salir de su hogar. También hay quienes no necesitan implicarse emocionalmente con sus propios textos y se sirven de la narrativa para alardear de conocimientos, imponer sus ideas, o buscar reconocimiento y rentabilidad económica por encima de todo. Los de este último tipo me caen mal, pero no tanto como aquellos que NO hacen pensar al lector, que pergeñan tramas poco originales con escenas y desenlaces predecibles, ñoños y excesivamente almibarados ¿Pero qué clase de monstruos son? ¿No saben que tanto azúcar es malísimo?
Cuando os topéis con alguno así no desesperéis. Existe un antídoto. Hay una subespecie de aquellos de los que os hablaba al principio (sí, los catárticos) ¿Ah, que pensabais que eran todos unos seres depresivos que escribían abrazados a una botella, con un paquete de clínex al lado (para las lágrimas, malpensados), y con una cuchilla afilada preparada por si se atascan en un capítulo? Pues no. Los hay que se ríen mientras teclean, que dibujan viñetas, que redirigen su ira hacia la sátira, y que se dan el gustazo de reducir la sinrazón al más divertido absurdo. Ellos son el antídoto. ¿Dudáis de lo que os digo? Pues leed Morder el bordillo.
Pedro “el puños” es un Neonazi canijo, escuchimizado, y no demasiado listo. Pero le sobra actitud. No necesita entender las consignas que ha de defender, solo tiene que repetirlas una y otra vez. Es el último del escalafón, un soldado al que le cuesta obedecer órdenes. Pero siente que la razón está de su lado y que algún día su causa (esa que le hace odiar todo y a todos), triunfará. Cuando cae en la trampa de unos antifas y recibe una brutal paliza, despierta junto a un caricaturesco Himmler que le conduce, como el Virgilio de Dante, ante un intenso Shiva que le advierte sobre la cercanía del fin del mundo. Pedro ha de evitarlo y, aunque aún no lo sabe, tendrá que enfrentarse a los peligrosos miembros de una secta (La Virgen de la Palma Ardiente). Solo podrá contar con la ayuda de su prima Marisa (de profesión tarotista), el gigantesco Arnold (Vicente, en realidad), y el pequeño Hitler que este lleva sobre su hombro.
Alfredo Álamo arranca la novela espantando a los melosos con una divertida discusión plagada de insultos (que también podrían ser empleados por los más canis del barrio). Pero que nadie se engañe, no estamos ante una historia hueca cargada de gracietas y tópicos. El autor explora en el sinsentido de la intolerancia, en los motivos que conducen a un chico dulce y amable (algo obsesionado con los koalas), a convertirse en una bestia despiadada, y en la manera delirante en que las ideas más reaccionarias se dan la mano con las conspiranoicas. Sin embargo, lo hace todo con humor, sin perder ni hacernos perder la sonrisa (aunque nos salpiquen la sangre y las vísceras). Y es que ha conseguido algo casi imposible: que incluso los más pacíficos disfruten de la violencia sin sentirse culpables por ello.
El humor es el arma más poderosa. Ridiculizar a los fanáticos y los intransigentes, hacer que busquen su propia autodestrucción, y dejar en evidencia esas frases cada vez más repetidas (y normalizadas incluso por algunos políticos) no es malo. Recordad que el hecho de que este “soldado del Reich” al que la bomber le queda grande reciba una paliza tras otra, es deseo de los dioses (exacto, Shiva no es el único que hace un cameo). Y el final es sorprendente. Aunque si todo esto no os convence para que leáis el libro, entonces hay otra cosa que tal vez lo haga: puede que encontréis en él la verdad sobre razas superiores, reptilianos, la tierra plana, el 5G, los alienígenas… ¡pero daos prisa, que el mundo se acaba!
Te estás viciando con los bizarros. Y haces bien. Yo, cualquier día, me leo uno y te cuento. Este tiene muy buena pinta o tú lo cuentas muy bien, una de dos. Y de un autor español, que ya sabes que son mis preferidos. No sé, no sé, pero podría ser.
Sí, lo reconozco. Me he vuelto adicto. Creo que el culpable es Hugo Camacho, el editor de Orciny. Es magnífico seleccionando obras y traduciendo a algunos autores de habla inglesa que nunca llegarían a España sin él. Este es divertido y se hace corto. Está ambientado en Valencia (el autor es de allí).
También te diré que es lo primero que leo de Alfredo Álamo. Ya lleva unos cuantos libros a sus espaldas y ha navegado por distintos géneros. Tristemente creo que todos están descatalogados excepto los dos últimos que ha sacado con Orciny. Sin embargo, en mi biblioteca cuento con una obra antigua suya (Y mañana será tierra), de terror. Puede que sea mi próxima aproximación a su obra pues creo que el tono será diametralmente opuesto a las últimas y siento curiosidad.
¡Totalmente de acuerdo! Mordaz y satírico. Lo has definido mejor que yo. Gracias!!!