Casi todos hemos pasado por una etapa en la que soñábamos con ser caballeros, princesas, hechiceras o trovadores. Fantaseábamos con protagonizar aventuras en una Edad Media parecida a la nuestra, pero solo parecida. Porque en la nuestra el clero tenía demasiado poder, y los que no habían sido marcados por el destino para pasar a la historia solían vivir mal y morir peor. Cuando uno sueña, lo hace a lo grande ¿Quién quiere imaginarse trabajando el campo de sol a sol, obedeciendo a sus señores como si fuesen dioses, o comerciando en calles atestadas de suciedad? Puestos a soñar, soñemos con magia.
No deja de ser paradójico el hecho de que el periodo de nuestra vida en el que corrimos infinidad de aventuras y demostramos ser invencibles con el poder de la imaginación, estuviese tan próximo a la pubertad ¿Imagináis cómo hubiese sido vuestra adolescencia en una Hispania donde la magia fluyese por doquier? Habría sido fantástico poder ir por el mundo invocando energías, lanzando hechizos e impartiendo justicia. Pero, ¿De verdad creéis que a esas edades, con las hormonas revolucionadas y los sortilegios mal aprendidos, podríais haber salido triunfantes fácilmente de las situaciones más comprometidas?
Cuando Rapaz, un joven y despreocupado juglar, da con sus castigados huesos en la posada de un lugar que nunca antes ha visitado, decide ganarse algunas monedas. Incomprensiblemente, la audiencia parece poco receptiva, incluso molesta. Inasequible al desaliento, despliega todo su arte empeñado en obligarles a caer rendidos a sus pies… pero el que termina rendido (y encadenado) es él. A los pies de Loviara, para ser más exactos. Sin embargo, cuando la poderosa bruja de cabellos azulados advierte en el muchacho el don de la transmutación, decide liberarlo a cambio de que cumpla una difícil misión. El camino será largo y peligroso, pero no estará solo. Inesia, la hija de la malvada hechicera, decide fugarse y seguir al bardo. No se parecen en nada. A veces ni siquiera se soportan. Pero los polos opuestos se atraen.
Pedro de Andrés y Marta Estrada han transitado por senderos muy diferentes en lo literario. Él, un infatigable cuentista, ha desarrollado su carrera como novelista sin renunciar a jugar con los elementos propios de la ciencia ficción y la fantasía (como sabréis quienes hayáis leído La balada de Brazo de Mar o Peón blanco, dama negra).
Ella, escritora desde la infancia, parece más sensata. Desde que publicara Un refugio para Clara (ediciones Destino 2013), no ha dejado de crear historias intensas y realistas. Sin embargo, en algún cruce de caminos se encontraron y decidieron dejarse llevar. Jugar juntos, diría yo. Porque, en Mester de Brujería, hay mucho de juego. Apostaría cualquier cosa, y mirad que no soy tan impulsivo como Rapaz, a que se han divertido mucho inventando una historia muy similar a la que habrían ideado de niños. Jugando a caballeros y princesas. A hechiceras y trovadores. Y es que no me quito de la cabeza que los protagonistas del libro son una especie de avatares (no álter ego) de los dos autores. Él, más alocado y vital. Ella, más despierta y cautelosa. Creo además (subo la apuesta), que decidieron comenzar la partida sabiendo a lo que, tarde o temprano, tendrían que enfrentarse. Pero que en ningún momento tuvieron prisa por llegar. Prefirieron disfrutar el camino, vivir mil aventuras y dejar crecer, respirar y ser, a sus personajes. Y al final, cuando les consideraron lo suficientemente maduros, se permitieron abandonarlos para que eligiesen su propio rumbo.
Si queréis disfrutar de una novela de aventuras fresca, divertida, bien escrita y carente de pretenciosidad, esta es la vuestra. Recorred los caminos de la Hispania mágica. Argonia, Castela, Pampilonia y los Condados Catalonios os sonarán familiares. Pero, en realidad, nunca estuvisteis allí. Así que dejaos guiar por Pedro y Marta. Por Rapaz e Inesia. Ellos tienen una misión que cumplir y un pasado que descubrir. Sed desconfiados y mirad al cielo. No os fieis de ningún cuervo. Y cuidado: cuando se juntan un transmutador y una bruja (o la hija de una), pueden saltar chispas.