La novia quería hacerse unas fotos inolvidables, irrepetibles, distintas; usó tantos adjetivos que el fotógrafo empezó a hartarse. Pero se dijo: “recuerda, lo haces por la pasta”.
—¿Quedarán bien con tanto viento?
“Esta tía es idiota, acaso cree que puede apagar la máquina del viento”.
—Sí, el viento le dará un vuelo gracioso al vestido. —Contestó sin embargo.
Y siguió con la absurda sesión, en medio de la ridícula y pomposa fiesta de bodas. Un montón de mequetrefes que se pensaban de la alta sociedad bailando indignas tonadas de moda con movimientos semejantes a los de los locos electrochocados. “Contrólate, deja de despotricar y sigue haciendo fotos a este adefesio”.
—Tú muévete como si yo no estuviera. Solo camina por ahí.
El adefesio cerró el hocico y empezó a moverse por el jardín fastuoso del hotel; él, por fin, dejó de ser él: se fundió con su cámara y dejó de ver a una engorrosa clienta elefantiásica para empezar a retratar algo bello, como un jabalí entre las flores, una novia en el jardín. Ella se apoyó, medio sentada, en el poyete de la fuente que hacía de centro de la zona verde y metió los deditos en el agua. Cómo le gustaba a él, en estos momentos, su mierda de trabajo.
Así pasó un tiempo indeterminado.
Llevaba años siendo y no siendo fotógrafo, siendo y no siendo músico, tatuador, escritor, y un largo y bohemio etcétera. Y la cosa es que no terminaba de ser ninguna de esas cosas y al mismo tiempo todas le hacían sentir, en cierto momento, esto: la Unión. Esa cosa búdica de que la espada y la mano se fundan en una sola extremidad.
Pero con la fotografía le pasaba algo más, era acaso lo mismo pero llevado a un nivel más profundo. Casi creía de veras la cámara inserta en su cara, como si fuese un androide. O un ente biónico más bien. Le parecía parpadear con el obturador.
En algún momento el mundo irrumpió, la novia empezó a hablar otra vez, como una descosida, y él dejó de estar fundido con la cámara. Pero ahora todo le daba igual, estaba en ese estado beatífico que sigue a la ingestión de ciertas drogas. Se despidió amablemente de las personas que lo habían contratado y se fue. Les prometió que tendrían unas fotos maravillosas, como no tenía duda de que iba a ser, porque de alguna manera, en alguna dimensión ya hollada, él las había visto en su álbum color crema.
Entró en su coche, una vieja chatarra cimbreante, y se dirigió a la autovía: es decir: en dirección contraria a su casa. Necesitaba conducir, y cuanto más rápido, mejor. Necesitaba, más que conducir, deslizarse por el mundo, por la existencia, y circular a ciento cincuenta por hora era lo más parecido que tenía a “deslizarse por la existencia”.
No puso el equipo de música, el gruñido del motor y la fanfarria cascabelera de su vieja chatarra eran música ya; toda la música que él necesitaba en esos momentos al menos. Cuando el paisaje se convirtió en las pinceladas precisas, necesarias, dejó de apretar el acelerador y mantuvo la velocidad.
—Ya. —Dijo.
Era como si el coche se condujese solo, era como si volviese a estar fotografiando a la novia, esa encantadora y bella gorda. Fluía. Parpadeando de nuevo con el obturador.
Lo siguiente fue despertar en una cama de hospital. Plácidamente. Bajo la sábana parecía que le faltara una pierna. Preguntó a la enfermera:
—¿Sabe si recuperaron mis cámaras del coche?
Pensaba en el álbum color crema.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
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Francisco Santos Muñoz Rico cultiva la literatura a secas, aunque se le relaciona principalmente con el Terror.
Además de haber publicado varias novelas que pueden enmarcarse fácilmente en esta vertiente de la literatura (la palabra género refiriéndose a la literatura en general es bastante denostada por el autor) ha tocado la ficción rondando la novela negra (La asesina), el costumbrismo (El tesoro de la urraca), el humor (El zombi), el western más salvaje y pulp (Frank Malone busca venganza), y abundante poesía (Injertos, verbigracia, de editorial Open City); también escribe poemas, artículos y cuentos para diversas webs y blogs (Dentro del Monolito, Vector Renacimiento, Espiademonios, El cementerio de espadas, Tentacle Pulp…); asimismo ha participado en varias antologías de relatos (T.errores, Letras Fracasadas, Transfórmate o Muere…). Lo demás, como él mismo suele aseverar, es silencio.
Fran Muñoz (@franky_le_marchant) • Fotos y videos de Instagram
https://paralipomenadefranky.blogspot.com/
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Para ser de Franki, tiene un final previsible. A mi suele sorprenderme más, lo que me gustan son esas perlas en forma de adjetivo que suele ir dejando «elefantiasis», «cimbreante», pequeños detalles que le hacen único.