Sentada en el borde de la bañera sumergió los pies en el agua caliente. Se sentía exquisito. Desde un pequeño reproductor, Axel Rose le decía que nada duraba para siempre en esa lluvia de noviembre. Y ella lo creía. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando se introdujo y el agua le cubrió los muslos; la piel se le erizó.
¡Qué delicia! ¿Cuánto hacía que no se dedicaba a ella?
Miró las velas que había encendido: aquellas con olor a pasionaria y manzanilla –«para los nervios», le había dicho la vendedora– y trató de recordar.
Sí, la verdad era que hacía mucho tiempo que no se tomaba su tiempo. Quizás desde el nacimiento de Flor, su hija, dieciocho años atrás… O tal vez desde antes, cuando su único objetivo era poder tener un bebé a pesar de lo imposible que parecía, a pesar de que su naturaleza pretendía empeñarse en no permitirle ser mamá.
Pero lo había logrado.
Cuando se recostó en el agua se sintió extasiada. Suspiró al pensar en esas pequeñas cosas de la vida que uno no sabía disfrutar por el estúpido afán de cada día.
–¿Por qué no me habré dado estos baños más seguido? Pedazo de idiota… –se dijo mientras los músculos de su cuerpo se aflojaban rindiéndose ante el calor del agua.
Miró el techo de ese cuarto que había sido testigo de tantas etapas de su existencia: la primera vez que se depiló cuando adolescente, las escenas románticas con su ex marido, los juegos bajo la ducha cuando su hija era bebé…
«¡Al agua pato!»
Jugueteó con la espuma y repasó mentalmente los quehaceres de ese día. No es que no lo hubiese hecho antes, pero si había algo en lo que ella se caracterizaba era justamente en su obsesión por la perfección. Entonces: llenar el plato del gato, trabar bien las ventanas, dejar la plata para los medicamentos de Flor, poner la llave en la maceta de afuera para cuando viniese Susana.
Levantó una pierna y se rio al ver que no era como las de las publicidades. Tenía una variz que le atravesaba toda la pantorrilla. Se le había formado en el embarazo de Flor; de pronto, un día se levantó y estaba ahí, serpenteante y oscura como la vida misma. Pero había valido la pena. Su única hija valía todas las varices del mundo…Al recordarla, las lágrimas llegaron a sus ojos de manera abrupta; pestañeó para que su visión se aclarase.
Resultaba injusto que su chiquita estuviera muriendo de a poco en la cama de un hospital mientras que sus compañeros planeaban qué se pondrían para la fiesta de graduación. Resultaba insensato, casi insano, que su única hija, la que tanto había esperado, se estuviese apagando cuando recién debería estar comenzando a vivir.
«Mejor volvamos a la lista», pensó. Susana, la mujer de la limpieza, llegaría en unos veinte minutos y era tan puntual como un reloj suizo por lo que disfrutaría de ese maldito baño sin pensar en cosas tristes. Es que la mente era una traicionera sucia y vil que siempre se las ingeniaba para llevarla de nuevo al punto en donde era más infeliz.
«La lista»
Ventanas cerradas, comida del gato, llave en la maceta, la carta, y la medicación de Flor.
Bien, ahora podría disfrutar de su baño tranquila, imaginándose que para el próximo mes su hija ya estaría buscando junto a sus amigas su propio vestido de graduación. La vio riendo en el shopping mientras comía hamburguesas y se empachaba de helado, fantaseó con sus vacaciones, allá en Ushuaia, donde siempre soñó con viajar y nunca pudo hacerlo por su condición; la visualizó tirando el ramo hacia atrás en el día de su casamiento, ya sin los signos macilentos de la enfermedad sino con mejillas encendidas producto de la vida, la pensó con hijos…
Sonrió con esas diapositivas mentales y aún sonreía cuando apoyó la hoja sobre el borde de la bañera, allí junto a las velas con olor a pasionaria y manzanilla. Sonrió porque en un mes su hija ya estaría trasplantada y proyectándose como una hermosa flor que nacería en otro jardín. Un nuevo jardín. Si le dio la vida una vez ¿Por qué no se la daría dos veces?
Hundió la cabeza en el agua tibia de modo que sólo sus ojos quedaron afuera.
Era precioso vivenciar y disfrutar esas imágenes en su mente. Todavía le quedaban unos minutos para hacerlo antes de que Susana llegase, leyera su carta con indicaciones precisas y la encontrase muerta en su bañera.
Suspiró mientras un sueño dulce se apoderaba de ella.
Lo último que vio al bajar los párpados fue la imagen de una semilla: tan pequeña pero tan imprescindible a la vez. Una semilla, aquella que primero debe morir para luego ver nacer la hermosa Flor que alguna vez anidó en ella.
Cintia Bonabello nació en Buenos Aires en 1982, es profesora de prácticas del lenguaje y literatura. Sus años como lectora y el contacto con los jóvenes, a través de su trabajo, la incentivaron a escribir.
Apasionada por géneros literarios tales como la ciencia ficción, el suspense y la fantasía, llega a escribir “Salvada”, siendo en esta primera novela donde mezcla cada uno de ellos con la incógnita que nos persigue desde la creación de la raza humana: ¿Qué hay más allá de la muerte? En el año 2017 gana el subsidio de Arte y Cultura de la ciudad de Tigre, Argentina, presentando esta novela. Casada, con una hija, y vive en Francia
Salvada_por_los_libros (@cjbonn) • Fotos y videos de Instagram
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
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Me ha parecido durísimo,
¿Cuántos estaríamos dispuestos a hacer algo así?
Quienes tengáis hijos, a buen seguro, lo tendréis claro.
¿O no?
Un relato que va más allá del amor… Ese paso, me corta la respiración. Buenísimo.