Dios no es ese ser todopoderoso que nos han enseñado. A ver, que nadie se enfade. Evidentemente es el mandamás, el puto amo, el CEO del universo, pero no puede hacerlo todo solo. De hecho, ni siquiera creó el mundo sin ayuda. Tuvo bastantes currelas a su lado aunque, como la idea fue suya y dirigía la obra, pues para él toda la gloria. Pero cuando se construye a la carrera como en pleno boom inmobiliario, no tardan en aparecer las grietas, las goteras, y las puertas que no cierran. O que no se abren. Y es comprensible que, si transcurridos algunos siglos todo sigue funcionando, nadie tenga muchas ganas de meterse en reformas estructurales. Es más cómodo ir poniendo parches. Pero no modernizarse, no realizar el mantenimiento adecuado, acarrea consecuencias. Bueno, eso y ser un poco explotador. Y, si no, que se lo digan a San Pedro, que lleva unos 2000 años encargándose sin descanso de las puertas del cielo ¿En serio que no hay ningún beato, o incluso algún pecador arrepentido, que pueda instalar una puerta automática? ¡Que ese pobre hombre necesita vacaciones!
Y como todos ahí arriba saben lo que hay, nadie se sorprende demasiado cuando el portero celestial desaparece. Lo malo es que ha dejado cerrado y se ha llevado la llave… ¡Menudo marrón! Los muertos no tienen dónde ir y comienzan a vagar por la tierra sufriendo a los vivos. ¿Y a quién creéis que le tocará solucionarlo? Pues a la extraña pareja formada por el diablo, un cuarentón feúcho y con un tic en el ojo que mantiene a su familia vendiendo artículos publicitarios, y la muerte, que ejerce de profesor de yoga y parece haber escapado de una rave ibicenca con barra libre de sustancias ilegales. Los dos parias. Los «encargados de generar entropía» que, por supuesto, tampoco recuerdan la última vez que tuvieron vacaciones.
Es evidente que si Dios les ofrece un trato no tienen demasiado margen de negociación. Pero, ¿Pueden fiarse de su palabra?
Alberto Rodríguez Andrés ha escrito una sátira desternillante muy alejada de los tópicos sobre el bien y el mal. Con un humor desbordante que se mueve entre la fina ironía y el sarcasmo más demoledor, ha transformado a las dos ¿presencias? más temibles del cristianismo en unos antihéroes merecedores de nuestra lástima unas veces, y nuestra simpatía otras. Pero que nadie tome esto como un ataque al catolicismo o cualquier otro credo. Si Cielos clausurados contiene una crítica feroz, es hacia la propia humanidad. Esa que se muestra cruel e implacable con quienes no considera sus iguales. Esa que, en su infinita hipocresía, tiende a construir tantas capillas como prostíbulos para, tal vez, auto-engañarse y creerse mejor de lo que es.
La novela, ganadora del Premio UPC 2020, es todo un viaje. Para sus protagonistas, obligados a recorrer Europa sufriendo mil percances y tratando de sanar heridas que nunca terminaron de cerrarse. Y para los propios lectores que, entre sonrisas y carcajadas, llegarán hasta la esencia más pura del humor inteligente y bien escrito.
Deberíais subir a bordo. A ratos conduce el diablo y a ratos la muerte ¿Qué puede salir mal? Sí, tal vez os llevéis algún susto, pero seguro que no os lo darán ellos. Y en cuanto a los muertos vivientes, tampoco temáis. No os morderán ni os harán daño. Huelen un poco mal, sí. Pero algunos son entrañables.
Joder (con perdón), qué buena reseña. Se nota que se te ha pegado el tonillo humorístico de la novela. Y eso ya es mucho. Unos muertos vivientes que no muerden son por sí solos algo inédito, y si encima van por la vida con el rol de apestosos entrañables, ya ni te cuento.
Te aseguro que es uno de los libros más divertidos que he leído. Y sí, los muertos vivientes aquí son víctimas de los despiadados humanos. Sus historias son secundarias, pero entrañables (y tristes) ¿Imaginas a la policía acompañada de perros y cuervos para detectarlos?
Es de Apache. Lo que hasta ahora he leído de Apache, no me ha gustado. Pero no digo que no. Me la apunto y veremos. No sé si los apaches pasarán por aquí y me lanzarán un par de flechas envenenadas. Lo que no me gustaría es que arrancasen la cabellera.
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Eliminé el comentario anterior porque tenía un par de errores y ahora se me olvida un "me". Por eso suelo escribir los comentarios en Word antes de publicarlos, pero hoy estoy en plan espontáneo y mira.
Hombre, pues diciendo eso no sería de extrañar que el Señor Fortich (el editor), decida hacerte una visita con el hacha de guerra…
No pasa nada. Esto no lo lee nadie.
Ja, hay espías por todas partes. No dicen nada, sólo miran.