“Los Maestros del Hierro son tan temibles porque renunciaron a todo lo que tenían de humanos, y eso se refleja en cada cosa que han creado desde entonces”
Algunas novelas nos ayudan a recuperar parte de esa pureza infantil que quedó sepultada bajo las experiencias de la vida adulta. Logran que dejemos de repetirnos “esto es para niños” y que elijamos el bando contrario al que defendemos en la madurez. Porque parece que en la vida siempre hay que posicionarse en un extremo o en otro, y cuando lo hacemos, tendemos a dejar de ver la parte buena de aquello que estamos rechazando.
¿No entendéis de qué hablo? Del enfrentamiento entre tradición y progreso. Del respeto a los antiguos dioses y del rechazo al avance disruptor, voraz y despiadado. Quienes me conocéis sabéis que no creo en ningún dios y que elijo el progreso, aunque sea falible e imperfecto, frente a las tradiciones inmovilistas, anacrónicas y, muchas veces, crueles. Sin embargo, mantener una postura así puede radicalizarte y hacerte olvidar que, para que los cambios sean sostenibles, deben conservar cierto equilibrio con el entorno del que parten.
Estoy siendo demasiado críptico, demasiado abstracto, lo sé. ¿El motivo? no encuentro las palabras precisas para transmitir, sin destripar la novela, con qué intensidad he deseado rechazar el acero en favor de la madera. La tecnología frente a la armonía y la magia. El culpable es R.G. Wittener; él me ha transportado a un mundo repleto de seres extraordinarios y luminosos dispuestos a todo por combatir la deshumanización y preservar el medio ambiente. Y yo he deseado convertirme en alguno de sus personajes, venerar a antiguos dioses y defender con mi vida la tradición frente a la innovación.
Monozuki, la chica zorro, es una puerta abierta a un mundo rebosante de belleza y color, donde todo es posible y que nos retrotrae a obras maestras del Studio Ghibli, como La princesa Mononoke. Pero su trama, adictiva, evocadora y salpicada de elementos steampunk, se distancia lo suficiente de sus influencias como para generar un universo propio, rico en matices y muy bien construido.
La ambientación, en un Japón fantástico y medieval, es impecable. Los personajes, comenzando por la carismática Monozuki, logran ganarse el cariño y la comprensión de los lectores de cualquier edad. Y la omnipresente denuncia ecológica hace que, tras muy pocas páginas, dejemos de buscar dobles lecturas y decidamos luchar por lo realmente importante: la defensa de un planeta que, en nuestro mundo tecnológico de adultos, estamos destruyendo.
“Las historias solo cuentan lo que nos quieren contar los que estuvieron allí”
Confiad en los kaijus y no perdáis la esperanza, aunque todo parezca perdido. Viajad a Tojimbo y uníos a Monozuki, la aprendiz de vidente. Apoyadla frente al rechazo y dejaos contagiar por su tesón en este viaje iniciático, de cuyo desenlace depende el futuro de un mundo único e irrepetible. No compréis el discurso de Los Maestros del Hierro; no vienen a traeros libertad, y respetad a los espíritus ancestrales; el débil equilibrio solo se romperá si perdemos el respeto hacia lo sagrado.
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