La historia está repleta de biografías de pintores, músicos, poetas y escritores, que caminaron por la delgada línea que separa el cielo del infierno. Grandes artistas que alumbraron obras sublimes. Genios que continúan siendo admirados, seguidos o imitados generaciones después, pero que se mostraron incapaces de gobernarse a sí mismos en lo personal. Víctimas de sus propias debilidades, de sus traumas, o de su (tal vez) errónea comprensión del mundo.
No es descabellado pensar que, tras las más extraordinarias creaciones, se encuentren personas con una sensibilidad extrema. Y dicha sensibilidad sea parte fundamental y necesaria de su camino hacia lo insuperable. Pero también la causa de su vulnerabilidad y sus desgracias.
Si vuestro talento creativo, lo que os hace únicos y da sentido a vuestras vidas, dependiese de un demonio interior que no pudieseis sujetar, que os lastrase en las demás facetas de vuestra existencia y os torturase de tal modo que en vuestros días no hubiese calma entre los momentos de éxtasis y los de íntimo sufrimiento, ¿querríais que os librasen de él?
Esta es la premisa de la que parte un maravilloso juego narrativo en torno a la figura de Miles Davis, uno de los músicos de Jazz más importantes de todos los tiempos: cuando, a mediados de los años cincuenta, regresa a la casa familiar para intentar desintoxicarse, es sometido a un peculiar tratamiento (entre exorcismo y terapia regresiva) por parte de un sacerdote de la órbita de Martin Luther King. Entre gritos e insultos, y para asombro de su progenitor y satisfacción del clérigo, la verdad se abre camino y desvela que la causa de todos sus males radica en los actos que cometió en su vida anterior, aquella en la que respondía al nombre de Baudelaire.
Luis Artigue consigue algo único: sorprender al lector reinventando dos biografías, la del músico y la del poeta, jugando con ellas y uniéndolas caprichosamente. Pero lo hace estableciendo claros paralelismos entre ambos y amplificando, a través de los actos del francés, las oscuridades en torno a la personalidad del norteamericano. Y es que esta obra debería ser lectura obligatoria para todos aquellos que, amen o no el jazz, quieran vivir en primera persona los tiempos convulsos en que tuvieron lugar la formación y la consagración de Davis.
Pero no penséis que leyendo esto ya sabéis exactamente lo que es Café Jazz el destripador. Aún no os han seducido sus tinieblas. Si estáis dispuestos a permitir que el sonido Bebop entre en vuestras venas, a viajar continuamente entre París y Harlem, a escuchar Dizzy Gillespie y a Thelonious Monk entre humo y alcohol, y a enamoraros de Juliette Gréco, entenderéis porqué Miles fue como fue, porqué odió y amó a Charlie “Bird” Parker (su dios y su torturador), como compuso su mejor obra y a qué tuvo que renunciar para lograrlo. Pero cuidado, si lo hacéis puede que os encontréis con Vito LaRocca, el productor de Columbia Records. Dicen de él que es un asesino y tal vez sea verdad. Y puede que os proponga un pacto cuyo precio no deberíais pagar.
Quizá no hay arte sin demonios. La tranquilidad no suele engendrar sentimientos desatados y sin ellos es difícil crear algo sublime. Supongo que todos los artistas tienen un diablo gordo que no deja de pincharles en el culo.
La calma no ayuda en la búsqueda de lo sublime. Y tú, como artista, ¿renunciarías a tu creatividad a cambio de una algo?
A mí me gustaría renunciar a todo, suprimir el ego y alcanzar el nirvana, pero estoy enfermo y no consigo curarme. Si algún día consigo mi propósito, me convertiré en un Bartleby, no volveré a escribir ni a componer y quien quiera verme tendrá que venir a mi casa donde probablemente me encontrará plantando nabos o podando sin prisas, que es lo que todo el mundo debería hacer para recobrar la cordura.
Entonces esperemos que alcances el nirvana, pero dentro de mucho tiempo.