Ojalá pudiésemos vivir más de una vida. Ojalá pudiésemos abordar una misma situación de diferentes formas o ver como distintas personalidades reaccionan a nuestros mismos comportamientos. Ojalá pudiésemos experimentar, valorar y repetir hasta dar con la pareja definitiva. O hasta escribir la novela perfecta.
PL Salvador es un autor único cuya trayectoria (tanto vital como literaria) se ha visto condicionada por la búsqueda de la perfección. Un autodidacta de los que no se rinden. De los que perseveran y se crecen ante cada negativa. De los pocos que, lejos de someterse ante la adversidad, optan por seguir escribiendo y por pulir su prosa hasta encontrar su propio estilo. Escritor de culto para letraheridos, para lectores ávidos de originalidad y para enemigos de la pomposidad, cuenta con su pequeño ejército de fieles. Y es que algunos, desde que leímos Nueve semanas (justas-justitas) y 2222, nos vimos arrastrados a su universo autorreferencial y descarado. Porque eso es lo que constituye su obra: un universo propio donde, ahora que puede permitírselo, se comporta como un científico alterando continuamente las variables de su experimento a fin de estudiar(se) y mostrar(se) todas las aristas de su(s) personaje(s); las innatas, las adquiridas, las posibles y las deseadas.PL es, en consecuencia, excesivamente sincero, dolorosamente honesto, y un escritor maltratado por la “industria” del libro que, en Nocturno de Calpe, se permite bajar el ritmo y mirar atrás. Y es que este calpino “nacido accidentalmente en Valencia”, nos tenía mal acostumbrados. Esperábamos de cada uno de sus títulos un paso adelante, una nueva vuelta de tuerca, un salto evolutivo. Pero eso es imposible.
La chispa no ha desaparecido. Su estilo tampoco ha cambiado. Pero ha optado por repetir el esquema de Neel Ram para así poder seguir publicando nuevos trabajos junto a los antiguos (revisados y mejorados). Y la repetición de esquemas no beneficia a alguien tan innovador ya que implica una inevitable comparación con su trabajo anterior. Quien se acerque a este nuevo título no debe confrontar cada una de las tres novelas que lo integran con las de su predecesora. No debe hacerlo porque no son comparables ni en tono ni en intenciones. Sus fieles encontramos, en esta nueva tri(tetra)logía, a un PL que se ha ganado el derecho a ser menos optimista con las relaciones humanas (Quince mil), más experimental (A solas con Nastunye), más espontáneo e igual de enamorado de la vida (Lo inasible).
Me siento afortunado pues, durante años, he podido intercambiar unos cuantos mensajes con él. Para mí no es un hombre perfecto (aunque sí admirable por muchos motivos). Puedo presumir de conocer de primera mano sus lealtades, gustos y decepciones (no todas, claro). Por eso afirmo que La ciudad sitiada, el cuarto título de esta tri(tetra)logía, convierte Nocturno de Calpe en indispensable dentro de su bibliografía. Estamos hablando de sus memorias literarias. Un texto improvisado, dictado por el corazón (y el hígado) en el que es absolutamente SINCERO. No busca polemizar, aunque muchos piensen que sí. Habrá a quien no le guste lo que lea pues no ha edulcorado nada. Ha transmitido, sin intentar escapar de la inevitable subjetividad, lo vivido, lo sufrido y lo logrado.
La vida es dura. Lo es el mundo editorial. La gloria no siempre está reservada a los mejores. Pero para PL, la literatura es tanto un medio como un fin. Es su campo de pruebas y su razón de ser. Nocturno de Calpe me ha recordado que cuando alguien quiere vivir de la literatura, está permanentemente expuesto al fracaso. Pero también que el fracaso no es lo que nos han contado. No es una interminable sucesión de negativas ni un entorno hostil. El fracaso es venderse para vender. Es no saber diferenciar a quien te dice NO para obligarte a mejorar, de quien te dice NO, porque se lo dicta su calculadora.
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