La ciudad está repleta de gente, música, risas e ilusiones. Es el lugar donde miles de personas trabajan, conviven, se divierten, aman y muchos se ayudan. Donde cada navidad todo se vuelve mágico y hermoso haciendo que la vida sea aún más intensa. Eso es lo que vemos los que estamos a este lado del espejo.
Lo que no vemos es a aquellos que coexisten con nosotros, a sólo unos metros. En su ciudad, al otro lado de ese espejo que construimos con nuestro desprecio o indiferencia, todo es salvaje y cruel. En esa otra urbe, sus habitantes han dejado de sentirse seres humanos. Allí el bien y el mal se enfrentan encarnizadamente por romper la delgada línea que les separa.
Cada sábado por la noche, además de a la soledad, el hambre, el frío y el rechazo, deben enfrentarse a algo peor: unos monstruos despiadados con forma humana que se mueven entre ambos mundos, alimentándose de muerte y dolor, vertiendo sangre en una competición de crueldades sin que a nadie le importe.
Cada sábado por la noche, además de a la soledad, el hambre, el frío y el rechazo, deben enfrentarse a algo peor: unos monstruos despiadados con forma humana que se mueven entre ambos mundos, alimentándose de muerte y dolor, vertiendo sangre en una competición de crueldades sin que a nadie le importe.
Uno de esos sábados, Marc, un niño de seis años, se suelta de la mano de su padre y se pierde entre la multitud. Sin quererlo ni comprenderlo pasará al otro lado y vivirá la peor de sus pesadillas; una en la que su supervivencia dependerá de lo que quienes menos tienen estén dispuestos a sacrificar.
José A. Bonilla, a pesar de jugar con la ambigüedad introduciendo en el último tramo de la novela lo que podrían interpretarse como elementos sobrenaturales, no necesita de seres más aterradores que los propios hombres y alguna que otra rata para enganchar, entristecer, o atemorizar al lector. Con su prosa cercana y precisa logra hacerle visionar cada escena con enorme realismo. Ningún lugar, suceso, o circunstancias descritas, se alejan del imaginario popular de los habitantes de las grandes ciudades, pero al situar a un niño en el centro de la acción, sobredimensiona cada elemento generando tensión y angustia. Aunque también amor. No sólo hacia Marc, no; consigue que amemos a personajes a los que no miraríamos dos veces por la calle, a los que solemos rehuir o ignorar. A personas que han tocado fondo hasta el punto de sentir que han perdido su humanidad. A menores que abrazan la delincuencia como su único modo de vida. Y con ello cambia nuestra percepción haciendo que no les sintamos tan ajenos, que donde antes veíamos vicio o debilidad ante el alcohol y las drogas, ahora distingamos una válvula de escape casi inevitable tras situaciones límite causadas por un sistema del que formamos parte.
Son muchos los méritos de esta obra ganadora del VI Premio de novela de terror Ciudad de Utrera: genera un estado de intranquilidad permanente en quien se adentra en ella y va descubriendo, o intuyendo, lo que ocurrirá poco después. Transmite la angustia de unos padres que, sin ser apenas mencionada durante la trama, siempre está presente. Convierte a los parias en héroes haciéndoles protagonistas de la eterna lucha entre el bien y el mal. Y gestiona magistralmente las escenas de violencia cruda y salvaje.
Pero lo que hace que sea sobresaliente es que juega con la desesperación y la necesidad de redención de unos personajes que anhelan, ante todo, recuperar el respeto por sí mismos. Y que nos muestra, inadvertidamente, distintas formas de encarar la muerte: como el fin de la partida, como la última parada del tren perdido, como un descanso, o como un acto de justicia. Pero también como diversión y alimento para seres con almas oscuras que parecen salidos de una febril pesadilla.
Leer esta novela implica romper el espejo. ¿Quieres hacerlo?