Donde el perdón no llega es una obra sobresaliente. Y lo es porque Ángel Vela le da un aire renovado y totalmente original a un género, cada vez más deudor del cine, que creíamos trillado y encorsetado.
El autor, con capítulos cortos, nos introduce en un relato duro, sucio, delirante por momentos y desgarrador de principio a fin. No es una historia “gore” ni mucho menos “slasher”, pero cuenta con varias escenas (totalmente necesarias) de violencia desatada y crueldad. De esta manera Vela logra que nos atraigan más los personajes que lo descabellado de sus actos. Y es que, como os imaginaréis por el título, estamos ante la disección de una némesis. Su origen, su desarrollo y su inevitable desenlace que tal vez en el último tercio de la obra empieza a resultar evidente. Pero eso no le quita mérito a la novela porque dicha conclusión es tan contundente y natural como un desprendimiento de rocas que, tras arrasar con todo lo que pilla a su paso, se detiene para dejar cada piedra en su nuevo lugar, donde debe estar, y donde descansará hasta un nuevo estallido de ruido y furia.
La historia es aparentemente simple pero sin duda muy trabajada y cuenta con unos personajes (sobre todo el del psiquiatra Diego Morales), magníficamente perfilados. En ella el autor se permite jugar con todo; con el delirio, la sorpresa e incluso el engaño al lector que, una vez detectada la trampa, abrirá más los ojos y no volverá a pestañear para no perder el posible doble significado de ninguna frase. Y es que casi puedes escuchar la carcajada del malintencionado de Ángel Vela cuando lees la primera parte de la obra, el origen de la espiral de muertes y caos que vendrá, y compruebas que te ha engañado obligándote a volver atrás para descubrir, con toda la información en tu mano, una historia diferente a la que te habías imaginado que puede resultar incluso cómica por momentos.
La tragedia en cuestión discurre en México porque no podría ser de otro modo. No hay demasiados lugares en el mundo en cuyo paisaje local podamos integrar con tanta facilidad a seres despiadados y desmedidos como Rojas y Capulina. Esto ha obligado al autor a cambiar su léxico sevillano por el mexicano con un resultado bastante chingón y nada impostado, e incluso se ha molestado en dejarnos un pequeño diccionario al final del libro por si somos unos huevones y no nos enteramos.
Como dije antes, estamos ante una magnífica novela escrita con calma, cuidado y mimo, en la que los detalles son importantes y donde las escenas crudas y los brotes de violencia, locura y caos apuntalan la narración sin acaparar el protagonismo. Donde el autor, con un estilo que se adapta perfectamente a la etiqueta de “realismo sucio”, juega contigo al igual que lo hace con sus personajes consiguiendo, de esta manera, una obra tan original dentro de su género que probablemente te acompañará durante muchos años.
Me parece muy buena tu reseña y muy interesante porque me descubre a alguien nuevo. Gracias!