Un pueblo necesita héroes. Sobre todo, uno que ha sido derrotado en la guerra y busca desesperadamente mirar hacia delante. Esos héroes no siempre son soldados. A veces, la necesidad de protagonizar una gesta épica de la que enorgullecerse, la esperanza en el triunfo, la huida del fracaso, o el autoengaño de la superioridad, sólo son posibles ensalzando ídolos con los que identificarse, a los que defender, a los que amar. No importa si esos semi-Dioses ignoran la existencia de quienes les veneran, ni que no cumplan las expectativas la mayoría de los días. En ellos se deposita una fe y una devoción casi inquebrantables, porque sus éxitos, o la simple posibilidad de que lleguen, insuflan vida a quien la necesita desesperadamente.
En 1949 Italia trataba de reconstruir sus ciudades y olvidar tragedias recientes. El ciclismo, libre aún de sombras de dopaje y corrupción, era un deporte practicado por seres especiales capaces de sacrificar sus sueños y ambiciones por sus equipos, y de sufrir la agonía de infinitas pedaladas en escaladas interminables sabiendo que nadie recordaría sus nombres. En la trigésimo segunda edición del Giro de Italia, 102 hombres partieron de Palermo rompiendo la calma de poblaciones y montañas, acelerando el pulso de una nación herida. De ellos, tras 19 etapas, sólo 65 llegaron a la meta. Pero puede que, efectivamente, los únicos nombres que se recordarán serán los de Coppi, Bartali, y tal vez, el de Dino Buzzati, su excepcional cronista.
Esta obra recoge los 25 reportajes que el mítico autor italiano escribió cada noche, entre el 17 de Mayo y el 13 de Junio, como enviado especial del Corriere de la Sera. Su falta de conocimientos sobre este deporte no fueron obstáculo para él. De hecho, tal vez fuese esa ignorancia la que propiciase su maravillosa visión, a veces épica, a veces melancólica, que le hacía anteponer las necesidades de los espectadores a las de los corredores, que entendía más de sentimientos, hazañas y decepciones que de clasificaciones.
A sus ojos, Italia es hermosa, llora en silencio por sus caídos, y se aferra a gestas de antaño. La comparación del pelotón con un ejército temible que avanza obediente y sin miedo es constante. Nadie escatima sacrificios por su equipo y su líder. Nadie desobedece, todos siguen sus estrategias… y eso no gusta a nuestro narrador; él les interpela, les recuerda que más importantes que ellos, son los millones de italianos que les observan. Pero cuando la auténtica guerra se desata entre Bartali y Coppi, Buzzati se deja arrastrar por la pasión reconociéndoles como Héctor y Aquiles.
Hubo una época en la que el deporte era mucho más que un negocio. En la que lo literario no estaba reñido con lo popular y las crónicas de los eventos más importantes no tendían a lo simple. En la que los grandes acontecimientos eran narrados por los mejores: Jack London escribió lo que vio cuando Johnson, el primer campeón negro de los pesos pesados, venció al invicto Jeffries (El combate del Siglo, Gallo Nero 2011). Norman Mailer acompaño a Mohamed Alí en su batalla contra George Foreman. Y Dino Buzzati inmortalizó uno de los giros más importantes de la historia, o al menos, el más necesario.
Estas crónicas apasionarán a cualquiera que ame el ciclismo. Y a cualquiera que ame al autor que triunfase años atrás con el Desierto de los tártaros. Pero si llegas a ellas por cualquier cuestión del azar, no podrás evitar enamorarte de ambos.
De este autor he leído El colombre. Tengo que repetir algún día porque me gusta su estilo.
Yo he de reconocer que esto es lo primero que leo de Buzzati. Es un autor pasional. No vi esas influencias Kafkianas que le suelen atribuir en estas crónicas, pero me ha gustado mucho su estilo también. Probablemente leeré El desierto de los tártaros en breve (y si tu lo recomiendas, El colombre también).
Pues si alguna vez te dejaste arrastrar por la magia del ciclismo ¡debes leerlo, amiga mía!