Da igual lo rápido que se desarrolle nuestra tecnología y los cambios que dichos avances propicien en nuestro entorno. El ser humano seguirá teniendo los mismos miedos, las mismas reacciones. Continuará dejándose conducir hacia el precipicio, contaminando el planeta, agotando sus recursos, esclavizándose voluntariamente a un modelo económico para el que la mayoría pasarán de ser un motor a una carga. Cuando todo falle, cuando no haya salvación posible, no se culparán a sí mismos ni analizarán que les llevó a esa situación; preferirán buscar culpables para descargar la responsabilidad de sus hombros y arremeterán contra ellos aunque no solucione nada. Los hombres siempre han preferido buscar venganza antes que admitir su propia responsabilidad en el desastre.
El último de la fiesta nos traslada a un futuro cercano y reconocible. A través de los ojos de un niño (como ya hiciera en Fractura), Dioni Arroyo nos muestra lo absurdo del comportamiento de unos adultos que se dejan llevar y prefieren agarrarse a sus prejuicios y a lo que el sistema les dicta, en vez de luchar por algo mejor. Pero este futuro es aún más terrible que el que el autor pucelano plasmase en 2016 en la más apocalíptica de sus novelas: tras una catástrofe nuclear la gente ha normalizado el hecho de que a la más mínima señal de aumento en la radiación tenga que encerrarse, lavarse con jabón y agua tibia, consumir yoduro sódico o envolver los alimentos en plástico. Esta no es la mayor de las preocupaciones de la clase obrera; lo que les quita el sueño, lo que creen que amenaza su futuro y el de sus hijos, lo que para ellos justifica la creciente ola de suicidios de hombres e incluso animales, es el auge y la normalización de las Inteligencias Artificiales en una sociedad en la que las desigualdades sociales han vuelto a cuotas insoportables. Pero Marco, un adolescente que se siente apartado de los demás a causa de una enfermedad que le condiciona, comete el terrible pecado de enamorarse de Nora, un ser sintético y empático condenado a convivir y a servir a la especie que la desprecia.
El autor, siendo fiel a su estilo, vuelve a componer con prosa ágil y cercana, una novela corta muy entretenida en la que vierte sus inquietudes y preocupaciones. Analizando nuestro pasado y nuestro presente, crea un marco más que probable y reconocible por todos nosotros. Y lo hace con la intención de entretener, sí, pero sobre todo de señalarnos aquellos errores recurrentes que nunca subsanamos, de sacudirnos y de hacernos reflexionar. En esta obra de marcado carácter social se aleja del transhumanismo, una de sus obsesiones, para recordarnos que la sobrepoblación y las desigualdades, son serios peligros a lo que nos debemos enfrentar como especie. Pero también nos da una visión amable del fenómeno de la ‘singularidad tecnológica’, la proliferación de inteligencias autoconscientes cuya aparición es inminente y con las que tendremos que aprender a convivir. Y lo hace sumergiéndonos en la teoría del ‘valle inquietante’ según la cual, cuanto más se parezcan a nosotros, más las rechazaremos.
El último de la fiesta es una de las mejores novelas de Dioni Arroyo. Tal vez la más oscura y pesimista de todas. Nos echa a la cara nuestra intolerancia, nuestra ignorancia, nuestro gregarismo y nuestra sumisión. Nos muestra como la crueldad de los adolescentes, algo asumido y aceptado como una etapa, está íntimamente relacionada con la crueldad de los adultos. Nos recuerda que las máquinas no compiten con los hombres y que el enemigo es quien toma las decisiones en nombre de un pueblo cuyas vidas no le importa.
Me preocupa. Creo que uno de los mejores escritores de ciencia ficción de este país, uno de los más comprometidos con sus ideas, ha perdido la fe en el ser humano.