“Madre, ignoras que el Zen’nō ha desarrollado una ciencia casi perfecta, ejercida por maestros que no se conforman con las barreras del cuerpo”
¿Cómo seremos dentro de unas décadas? ¿Hacia dónde caminaremos? ¿Qué anhelaremos? ¿A qué Dios nos encomendaremos?
Avanzamos cada vez más rápido. Y cada vez miramos menos atrás. Seguimos a autoproclamados gurús que nos dicen qué vestir, qué comer, cómo ser o, mejor dicho, cómo no ser. Huimos de nosotros mismos persiguiendo un ideal poco definido. Buscamos ser únicos, diferentes.
Puede que quienes nazcan en los próximos años deban crecer y madurar en una era de constantes cambios. Si ya no miramos atrás, ¿por qué iban a querer hacerlo ellos? Algún día la tecnología les permitirá modificarse a sí mismos, alterar su naturaleza física y mental. ¿Cuántos decidirán conservar la apariencia humana cuando tengan posibilidad de transformarse en cualquier ser que puedan imaginar? Muy pocos querrán quedarse “obsoletos”. Y la química, legal o ilegal, también les ayudará a volar ¡Qué intrascendentes serán para ellos el placer y el dolor cuando experimenten sensaciones aún inimaginables!
Nuestra especie se desgajará. Siempre habrá disidentes, por supuesto. Siempre habrá minorías que no quieran o no se logren adaptar. ¿Quién se preocupará por ell@s cuando la frontera entre lo real y lo virtual sea casi indistinguible, cuando la humanidad no sea más que una agrupación de individuos en constante y errático cambio, sin destino, pensando en traspasar el siguiente límite, la siguiente barrera?
Una sociedad así necesitará un nuevo dios. Uno que nada tenga que ver con los que ahora conocemos, pues no se le demandará justicia ni protección. Uno que se centre en satisfacer los anhelos individuales. Tampoco importará su verdadera naturaleza. Al fin y al cabo, ¿Qué distingue a un alienígena o a una máquina suficientemente avanzada de una divinidad?
“He escuchado a los hijos, están sedientos ¡Quieren un Dios! Ante la ausencia de uno, yo seré su Dios artificial. Descenderán, descenderán estos objetos oscuros desde el cielo. Son tus ojos, pero seré yo quien vea a través de ellos. Y las vidas humanas se integrarán con las imágenes que yo disponga, con los vórtices de su imaginación”
Zen’nō es una novela impactante, desasosegante y perturbadora. Un puzle místico-experimental no apto para los amantes de la ciencia ficción clásica y lineal. Karen Andrea Reyes combina la belleza de su prosa con la crudeza de las imágenes que proyecta para encandilar al lector, arrastrarlo por una primera parte hipnótica, y soltarlo al borde de un abismo donde no imperan las leyes naturales que conocemos. Sólo quienes se dejen tocar por su oscuridad, quienes entiendan que el dolor y la pérdida son parte de la transformación, y quienes logren reducirse a sí mismos a una mente pura, lograrán retroceder (en la tercera parte) y tal vez, entender la naturaleza del nuevo Dios.
La autora colombiana lo pone todo en duda. La realidad material y corpórea, el tiempo y el espacio. Nos habla de sufrimiento, de soledad e intolerancia. Destila nihilismo y desesperación mientras se aleja de los cánones filosóficos occidentales y obtiene, no sé si deliberadamente, una obra única y personal que no está destinada al gran público.
“Comprendo que mi vida será una constante huida, perderé mi familia, perderé mi ser anatómico, perderé el vínculo original que tengo con el planeta”
¿Quién es Zen’nō? ¿Qué es Zen’nō? ¿Ha llegado para salvar a los humanos de sí mismos, o para experimentar con ellos? ¿Si les da aquello que anhelan, cuál será el precio que les haga pagar?
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