“El miedo es un enemigo implacable para el progreso”
Nuestro progreso tecnológico es exponencial. Parece no tener límites y cada nuevo descubrimiento abre la puerta a muchos más. Ahora sí que se puede decir que llevamos décadas caminando a hombros de gigantes: los ordenadores. Los bits han permitido volar a científicos e ingenieros que antes debían conformarse con andar. Intuimos que estamos en los albores de una era gloriosa. Pronto no nos conformaremos con tener alas y los Qbits, las computadoras cuánticas, nos proporcionarán las herramientas necesarias para cambiar nuestro mundo y, tal vez, a nosotros mismos.
Sin embargo, a mayor velocidad, mayor riesgo. Cuando se siente fe ciega en algo, es fácil bajar la guardia y dejarse llevar. ¿Cómo no confiar en aquello que creemos infalible?
La singularidad, el advenimiento de Inteligencias Artificiales fuertes, se profetiza cada vez más cercana. La ansiamos bajo la premisa de que los nuevos seres virtuales nos reconocerán como sus creadores y, por tanto, siempre estarán a nuestro servicio; todos los cálculos y simulaciones que lleven a cabo (inalcanzables para el cerebro humano), serán en nuestro beneficio. ¿Quién dudará de ellas cuando demuestren su devoción y su superioridad?
Pero, tal y como habéis pensado, nada es infalible. A altas velocidades, algunos accidentes son inevitables y las probabilidades de sobreponerse a ellos, escasas. Si, parafraseando a Nietzsche, mirásemos al abismo y este nos devolviese la mirada, ¿estaríamos dispuestos a destruir todo lo construido, a borrar todo rastro de nuestros logros y a cambiar radicalmente nuestra civilización con tal de sobrevivir? Y de hacerlo, ¿Aprenderíamos de nuestros errores o nos convertiríamos en rehenes de nuestros temores? Puede que ver el final tan de cerca nos transformase para siempre. Es posible que no consiguiésemos superar nunca el miedo. Y el miedo es el mayor enemigo para el progreso.
Ha pasado más de un siglo desde El Apagón, la catástrofe que estuvo a punto de acabar con la humanidad. Ese es el tiempo que se ha necesitado para destruir todo resto tecnológico de los denominados Digitales y avanzar siguiendo otros caminos, poniendo cuidado en cada paso e impidiendo cualquier progreso potencialmente peligroso.
Ocho nimbociudades, suspendidas en la infernal atmósfera de Venus, son lo único que queda de la poderosa civilización que tan cara pagó su soberbia. Hasta allí llega la Kipling, una nave tripulada por militares, científicos y savants (personas con capacidades especiales). Su misión: recabar información sobre los últimos días de los colonos en aquel planeta y, sobre todo, estudiar a los biontes, unos pequeños pulpos diseñados por Vishnu, la IA que propició el desastre.
Venus[V], novela corta ganadora del Premio Alberto Magno 2019, es una magnífica historia que, transportándonos a un futuro lejano en el que se han hecho realidad algunos de los mayores temores tecnológicos de nuestro presente, conserva el espíritu de las obras clásicas de exploración utilizando a nuestra especie (y no a una raza alienígena) como objeto de estudio y redescubrimiento. Apoyándose en un escenario tan temible como hipnótico y dosificando la información desde la primera página, Raúl Gonzálvez del Águila consigue estimular el ansia de aventura en el lector y espolear su necesidad de respuestas. Pero estas, las respuestas, son la verdadera trampa, las que le atrapan para no soltarlo pues, una vez llegan, generan nuevas cuestiones para las que nadie tiene respuesta.
La prosa, pulcra y efectiva, potencia el ritmo de una obra ágil y sin altibajos. El empleo de distintos tiempos verbales, en función del punto de vista de cada personaje, no distrae ni resta atención a la historia que se está contando. Y las pequeñas grandes ideas que podrían ser el germen de otras novelas (como los exóticos mecanimales o el empleo de savants para evitar el uso de tecnología demasiado avanzada) se quedan en el discreto segundo plano que la trama requiere.
Sí, Venus[V] es una novela de ciencia ficción de las buenas, de las que enganchan e inspiran. De las que asombran e inquietan. Una puerta a un universo que deja con ganas de más, aunque no requiera de ninguna continuación.
Venus es el infierno. Su gravedad y temperatura son incompatibles con la vida tal y como la conocemos. Allí las tormentas precipitan ácido y el aire, tras el inconcluso proceso de terraformación, es irrespirable. Pero embarcar en la Kipling supone una oportunidad que no podéis dejar escapar. Nadie pudo volver a las nimbociudades después del desastre y, probablemente, nadie lo hará después de esta misión. Solo si llegáis hasta la Botticelli lograréis entender lo que ocurrió. Los savants os ayudarán, los nudos en los quipus de las gemelas os proporcionarán respuestas para las que, tal vez, no estéis preparados y seguramente llegaréis a preguntaros si habéis actuado libremente o si formáis parte de un plan mayor. Pero también seréis testigos de una nueva forma de vida, una que nadie más que vosotros podrá comprender.
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