En contraposición a las más opresivas o disparatadas distopías, la ciencia ficción se ha esforzado por mostrarnos una profusión de ejemplos de sociedades perfectas. El problema es que suelen ser tan, tan perfectas que resulta enormemente complejo imaginar cómo podrían llevarse a cabo en la realidad y aún más difícil que pudieran sostenerse en el tiempo. Hablamos, obviamente, de las utopías o, lo que es lo mismo, del sueño ¿inalcanzable? de un mundo mejor para todos.
Los autores y cineastas nos advierten de los peligros que esconden estas visiones idílicas de sociedades radicalmente diferentes a la nuestra (que no se puede negar que es distópica con ganas), como la deriva hacia regímenes totalitarios, el control social asfixiante o la opresión y la presión social. No debería sorprendernos, puesto que las utopías, más que la exploración de alternativas sociales realmente válidas, suelen utilizarse como recurso para señalar las fallas de nuestras estructuras sociales actuales.
Las sociedades utópicas no son más (y no es poco) que un sueño de perfección que perseguir y al que aspirar. Pero también son un imposible porque, digámoslo claro, todos somos «de un padre y una madre», tenemos gustos y opiniones diferentes, en ocasiones radicalmente opuestas. Cualquier sociedad que pretenda coartar nuestra libertad de criterio y acción individual se acabaría convirtiendo en una pesadilla. Y es que lo que para mí puede ser bueno y deseable, otro puede vivirlo como el más terrible de los infiernos.
Aunque hay otros peligros, este es un error común presente en muchas de las utopías imaginadas. Pero me he adelantado en esta introducción al dar mi opinión sobre el tema, y creo que es importante que comencemos desde el principio antes de seguir avanzando.
Pero, ¿qué es una utopía?
Podríamos definir la utopía como el estado de perfección alcanzado por una sociedad en la que no existen los conflictos, ni el sufrimiento, donde la desigualdad ha sido desterrada y las personas viven en armonía y felicidad. En una utopía todos los problemas sociales, políticos y económicos han sido completamente resueltos. Si atendemos al propio término, utopía procede del griego, con el significado de «no-lugar». Es decir, que desde la misma etimología ya nos queda claro que estamos hablando de un lugar que no puede existir.
Existen varios ejemplos clásicos de utopías. Por ejemplo, Platón, en la República (380 a.C.), ya describe una sociedad ideal gobernada por filósofos-reyes que hacen prevalecer la justicia y la igualdad. En La Ciudad de Dios, San Agustín (426 d.C.) también imagina una sociedad perfecta basada en principios cristianos sobre la fe y la justicia divina, la ciudad celestial que se contrapone con la Ciudad del Hombre. Otra obra utópica que podríamos destacar es La Nueva Atlántida, de Francis Bacon (1627), en la que un grupo de marineros europeos llega a las tierras míticas de Bensalem. Allí, descubren una sociedad avanzada que se organiza y progresa a través del conocimiento, la razón y la ciencia.
Pero el ejemplo más famoso, que da nombre al concepto, es el libro Utopía, publicado en 1516 por el humanista inglés (y profundo detractor del protestantismo) Sir Thomas More. En la primera parte de esta obra se establece un diálogo sobre política y economía, y se critican los problemas de la sociedad europea de principios del siglo XVI: la corrupción, la desigualdad o la mala administración de justicia (nada que nos suene demasiado alejado, ¿verdad?). En la segunda parte es una narración sobre la isla ficticia de Utopía, un lugar donde la sociedad ha alcanzado un nivel extraordinario de organización y justicia que contrasta con la penosa realidad que vivían entonces los europeos.
Utopía es una sociedad comunal donde no existe la propiedad privada, solo se trabajan seis horas al día, se valora especialmente la educación, la cultura y las artes, existe la libertad de culto, el gobierno se elige democráticamente y la justicia se basa en la equidad y la rehabilitación, en lugar del castigo. Un paraíso socialista, vaya. De hecho, la obra fue precursora del socialismo utópico, una corriente progresista e idealista que confiaba en la cooperación entre los individuos y la tecnología para alcanzar mejoras sociales. Suena muy bonito, y lo es, pero no se solían tener en cuenta las condiciones materiales y vitales de inicio que impiden el desarrollo de estas sociedades tan aparentemente maravillosas.
La cuestión social en las utopías
Avancemos hasta tiempos más actuales. Con la aparición de la ficción científica a partir del siglo XIX, la utopía encontró terreno abonado en los desafíos crecientes que van surgiendo en cada momento. La Revolución Industrial, las Guerras Mundiales, el auge de los autoritarismos, la desigualdad social, enfermedades, hambrunas… Los autores no necesitaban echarle demasiada imaginación, pues solo con observar alrededor podían encontrar numerosos ejemplos de deficiencias y desigualdades en sus propias sociedades, un excelente material de base para ser modelado en la construcción de una crítica positiva que proponga soluciones utópicas para tratar de dar una resolución a los problemas detectados.
Es el caso de El año 2000 (conocido también como Mirando atrás, 1888), libro en el que Edward Bellamy diseña una sociedad futura donde el capitalismo industrial ha sido reemplazado por un sistema socialista. El libro denuncia la alienación y la explotación de los trabajadores en la sociedad industrial capitalista de finales del siglo XIX. Como contraposición, Bellamy propone una sociedad donde los medios de producción son de propiedad colectiva y el bienestar de todos los ciudadanos está garantizado.
Los Desposeídos (1974) es una de las novelas más conocidas de Ursula K. Le Guin. En ella, una sociedad anarquista se establece en un planeta llamado Anarres. Desde este punto de inicio se tratan asuntos como la igualdad de género, la libertad individual y la cooperación frente a la competitividad. Le Guin es especialmente critica con las estructuras del poder y las desigualdades inherentes a las sociedades tanto capitalistas como estatistas y propone un nuevo modelo de sociedad más inclusiva y equitativa.
Problemas en el paraíso
Aquí llegamos al meollo de este artículo, porque la paz, el orden social y la igualdad entre los individuos que componen las sociedades de muchos de los sistemas utópicos ficticios suelen lograrse a través de un asfixiante control social. Estas sociedades se suelen organizar en sistemas centralizados que imponen normas estrictas. ¿El resultado? La eliminación de la diversidad y el libre albedrío. Ese loable objetivo de maximizar el bienestar colectivo y el buen funcionamiento de la sociedad puede conducir a una pérdida de la identidad y capacidad de elección del individuo.
Parece algo propio de la ficción, pero el debate sobre libertad frente a seguridad y el correcto funcionamiento social es algo real y presente en la actualidad. En la ciencia ficción (aunque no estamos muy lejos de esto) aparecen tecnologías avanzadas que permitirían una supervisión continua que garantice el cumplimiento de las reglas. El gran hermano te vigila, más que algo utópico, nos acercaría a la distopía planteada en el 1984 de George Orwell.
Como forma de evitar los conflictos, se ha propuesto la uniformidad cultural y psicológica mediante una especie de mente colmena en el que los individuos asumen su rol en la sociedad impuesto a menudo desde el nacimiento. Aldous Huxley ya lo trató en Un mundo feliz, y es una de las amenazas del mundo globalizado actual, en el que las barreras culturales se están borrando, los gustos y formas de ocio se están uniformando y los trabajos o la formación son cada vez más especializados. Todo esto redunda en una pérdida del sentido crítico. El aislamiento que sufren las personas alimenta la competitividad frente a la cooperación, quizá porque estas ideas se trasladan a la realidad buscando no el beneficio del conjunto, sino de unos pocos.
También la obra de Huxley introduce otra forma de control: la supresión de las emociones y deseos individuales. Las emociones humanas se perciben como fuentes de caos, una amenaza que debe ser dominada o eliminada. Para ello se recurre al uso de drogas, tecnologías o métodos de ingeniería social que sumen al individuo en un estado de complacencia. Estos métodos pueden incluir la creación de un escenario de confianza y sensación de seguridad, el establecimiento de vínculos emocionales de dependencia, la explotación del miedo, la sobrecarga de información o tareas, o tal vez un sistema de recompensas y validación social que incentiven la cooperación y presionen para seguir en ese camino.
Tecnología: un instrumento de control social
Dentro de la ciencia ficción utópica, la tecnología se sitúa en un lugar central para la estabilidad y el progreso social. Pero hay un lado oscuro, la tecnología en lugar de ayudar al fortalecimiento de la sociedad, puede llegar a convertirse en el instrumento perfecto para el control de las masas y la consolidación del poder de un régimen centralizado. De nuevo volvemos al debate del equilibrio entre libertad y seguridad, al que se suma el de la ética detrás de la aplicación de cada innovación científica y tecnológica.
La tecnología actual podría permitir la clonación y la manipulación genética humana, lo que implica importantes riesgos a tener en cuenta ¿Cuándo estaría justificado el empleo de esta tecnología? Esta cuestión se plantea en Donde solían cantar los dulces pájaros de Kate Wilhelm (Premios Locus y Hugo en 1977). La novela nos sitúa en un futuro no demasiado lejano en el que la civilización colapsa a causa de factores como la contaminación ambiental, pandemias y la infertilidad masiva. Para tratar de salvar a la humanidad una familia poderosa establece un laboratorio aislado para clonar humanos. Sin embargo, con el tiempo, los clones desarrollan una mentalidad colectiva y una fuerte aversión hacia la individualidad. Wilhelm nos cuenta que debe existir un equilibrio necesario entre comunidad y la necesidad de conservar la identidad personal. Los clones, al operar como una mente colectiva, no poseen la capacidad de innovación y la espontaneidad de los humanos únicos. Con la pérdida de la individualidad se vería afectada la creatividad, el progreso y la propia humanidad. De esta forma lo que podía haber sido una utopía, y la salvación para nuestra especie, se convierte en una condena para la humanidad.
En el mundo real, tecnologías como el reconocimiento facial, la recopilación masiva de datos o las redes sociales ya están siendo utilizadas por gobiernos y corporaciones para influir en la opinión pública, invadiendo la privacidad y conduciendo a la sociedad hacia un conformismo que la vuelve fácilmente manipulable. La diferencia entre una sociedad utópica y una distópica, puede que se reduzca a cómo se gestiona y regula el poder que se deriva del uso de esta tecnología.
Inviabilidad práctica
Otro problema habitual en las utopías, ya apuntado antes, es que en su concepción a menudo se suele ignorar un detalle: los seres humanos somos tremendamente complejos e igualmente complejas suelen ser nuestras relaciones sociales. Qué le vamos a hacer, somos bichos difíciles y sí ya no resulta sencillo que, en ocasiones, dos personas se pongan de acuerdo, aún es más difícil alcanzar un consenso universal sobre cómo debería ser una sociedad “perfecta”. Y eso no es todo porque las personas podemos tener intereses totalmente distintos, incluso contrapuestos, y las emociones o los diferentes valores culturales o morales pueden chocar y desencadenar el conflicto. El egoísmo, la ambición o el deseo de poder también podrían hacer tambalearse al sistema más equilibrado y armónico que se precie.
Somos como una bomba de relojería a punto de estallar. Se puede controlar y encauzar el comportamiento de las masas, pero las interacciones sociales son impredecibles. Las utopías mejor elaboradas se podrían desmoronar simplemente cuando se introduce el más nimio cambio, debido, por ejemplo, a un avance tecnológico, a la entrada de nuevos valores o algún cambio de índole económico.
Libertad individual vs el bien común
Todas las utopías pretenden lograr un orden social ideal, pero suelen caer en una inevitable limitación de las libertades individuales y esto es una fuente de tensión y conflictos. El establecimiento de normas para toda la comunidad restringe la posibilidad de tomar decisiones de forma autónoma y minimiza las diferencias individuales, homogeneizando la sociedad.
Un problema añadido es definir en qué consiste “el bien común” y quién se encarga de ello. Si el ideal de perfección social se define de forma unilateral por una persona o grupo, puede generar el rechazo de quienes no comparten esa visión. Quien diseña la utopía define qué es mejor para la sociedad, imponiendo sus decisiones a menudo en contra de la voluntad de los individuos, con lo que aparecería la necesidad del control social y el riesgo de caer en el autoritarismo.
Lograr el equilibrio entre la libertad individual y el bien común es un desafío propio de dioses, algo que las utopías tienden a simplificar en exceso. La imposición de normas colectivas podría provocar una desconexión con la propia identidad generando la sensación de represión. En un contexto así, es posible que alcanzar un bienestar colectivo no se traduzca en alcanzar mayores cuotas de felicidad. En el siglo XIX, se ensayaron diferentes tipos de comunidades utópicas, y en el siglo XX aparecieron los regímenes autoritarios en los que, con frecuencia, la búsqueda del bien común derivó en opresión, generando resistencia.
Problemas de implementación
Volvemos al problema de cómo se establece la situación de partida en la utopía. Es frecuente que se asuma la existencia de recursos ilimitados o que se considere una distribución equitativa, lo que es humanamente inviable si partimos de una realidad en la que los recursos son finitos y la desigualdad, en ocasiones, extrema.
No existe una única visión sobre lo que sería una sociedad perfecta. Cada cultura tendría la suya, dependiendo de sus condicionamientos culturales, religiosos o ideológicos. Además, el establecimiento de una nueva sociedad tendría que lidiar con algo muy humano: la resistencia al cambio y la oposición de quienes pueden temer perder sus privilegios que, obviamente, se enfrentarían al nuevo sistema. Además, cabría tener en cuenta que, una vez establecida la nueva sociedad, tanto los ciudadanos como sus nuevos líderes podrían cometer errores, ser corruptos o no alcanzar a cumplir las expectativas.
Estancamiento
Pero imaginemos que en nuestra utopía hemos esquivado cualquiera de los problemas anteriores, tenemos un estado perfecto en el que todo funciona como debe y nadie se siente fuera de lugar al ver todas sus expectativas colmadas. Aun así, tendríamos riesgos que afrontar porque, ¿qué pasaría si esta sociedad tuviera que enfrentarse a un cambio que afectase a las bases de su funcionamiento? ¿Tendría la capacidad de adaptación necesaria a las nuevas circunstancias? Cuando una comunidad humana no progresa, se estanca y acaba colapsando. Sin embargo, si tenemos una sociedad perfecta, no existiría la necesidad ni el espacio para la evolución. Esto podría provocar un rechazo al cambio y a las innovaciones que, a la postre, conducirían al estancamiento.
Idealización
Que sí, que las utopías molan, pero aparte de los peligros anteriores, la viabilidad de una utopía puede estar comprometida si se asienta sobre una visión idealizada de las personas y la asunción de que sus decisiones siempre atenderían a criterios lógicos y racionales, anteponiendo el interés del grupo. Sin embargo, ya hemos comentado que las emociones como el miedo, la ira o la ambición pueden pesar más en la toma de decisiones. En los esquemas utópicos se da por sentado que existirán la cooperación y el sacrificio personal, los cuales se pondrán por encima del bien común, ignorando la existencia de impulsos egoístas y descartando la posibilidad de que surjan conflictos de intereses.
Un artículo de Alberto de Prado
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Una sociedad utópica, creo que a la mayoría de personas se le habrá pasado alguna vez por la cabeza que sería mejor vivir en una, yo, en mi adolescencia, quería vivir en «Un mundo feliz», sólo con el paso del tiempo te das cuenta del precio a pagar. La utopía requiere sumisión y esto va en contra de la naturaleza del ser humano.
Por esto, porque resultaría imposible, la palabra «utopía» deriva en su significado a «inalcanzable».
Que me lío, un gusto leer de nuevo y hacerlo de vuestra mano.
Un saludo, Laura
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Pero creo que debemos perseguir lo inalcanzable (la utopía), para mejorar como personas y como sociedad.
Qué alegría volver a leer tus comentarios, Laura. Aunque, por lo que a mi respecta, nunca te marchaste.
Un fuerte abrazo.