Es más fácil destruir que construir. También es más sencillo dejarse llevar que oponer resistencia. Somos conscientes de lo mal que lo estamos haciendo. De todo lo que estamos consintiendo. Sabemos que el camino que hemos tomado no nos conducirá a ningún lugar hermoso y asumir nuestra incapacidad para desafiar al sistema, frenar desigualdades y terminar con las injusticias, nos deja sin esperanza. Por eso nos encantan las distopías, porque nos permiten profetizar los peores futuros posibles y delegar la responsabilidad de la lucha en los que han de venir. En los que, probablemente, no tendrán nada que perder.
¿Qué otra cosa podríamos hacer? ¿Soñar con un mundo mejor? Las utopías son cosa del pasado. Todos sabemos que esas sociedades ideales que otros se atrevían a imaginar son imposibles de alcanzar. Vivimos cómodamente dejándonos llevar y por eso nos interesan, como decíamos, las distopías. Porque preferimos señalar los problemas a pensar en soluciones que tal vez, deberíamos comenzar a implementar hoy.
Afortunadamente, aún quedan hombres y mujeres que no temen esa responsabilidad. Que tienen la capacidad y el valor de crear historias que nos recuerdan que ES POSIBLE construir una sociedad (y un mundo) mejor. Que no solo proponen un cambio de rumbo, sino que plantean formas de llevarlo a cabo aun a riesgo de ser atacados por los más conservadores, incrédulos, inmovilistas y cobardes. Porque el primer paso para cambiar el mundo es imaginar otro mejor. Y el segundo, estar dispuestos a pagar el precio.
La Fundación Asimov se ha empeñado en soñar y en que soñemos, en confiar en la ciencia y en el ser humano y en que nos inoculemos su filosofía.
Contagiados del espíritu que caracterizaba al inefable autor, consideran que “fomentar y desarrollar el potencial de la ciencia ficción en todas sus expresiones culturales como vehículo de divulgación de conocimiento científico y de reflexión” es el camino. Y a través del Movimiento Pragma han reunido, tras convocar su I Premio de Relato, cuatro historias impactantes y sobresalientes.
Es imposible saber qué otros mundos posibles fueron descartados durante el proceso de selección, aunque algo dicen al respecto en la introducción de este volumen. Pero el resultado es casi perfecto. Y digo casi porque seguramente habrá quien discuta si el orden es el adecuado, si hubiesen preferido otro ganador o intercambiar el orden de los finalistas. Quien os escribe estas líneas lo tiene claro: Óscar Eslava me ha devuelto la fe en un futuro más justo y, por tanto, me parece el legítimo vencedor.
Pero el resto no son perdedores, son tres extraordinarios finalistas que podrían haber ganado cualquier otro concurso. Osvaldo Barreto consigue recuperar las maravillosas sensaciones que nos invadían cuando descubríamos la literatura Pulp de los 50 y 60. Isabel Llodrá Riera disecciona una revolución silenciosa no solo creíble, sino deseable. Y Javier Font homenajea magistralmente a aquellas novelas del Maestro Asimov en las que los robots resultaban ser más humanos que nosotros.
Cuatro relatos que reflejan preocupación por las desigualdades económicas y sociales y por lo que le estamos haciendo al planeta. Que no retratan sociedades perfectas deux ex machina, sino que muestran el camino necesario para llegar hasta ellas. Cuatro historias sabiamente intercaladas; dos muy ancladas en nuestro presente y otras dos de corte clásico. Por favor, permitidme que os hable un poco más de cada una de ellas.
Reproducción social: ¿No habéis deseado nunca dejar atrás la vieja política? ¿Creer que sí, que de verdad se puede, diga lo que diga el establishment? La estructura social debe cambiar. La política debe regenerarse y recuperar su espíritu de servicio público. Todo nuestro esfuerzo debería ser valorado y recompensado al margen de la productividad o la rentabilidad económica. En mayo de 2011 muchos deseamos que fuese posible y Óscar Eslava nos cuenta cómo podría haber sucedido.
El arquitecto verde: es necesaria una situación límite para que los superhéroes tengan que darse a conocer. Nuestro desprecio por el planeta hace tiempo que sobrepasó su punto de no retorno y las desigualdades socioeconómicas, lejos de paliarse, cada vez son mayores. Esperemos que, de ser necesario, aparezcan esos hombres y mujeres que sepan qué hacer ante la catástrofe. Puede que no tengan superpoderes, aunque a nuestros ojos parezcan personajes de cómic, o que no estén de acuerdo en el camino a seguir, pero seguro que llegarán a entenderse. Osvaldo Barreto sabe que ha de ser así o todos moriremos.
El movimiento Nodo: los datos inundan la red y se almacenan incluso sin finalidad concreta. Sí, nuestros datos. Información sobre nuestros hábitos, gustos y costumbres. Información sobre nuestra manera de pensar e incluso, sobre lo que tratamos de ocultar. Quien acceda a ella tendrá mucho poder. Podrá prever cómo reaccionaremos ante determinados estímulos o circunstancias y de ese modo, manejarnos como si fuésemos marionetas. Pero eso no tiene por qué ser tan malo si a quien se maneja es a quien ostenta el poder. Si se vigila al vigilante. La mayor de las revoluciones ha de ser anónima y silenciosa. Solo Isabel Llodrá Riera puede saber si ya está sucediendo.
Madre Robot: sí, los robots han de estar presentes en una utopía asimoviana. Artefactos de silicio y metal que se empeñan en recoger la humanidad que los hombres y mujeres están perdiendo. Seres casi vivos que se rigen por las tres leyes de la robótica, que han sido creados para servirnos, pero que pueden convertirse en nuestra única esperanza. Javier Font es consciente de que estamos perdidos, de que algún día no tendremos objetivos que cumplir ni motivos para vivir. Tal vez no esté tan lejano el momento en que nuestras propias creaciones deban enseñarnos algo.
Nuestra sociedad está enferma. Nuestro mundo, al borde de la catástrofe. Sabemos dónde están los problemas, pero no es el momento de señalarlos. Es el momento de analizarlos, elegir un rumbo y no dejarse llevar. Tenemos la capacidad y los medios. Nos falta la determinación, el sacrificio y el trabajo. Por eso son tan importantes relatos como estos, porque nos devuelven la esperanza. Es tiempo de reaccionar y actuar. Tiempo de recuperar la humanidad perdida, de entender que nuestro progreso no debe lograrse a costa del planeta y de conseguir ser realmente iguales aun siendo diferentes. Es tiempo de leer, de soñar y de creer. Es #TiempoDeUtopías .
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