
Esta novela de Javier Marín consigue estremecer, hay una sucesión de hechos que horrorizan por la sofisticación de la violencia, mediante la cual el lector es consciente de una tensión que va en aumento. El asesino persigue un objetivo que no se especifica, pero no nos damos cuenta hasta que no llegamos al final, casi agotados por el ritmo in crescendo que han ido tomando los acontecimientos. De hecho, ni siquiera hemos sido conscientes de haber terminado una Primera Parte, en la que todos los personajes han sido presentados paulatinamente a lo largo de veinticinco capítulos, y estar en la Segunda, cuando los policías se dan cuenta de qué está pasando y asumen que no pueden seguir actuando sin resultados satisfactorios. Ellos entran entonces en una vorágine imparable, la misma que los lectores hemos sentido desde el principio.