Érase una vez una pequeña ciudad portuaria en un pequeño país del norte. Aquel era un paraje frío y oscuro, donde las nubes siempre ocultaban el sol y su luz era desconocida para las gentes del lugar. Allí la bruma y la niebla eran algo familiar y la lluvia una mera rutina. Se decía que seres extraños, monstruos y brujas se encontraban allí donde mirases.
Una noche Tobías volvía a tierra en uno de los muchos barcos que solían circular por el puerto. Él estaba en la cubierta a pesar del frío. Le gustaba el sonido de la proa abriéndose paso entre las olas mientras continuaba mirando al vacío entre la bruma. Era como un pequeño ritual antes de llegar a casa con el que se despedía del mar por unos días. De repente, medio ocultos en la niebla, vio unos grandes ojos amarillos surgir de las sombras, ojos de gato, unos ojos grandes y brillantes que fijaban su mirada en él. Tobías no podía evitar pensar en las historias de monstruos que su padre le contaba de pequeño. No se dejó dominar por el miedo, sino que cogió su cuchillo y lo alzó para lanzarlo contra aquella criatura, confiado en su pericia. El silencio era ensordecedor, oía sus latidos desde dentro y los notaba en sus manos. Casi se detuvo el tiempo, no había olas ni el viento azotaba su cara. ¡Zas! El cuchillo salió disparado cortando el aire, atravesó la cubierta… y se perdió justo entre los ojos de la criatura, que se cerraron. ¡Diana! Tobías corrió apresurado para recuperar el arma seguro de su éxito, pero donde antes estaba aquel par de ojos no había ya ni cuchillo ni criatura.
El barco llegó finalmente a tierra. Tobías ,quien unos minutos antes había destacado por su aplomo, era ahora un tembloroso y asustadizo amasijo de nervios ¿Qué era aquello?¿Por qué lo acechaba?¿ A dónde había ido? Bajó del barco y anduvo por las calles desiertas buscando un lugar donde poder serenarse y recuperar la quietud propia de él. Miró a su alrededor, en ese momento vio la puerta de una taberna. Salía luz de entre las finas grietas de su tosca madera, así que debía estar abierta. Entró con alivio en la habitación, desconocida pero acogedora, que lo llenó de reconstituyente calidez. La iluminación era tenue, una chimenea permanecía encendida al fondo y aquel familiar humo de tabaco inundaba el ambiente. Encontrarse allí le reconfortó sobremanera. En realidad no había prácticamente nadie, al igual que en las calles; sólo ese tabernero gordo y dos viejos cascarrabias en una mesa. Se acercó a la barra y se sentó en un taburete. El tabernero acudió:
-¿Qué vas a tomar?- preguntó, con tono desganado.
-Unos ojos…amarillos… brillantes… de gato… No, no puede ser… estaban allí… yo los vi, lo maté…No puede ser.- dijo cabizbajo apenas con la fuerza necesaria para que se le oyera.
-¿Qué dices? ¿De qué hablas?
-No puede ser, no…Imposible.- reiteró, el joven.
El tabernero no se preocupó más y volvió a sus asuntos, no le importaba lo más mínimo lo que farfullara otro loco. De una esquina penumbrosa surgió una figura. Era un viejo marinero, como quizás fuera él algún día, con su pipa humeante entre los labios y un gorro de lana ceñido a la cabeza. Andaba como si los pies se le pegaran al suelo con brea, con el peso que imponen los años y el no tener nada que hacer ni hoy ni mañana ni pasado. Se sentó en un taburete tan viejo como él junto al atormentado muchacho. Producía un curioso contraste la imagen de ambos, el uno, desgastado por los años con aires parsimoniosos y un halo de misterio, y el otro, aún con muchos inviernos por ver pero derrumbado y tembloroso, incapaz de ocultar su miedo.
-Sé de qué hablas- dijo el anciano- yo lo he visto. Aparece entre la bruma. Te vigila, te acecha. Seguro que ahora mismo te está mirando, fijamente, con sus grandes ojos siempre ineludibles, siempre ahí.
-¿Qué busca? ¿Qué quiere de mí?- preguntó, Tobías, habiendo despertado.
Con la voz desgarrada respondió:
-Eso sólo él lo sabe. Pero mantén los ojos bien abiertos. Las criaturas de la noche no son de fiar. Traicioneras, sí, eso son, sí… Bebe algo, te sentará bien.- tras decir esto, salió y se perdió en la noche de la calle.
-No escuches los cuentos de un loco.- dijo uno de los dos cascarrabias.
-Sí, la sal del mar le secó el cerebro, y desde entonces ha estado remojándolo en cerveza y whisky.- dijo el otro
-Jajaja.- rieron todos al unísono, y continuaron hablando entre sí, olvidándose del atemorizado chico.
Tobías no hizo caso. Simplemente pidió una cerveza caliente y humeante, como le había aconsejado el viejo marinero. Se quedó ensimismado mirando al infinito, sin ni siquiera pensar en consumir la espumosa bebida, durante la eternidad contenida en una jarra.
Finalmente calmó su espíritu y sus manos dejaron de temblar, volvió a recuperar la sensibilidad de sus dedos, perdida por el frío, y se decidió a salir. La niebla a veces juega malas pasadas, o puede que le volvieran a la mente las bestias de los cuentos de su padre. Tras andar unos minutos sin rumbo fijo dobló una calle…¡No! ¡No era posible! ¡Los ojos, ahí estaban! El corazón de Tobías comenzó a latir como nunca antes lo había hecho. A pesar de lo frenético de su corazón, permanecía sumido en la más absoluta parálisis. Los muros se inclinaban sobre él acorralándolo. En su cabeza, mil ideas cruzaban su mente pero sólo una ocupaba sus pensamientos: huir, huir y correr. Era como un caballo desbocado que salta y se encabrita sin avanzar un metro.
Aquellos ojos le perseguían, esta vez encarnados, habían tomado la forma corpórea de un oscuro felino negro. Ahí estaban en aquella calle angosta. Definitivamente Tobías logró controlar su cuerpo: huyó tan rápido como sus piernas se lo permitían. Pronto dejó atrás esa tortuosa callejuela, pero los ojos fulgentes y brillantes aparecían en cada esquina, en cada portal; aquel gato diabólico siempre estaba ahí donde Tobías dirigía la mirada.
Corrió y corrió hasta llegar a ningún sitio, Tobías miró aquí y allá, arriba y abajo, al frente y por encima de su hombro. Respiró aliviado, la criatura había desaparecido. Pero no podía perder un segundo, de un momento a otro lo encontraría, sabía que ese gato no pararía hasta atraparle. La insistencia, la determinación de este monstruo era increíble y Tobías lo podía sentir en el aire, su mirada se le clavaba en la nuca desde su escondite, allí donde estuviera. Comenzó a buscar una oquedad en los inescrutables muros de las calles, un escondite, un lugar donde guarecerse. Increíblemente, después de todo aquello, tras haber recorrido innumerables callejuelas, se encontraba de nuevo frente a la taberna. La que antes fuera cálida y acogedora, ahora parecía inerte, aunque iluminada por una solitaria lámpara en el interior y las brasas del fuego aún candentes. Misteriosamente la puerta estaba abierta y Tobías no dudó en entrar. Allí dentro se encontraba en un lugar familiar, y aunque fuera frío e inhóspito por lo menos ofrecía lo que parecía una guarida segura.
Poco tiempo después una anciana pequeña y encorvada hasta reducir su estatura a la mitad de la original pasó junto a la ventana. Avanzaba como el propio tiempo, lento, firme e implacable. Tobías, sin saber cómo, percibió el alma de la criatura en ella. Entró por la puerta con una bocanada de viento y todo se sumió en una lúgubre oscuridad. No era un gato, ya no, pero él vio los mismos ojos brillantes que lo perseguían y atemorizaban. Corrió hasta el rincón más oscuro de la habitación con la esperanza de que no lo atrapase. La vieja lo encontró sin buscarlo, como si siempre hubiera sabido dónde estaba. Tobías y ella intercambiaron sus miradas.
El corazón del joven estaba desbocado, se oía en todo el salón rompiendo el pesado silencio. Sus músculos estaban bloqueados; mientras, la anciana avanzaba lentamente, cojeando de su pie izquierdo, apoyándose en un bastón nudoso y arcaico, casi tan viejo como ella. Marchaba con paso decidido. Bum, sonaba el eco en la taberna, bum, volvía a sonar retumbando en las paredes, bum, temblaban las tablas del suelo. No quedaba ya más espacio para retroceder, la espalda del joven chocó contra el muro del fondo en su arrastrar por el suelo. Cada paso de la vieja era como un movimiento más de una manecilla que marcaba una estremecedora cuenta atrás… y quedaba poco para el final.
La anciana pensaba cada pisada, escudriñando el suelo. Cada pisada acortaba la distancia. Cada crujido del suelo era una nueva cadena alrededor del cuerpo de Tobías, atándolo, sujetándolo contra la pared. La última rodeó su cuello cortándole la respiración, la saliva formó un tapón en su garganta y, por más que lo intentase, sus pulmones no se llenaban La vieja se aproximó a Tobías y se agachó frente a él con dificultad, apoyada en su viejo bastón. Sacó de debajo de sus ropas algo brillante, y dijo:
-Su cuchillo señor Müller.
Relato nominable al I Premio Yunque Literario
Soy un ingeniero industrial, de cabeza habitualmente cuadriculada. Por otro lado, siempre estoy dándole vueltas a alguna idea, a menudo trivial. Escribir me ayuda a parar, tomar perspectiva y estructurar todo un poco.
Desde pequeño uno siempre imagina historias, jugando con sus juguetes, con sus amigos, o solo, haciendo que huye de un monstruo o salva al mundo. Yo seguí jugando, pero de una forma más pausada y reflexionada. Con tinta y papel se guardan estas historias, como quien recuerda un momento especial, una foto de la mente. Para bien y para mal, nos hacemos diferentes del niño que disfruta de lo que hace sin pensar en perder ese instante.
Ahora soy simplemente alguien que a veces escribe, que escribe para sí mismo. Atesoro recuerdos, ideas y pensamientos en cajas de narrativa y ficción.
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Hola , a estas intempestivas horas, el insomnio vence y yo lucho con la única ayuda de la lectura; al fin me puse al día con los relatos:
Bucle de guerras – no me hizo tilín;
El nacimiento del monstruo – me parece enternecedor;
El hombre triste – me hizo pensar bastante en las situaciones que vivimos día a día y lo poco que valoramos consejos útiles;
J y el efecto dominó – me sorprendió gratamente, un relato con alma; Ganas y pierdes – me parece el relato más «realista» de este grupo, me ha gustado notar la comprensión hijo/padre;
y, La edición española – nada que comenta, no me transmitió nada relevante.
¿qué extraigo de estás lecturas? Reafirmar me en que los vampiros no juegan en mi equipo y que la ciencia ficción no es para mí ( me genera más pavor que cualquier historia de terror).
Para cuando leáis esto…os deseo feliz día.
Laura Àlvarez.
Buenos días, Laura.
Esperamos que hayas podido descansar.
Eres una de nuestras lectoras más fieles ¡Muchas gracias!
Nuestra web tiene una clara vocación inclusiva. Queremos que sea lo más abierta posible en géneros y estilos. Por eso publicamos relatos tan diferentes unos de otros. Y nos sorprende (y gusta) comprobar que los que apasionan a unos, dejan indiferentes a otros y viceversa.
Gracias por estar ahí y por tu sinceridad.
¡Un saludo!
Se me pasó «Ojos de gato», se puede pensar que soy muy «escogida», pero me pareció uno más entre tantos, una historia casi predecible.
Ahora sí, pasad buena semana.