La vida es cambio, transformación. Nada dura para siempre. Ni siquiera nosotros, los Homo Sapiens, seremos eternos. Probablemente nos convirtamos en otra cosa con el paso del tiempo. Lo haremos o nos extinguiremos, porque nuestro entorno no será el mismo dentro de miles de años. Probablemente nos demos cuenta, cuando pasen algunos siglos, de que hemos sido víctimas de nuestros propios actos. De nuestro egoísmo y descontrol, de nuestra falta de compromiso hacia el planeta que habitamos. Algún día recogeremos lo que hemos estado sembrando. Ya percibimos un aumento de las temperaturas y hay quienes prevén una nueva glaciación. No deja de ser paradójico que seamos los causantes (o aceleradores) del cambio climático que terminará por modificar (también) cómo, o lo que somos ¿O acaso pensáis que nuestra biología nos permitirá soportar temperaturas excesivas o muy bajas? ¿Creéis que la tecnología nos salvará? ¿Contamos con recursos ilimitados para que así sea?
Si nos detenemos a pensarlo, resulta inevitable asumir que el causante terminará siendo la víctima. Habrá quienes lo llamen karma, pero lo cierto es que ese tipo de interrelaciones no son extraordinarias. Nadie es el mismo con diez años, con veinte, treinta o cincuenta. Decimos que la vida nos enseña, que maduramos, y puede que en parte sea verdad. Pero no es menos cierto que cada cambio en nuestra forma de pensar y sentir es consecuencia directa de las vivencias y el entorno a los que tratamos de adaptarnos. Y de ese, del entorno, también somos responsables en gran parte. Decidimos con quien nos asociamos y en qué ambientes nos movemos. Permitimos (sin luchar) gobiernos corruptos, sistemas que no nos gustan, injusticias evidentes y crueldades cotidianas. Somos, si no culpables, al menos cómplices de mucho de lo que nos sucede. Y también lo seremos, como especie, de aquello en lo que nos tengamos que convertir.
¿Y si pudiésemos invertir ese ciclo de causa y consecuencia? ¿Y si fuésemos capaces de cambiar nuestro pensamiento, nuestras prioridades y forma de ser y, con ello, mejorásemos el mundo en el que vivimos? ¿No cambiaríamos también el futuro? ¿Y si experimentásemos la Metanoia?
En un futuro no muy lejano, marcado por el “apagón energético” derivado de la carestía del petróleo y por la excesiva contaminación, Asur trata de sobrevivir. Sus días son grises, como lo es el cielo, e intenta pasar por ellos lo más inadvertidamente posible. Nada le aporta demasiada felicidad, y menos su empleo: funcionario en una cárcel subterránea donde los interminables turnos le minan física y mentalmente. Su trágico pasado parece ir en consonancia con su oscuro futuro. El régimen en el que vive es cada vez más dictatorial y todo el mundo parece dejarse llevar. Nadie intenta oponerse a unos dirigentes que sólo se preocupan por mantener su posición y privilegios. Pero una noche conoce a Domnita, una hermosa reclusa que dice conocerle y que, a partir de ese momento, ocupará cada uno de sus pensamientos.
Metanoia es una novela con muchas capas. La más superficial y evidente nos muestra una distopía que homenajea Orwell y Bradbury, hasta que muta en un adictivo thriller de ciencia ficción que recuerda (vagamente) a El fin de la eternidad (Asimov). Pero que nadie se confunda, esta historia, como todas las de Dioni Arroyo, tiene identidad propia. Estamos ante un autor que es, ante todo, un humanista. Alguien que nunca renuncia a verter sus inquietudes en sus obras, pero que prefiere transmitir su mensaje a través del entretenimiento.
Este título fue publicado originalmente hace casi una década. La nueva versión, de la mano de Nou editorial, supera con mucho a la anterior. No sólo en la presentación, sino también en el estilo; algunos diálogos han sido agilizados y ciertas frases fluyen de forma más natural. En cuanto al argumento, no ha cambiado.
Alternando la primera y la tercera persona, el autor vallisoletano sumerge al lector en una absorbente aventura que deja un magnífico regusto a ciencia ficción, aventura, y a nobles ideales contrarios a todo lo que huela a totalitarismo, xenofobia, o egoísmo en cualquiera de sus versiones.
Son muchas las cosas que no se pueden comentar de esta obra para no estropear las sorpresas que guarda. Quien escribe estas líneas tiene la sensación de que se ha quedado en la primera capa de disección, como la aventura lo es de la lectura. Pero creedme, leer a Dioni Arroyo SIEMPRE te hace un poco mejor persona. Así que no desaprovechéis la oportunidad de acompañar a Asur y a Domnita. No estaréis solos, pero toda ayuda será poca. En un mundo frío, hostil y sin esperanza, donde el Neopaganismo intenta recuperar aquello que la Iglesia Católica desvirtuó (y donde la libertad es una quimera), tendréis que encontrar la respuesta a la eterna pregunta: ¿existe el libre albedrío? o mejor, ¿existiría el libre albedrío de conocer el futuro?