Un joven y apreciado crítico literario argentino —llamémosle Merton, para no desvelar su identidad—, famoso por analizar con gran acierto las obras literarias que caen en sus manos, sin tener en cuenta la fama de los autores, llega a ser tan respetado como temido en el ambiente cultural, tanto que es contratado por un reputado diario nacional, de España, para que realice las críticas de ese periódico y aporte si cabe más prestigio a la empresa. Pero cuando ataca sin piedad la última novela de un encumbrado escritor, termina lo que «Empezó así el año mirabilis de Merton», y nuestro crítico es expulsado del periódico, del país, y bajo la amenaza de que nunca encontrará trabajo: «su honestidad a toda costa tenía algo de metal demasiado refulgente que dañaba la vista y que era mejor mantener alejado».
Aparecen a menudo deliberaciones sobre el papel del lector, sobre la forma de leer. ¿Leemos lo que el autor tenía intención de reflejar o lo que nos forjamos en nuestra mente al asociar los hechos a aquello que queda instalado en nuestra memoria? ¿Tiene el lector un papel autónomo en el libro o queda influenciado por lo que el autor deja entre líneas? ¿Actuamos los lectores según la hipótesis de Adorno?: «En filosofía hay que seguir diciendo, en contra de Wittgenstein, lo que no puede ser dicho».
La última vez es una tragicomedia que ahonda en la verdad relativa, la que exigimos socialmente pero castigamos cuando no nos interesa, la que nos resulta grotesca en la ficción pero nos reconforta cuando la aplicamos a nuestra vida, la que deseamos nos identifique pero nos frustra cuanto nos la revelan.