“Humanista y extremista, delincuente y hombre de pro, demente e intelectual”
¿Cuántos rostros tiene un ser humano? ¿Cuántas aristas o dimensiones? ¿Y cuál de esas dimensiones es la auténtica? ¿la que la sociedad potencia y espera o la que se declara libre de cadenas y morales impuestas?
A finales del siglo XIX se publicaron dos obras con un profundo calado filosófico: Así habló Zaratustra, de Nietzsche, y El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. Ambas abordaban la cuestión desde posiciones opuestas. A día de hoy, no podemos concluir que ninguno de los dos autores estuviese totalmente acertado o equivocado en su planteamiento. No somos únicamente lo que mostramos a los demás. Tampoco fingimos continuamente, pero es innegable que la sociedad nos reprime y nos obliga a encerrar bajo llave algunos de nuestros más bajos instintos. ¿Somos, por ello, unos farsantes? ¿Aparentamos ser alguien distinto o aspiramos a convertirnos, ayudados por la presión social, en quien nos han enseñado que deberíamos ser?
El autor alemán enfatizaba la necesidad de liberarse de la moral judeo-cristiana y de recuperar la libertad y la espontaneidad. El escocés también consideraba las religiones como una fuente de infelicidad y sufrimiento, pero defendía que, si diésemos rienda suelta a nuestros instintos, si no nos sometiésemos a ciertos parámetros de conducta, el resultado sería salvaje, degradante y deshumanizador.
P.L. Salvador navega, con esta nueva novela, entre las dos teorías. Y no queda claro si lo hace consciente o inconscientemente, pero consigue darle otra vuelta de tuerca a la cuestión introduciendo un nuevo condicionante: el de la enfermedad mental. Ahora os pregunto yo: ¿Consideráis que el mundo interior de alguien con, por ejemplo, un trastorno esquizofrénico, es menos consistente o profundo que el vuestro? ¿Creéis que las conclusiones de quienes piensan y sienten diferente son menos válidas por partir de otras premisas o por discurrir senderos únicos e impredecibles? Si es así, haceos el gran favor de leer La postura imperfecta.
La obra, reciente ganadora del III Certamen «Martín Fierro» de denuncia social, fue escrita hace ya algunos años y supone todo un salto de página en la carrera del escritor levantino al que, poco a poco, le está llegando el reconocimiento que se le debía. Su prosa, corregida y pulida durante más de una década, sigue siendo pulcra y precisa. El tono de la historia es menos desenfadado de lo que nos tiene acostumbrados y su desarrollo se apoya en la reflexión y en la elaboración de un personaje complejo y maravillosamente imperfecto. ¿Es su mejor novela? Puede que no, pero está entre las mejores sin ninguna duda.
En cuanto a la vertiente metaliteraria, sello inconfundible del autor que tanto gusta a sus fieles, no desaparece, pero tampoco acapara excesiva atención en el lector.
Sí, lo sé, aún no os he contado de qué trata La postura imperfecta. Solo os diré que de alguien tan humanista como extremista. De alguien que ama y contiene su odio, que sublima sus carencias hacia el autoconocimiento, el trabajo y el estudio. De un Dr. Jekyll que sujeta a su Mr. Hyde a través de la razón y la experiencia. De un Mr. Hyde que arrasaría con quienes no son capaces de construirse a sí mismos y que, de poder, impondría a los demás un mundo a su medida. De alguien complejo y único que necesitaría más de una vida para alcanzar lo que considera que es la perfección.
Afortunadamente, tanto él como P.L. Salvador, se muestran más cercanos a R.L. Stevenson que a Nietzsche. ¿En qué punto estáis vosotr@s?
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