¿QUÉ ES LA REALIDAD?
La pregunta parece una perogrullada, algo que damos tan por sentado que, en general, no nos detenemos a pensar en ello. Aunque podemos definirla de múltiples formas, he escogido esta “aquel mundo físico que existe más allá de nuestra mente y que es cognoscible por esta a través de nuestros sentidos”.
Interpretar la realidad a través de nuestros sentidos plantea problemas evidentes. Por ejemplo, usted y yo estamos de acuerdo en que el cielo es azul, pero no sabemos qué imagen de “azul” se forma en el cerebro de cada uno.
Más allá de nuestras limitaciones sensoriales, desde los albores de la humanidad ha habido filósofos y religiosos que han considerado la posibilidad de que la realidad que percibimos no sea tal, sino fruto de un sueño o una alucinación. Existen ejemplos en la antigua China o la civilización azteca, pero detallaremos algunos de los más conocidos.
Ya en el siglo VI a.C., el filósofo griego Platón, en su obra La República, presentó en uno de sus diálogos la alegoría de la caverna. En ella, un grupo de individuos que habitaba una caverna veía unas sombras que se proyectaban contra la pared. Ignorantes de que estaban viendo una proyección de un objeto, creían que las sombras eran el objeto real. El mito de la caverna de Platón ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones, pero lo interesante del caso es que ya hace la friolera de 2500 años alguien pensó que el mundo que consideramos “real” podría en realidad no serlo.
El filósofo francés René Descartes retomó el tema y lo llevó más allá. Con un escepticismo quirúrgico se llegó a plantear si era posible que la realidad no existiera, que lo que percibimos como “real” no fuera más que una fantasía creada por un “genio maligno”. Para salir del atolladero, Descartes recurrió a Dios. Partiendo de la base de que Dios existe, es todo bondadoso y todopoderoso –alegó–, este no permitiría que un genio maligno interfiriera de esta forma con nuestra mente. Científicamente hablando, no se puede decir que el argumento de Descartes sea incorrecto pero, desde luego, es insatisfactorio.
Posiblemente, la cultura que más ha ahondado sobre qué es la realidad sea la india. En el hinduismo, existe un concepto llamado māyā que tiene diferentes interpretaciones. En los Vedas (los textos sagrados del hinduismo), māyā viene a ser la ilusión por la que cosas que existen no son en realidad lo que parecen. Māyā también puede connotar aquellas cosas que cambian y, por lo tanto, no existen en la realidad espiritual. Para el budismo, que deriva del hinduismo, el māyā es uno de los estados mentales insalubres, responsable de ocultarnos que la naturaleza de las cosas es ilusoria. Finalmente, la escuela hinduista Advaita Vedanta considera que la māyā es, no se lo pierdan, la fuerza cósmica que genera la ilusión de que el mundo físico existe. La ciencia nos enseña que la realidad es, a veces, solo un punto de vista. La silla en la que usted se sienta parece bien sólida pero sabemos que la mayor parte del volumen de esa silla está compuesto por espacio vacío. ¿Qué es entonces la silla, un objeto sólido o espacio vacío? Si va usted a la playa, el mar parece plano. No obstante, sabemos que nuestro planeta es esférico. Podemos, pues, considerar que la Tierra es plana o esférica en función de nuestras necesidades.
FICCIONANDO LA REALIDAD
La ciencia ficción ha jugado con esta idea en diversas ocasiones. Perdón por los spoilers que vienen a continuación.
Por ejemplo, en la novela Ubik, de Philip K. Dick (1969), unos agentes psíquicos son enviados a una misión en la que, tras un “intento” de asesinarlos, la realidad empieza a mutar de forma extraña hasta que, finalmente, se desvela que han estado muertos todo el tiempo, mantenidos en un estado de animación suspendida en la que siguen teniendo conciencia.
En la novela Ciudad Permutación, de Greg Egan (1994) se nos presenta un mundo virtual paralelo llamado Eliseo que, de tan perfecto que resulta, llegan a evolucionar unos seres sintientes que creen que su mundo es real.
En la película Dark City, dirigida por Alex Proyas (1998), el protagonista se despierta en un hotel con amnesia, perseguido por unos individuos. Conforme transcurre la película, ambientada en una ciudad muy extraña, descubre que tiene la capacidad de alterar la realidad hasta que, finalmente, se desvela que esa realidad que está viendo no es de verdad sino ha sido implantada por unos extraterrestres en un desesperado intento de salvar su civilización.
Pero, sin duda, la referencia que todos tenemos en mente es la de la película The Matrix, dirigida por los hermanos (entonces) o hermanas (ahora) Wachowski (1999), en la que la humanidad está esclavizada por las máquinas y estas recrean un mundo virtual llamado The Matrix en el que las personas no son conscientes de vivir en una recreación, salvo un pequeño grupo de rebeldes, que captan a un anodino individuo (Thomas A. Anderson / Neo), interpretado por Keanu Reeves. Tras darle a elegir entre volver a su mundo o saber la verdad, Neo liderará la resistencia contra las máquinas, siendo capaz de alterar The Matrix a voluntad. La película fue un éxito de taquilla y fue elogiada por los críticos por su estética, efectos especiales y originalidad (huelga decir que su argumento es sospechosamente parecido al de Dark City, estrenada apenas un año antes, pero ese es otro tema). The Matrix tuvo una gran influencia cultural, su estética y efectos especiales aún se copian y sus ideas se han adoptado en el mundo conspiranoico, donde la expresión “tomarse la pastilla roja” sirve para defender todo tipo de ideas extravagantes.
SIMULANDO LA REALIDAD
Desde la irrupción de la informática, los humanos hemos sido capaces de simular la realidad con cada vez mayor detalle. Quien haya seguido la evolución del cine habrá visto cómo pasábamos rápidamente de los rudimentarios gráficos por ordenador de Tron, de Steven Lisberger (1982), que apenas eran unos toscos polígonos, a unas representaciones de dinosaurios bastante realistas en Parque Jurásico, de Steven Spielberg (1993), y culminamos con La amenaza fantasma, de George Lucas (1999), en la que algunos críticos no muy atinados elogiaron la tecnología CGI de la película sin saber que esta usaba profusamente maquetas. Los efectos especiales por ordenadores eran tan buenos que, si se quería, se hacían indistinguibles de la realidad.
En ciencia se utilizan profusamente las simulaciones por ordenador, pudiendo comprobarlo nosotros mismos de forma cotidiana en la predicción del tiempo. Los primeros intentos de simular el comportamiento del mundo real nacen en la década de los años 50 del siglo XX y no han hecho más que mejorar. Por ejemplo, actualmente la Agencia Estatal de Meteorología (España) utiliza para sus predicciones el modelo HARMONIE-AROME, que tiene 65 niveles en vertical, alcanza una resolución en horizontal máxima de 2,5 km y una resolución temporal máxima de 15 minutos. Este modelo nos sirve para introducir una variable que será fundamental: el PARÁMETRO DE MALLA. Cuanto más pequeño sea el parámetro de malla, mejor será la simulación, pero esta consumirá más recursos.
LA HIPÓTESIS DE LA SIMULACIÓN
Aunando la tradición radicalmente escéptica con los avances de simulación, el filósofo sueco Nick Bostrom (1973- ) propuso en 2003 que, tal y como predicaban algunos trabajos de ciencia ficción y dados los avances en computación podría ser que no viviéramos en la realidad sino en una simulación.
En resumen, Bostrom proponía que al menos una de estas propuestas debía ser cierta:
- No existen civilizaciones capaces de efectuar simulaciones de alta calidad de otras civilizaciones (o de sus antepasados)
- Aunque existen civilizaciones capaces de realizar dichas simulaciones, no están interesadas en efectuarlas.
- Si existen civilizaciones que realizan simulaciones de alta calidad de otras civilizaciones (o de sus antepasados), habrá muchos más universos simulados que reales, por lo que muy probablemente nosotros vivamos en un universo simulado.
LA FACTURA DE SIMULAR EL UNIVERSO
Imaginemos por un momento que nuestro Universo es fruto de una simulación informática. ¿Qué requisitos se necesitarían?
Empecemos por algo más sencillo. Pongamos que queremos simular un insignificante átomo de hidrógeno. De entrada, necesitamos indicar su posición y su velocidad. También necesitamos indicar si se trata de qué isótopo de hidrógeno estamos hablando (hidrógeno, deuterio o tritio). Queremos saber también si conserva su electrón y, de tenerlo, en qué nivel energético se encuentra y su espín. Del mismo modo, querremos saber el espín de su núcleo. De tratarse de deuterio o tritio necesitaremos saber el estado energético de los nucleones. Y así un largo etcétera. En total, acabamos con varios cientos de bits de información y eso para un insignificante átomo de hidrógeno.
Extrapólese eso a una insignificante gota de agua de 1 miligramo y tenemos una cantidad de variables a computar de unos cientos de trillones de bits. Teniendo en cuenta que actualmente el superordenador más potente del mundo (Frontier, del Oak Ridge National Laboratory) tiene grosso modo la capacidad de computar eso en un segundo, nos damos cuenta de la inverosimilitud de simular de forma completamente realista un universo entero.
Irónicamente, la forma más óptima de simular nuestro átomo de hidrógeno es tener otro átomo de hidrógeno, exactamente igual. Cualquier otro método requerirá más recursos. Inténtelo con el Universo entero y concluirá que para simular todo el Universo de forma completamente realista se necesita un ordenador que, como mínimo, tenga el tamaño del Universo. El requerimiento es tan absurdo que causa risa y, de hecho, algo similar ocurre en La guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams (1979), en donde la Tierra es un ordenador gigante en el que, obviamente, nada tiene sentido.
Con esta base, la hipótesis de la simulación no tiene ninguna verosimilitud. Caso cerrado.
O tal vez no…
JUGANDO A SER DIOS
La principal objeción que hemos encontrado es que, para simular un Universo con todo lujo de detalles, necesitamos un ordenador como mínimo tan grande como el propio Universo. Pero ¿y si no fuera necesario simular todo el Universo con todo lujo de detalles?
La industria de los videojuegos ha explotado esta fórmula con considerable éxito. En muchos juegos, la máquina no reproduce todo el escenario al máximo detalle, sino solo lo que los jugadores necesitan en ese preciso momento. Por ejemplo, en el videojuego No Man’s Sky hay 18 trillones de sistemas (18.000.000.000.000.000.000) que usted puede visitar. Por supuesto, no existe servidor capaz de plasmar con todo lujo de detalles semejante cantidad de información; a los jugadores solo se les muestra lo que necesitan en ese momento. Así, en un momento dado, la inmensa mayoría de esos 18 trillones de sistemas (con sus planetas, estrellas, asteroides, etc) apenas consumen recursos, dado que para los jugadores no son más que un puntito en el cielo.
Apliquémoslo a la hipótesis de la simulación. ¿Se acuerdan de nuestro humilde átomo de hidrógeno? Pues bien, ahora mismo nos podemos olvidar de él. Bastaría con reproducir las cualidades macroscópicas de la materia para que los humanos quedáramos convencidos de que la materia existe. Si en un litro de agua hay 1026 átomos, los creadores de la simulación no necesitarían computar los movimientos de todos y cada uno de ellos, sino solo el de un litro de agua. Si alguno de los científicos que estudian la materia les da por observar las propiedades de los átomos, se aumenta la calidad de la simulación en ese punto y listo.
Sigamos. En el Universo hay unos cien mil millones de galaxias, pero estas se descubrieron con la invención del telescopio. Si nuestro Universo fuera fruto de una simulación, sus creadores ni siquiera necesitarían haberlas computado hasta que nosotros no inventamos los telescopios. Hoy en día ni siquiera necesitarían reproducir casi ninguna de sus estrellas para que nosotros quedáramos convencidos de que estas galaxias son “reales”.
Si llevamos esta idea al límite nos podemos encontrar con ideas bastante esperpénticas…
¿Existe Japón? Sí, claro, fui de viaje de novios. ¿Vio todo Japón o solo un par de ciudades? Bueno, vi Tokyo y ¿cómo se llama? Kyoto. O sea, que en realidad no vio todo Japón. El resto del país bien podría no existir. Eso no es posible, tengo una amiga japonesa que… ¿Cada cuándo la ve usted, una vez al año? Sí, más o menos. ¿Está usted seguro de que esa amiga japonesa existe los 365 días del año? ¿No podría ser que solo “existiera” cuando la ve usted?
Modificar la precisión de la simulación en función de nuestras necesidades convierte a la hipótesis de la simulación en plausible. Pero hay más. Como veremos, será clave más adelante. Simplemente quédese con esta idea: en una simulación, la realidad se define en función de la simulación.
DETECTANDO LA MALLA DE LA SIMULACIÓN
Hasta ahora hemos visto que defender que nuestro mundo sea fruto de una simulación es una idea estrafalaria pero científicamente plausible. Vayamos un paso más allá e intentemos encontrar pruebas de que vivimos en un universo simulado.
En 2012, los físicos Silas R. Beane, de la Universidad de Bonn, Zoreh Davoudi y Martin J. Savage, estos dos últimos de la Universidad de Washington (Seattle) nos recordaron que, para que la potencia de computación no sea infinita, en una simulación debe haber una malla finita en el espacio-tiempo (en otras palabras, espacio y tiempo deben estar cuantizados). A simple vista, nos parece que el espacio y el tiempo pueden adquirir cualquier valor, pero basta con que la cuantización sea muy fina para que no nos demos cuenta. Del mismo modo que, al ver la televisión o una película en el cine tenemos la ilusión de movimiento pero sabemos que, en realidad, estamos viendo una serie de imágenes estáticas.
No sabemos si el espacio y el tiempo están cuantizados aunque diversas hipótesis apuntan en esta dirección. Por ejemplo, en el modelo de Caldirola (1980), el tiempo estaría cuantizado en 6,27×10−24 segundos (eso son 0,00000000000000000000000627 segundos), suficientemente pequeño para que, en nuestro día a día, nos pareciera continuo.
Incluso si comprobáramos algún día que el espacio y el tiempo están cuantizados, eso no probaría que vivimos en una simulación, si bien sería un indicio sólido. Es decir, la cuantización del espacio-tiempo es una condición imprescindible de un mundo simulado, pero el hecho de que en un mundo el espacio-tiempo esté cuantizado no demuestra per se que este mundo sea una simulación.
EL MUNDO MACROSCÓPICO: PARTÍCULAS Y ONDAS HACIENDO COSAS
Para determinar si nuestro mundo es real o fruto de una simulación, conviene repasar cómo es.
El mundo físico que nos rodea está compuesto por diversos tipos de elementos como materia, ondas, fuerzas, campos, etc. Vamos a centrarnos en dos: materia y ondas. La materia es aquello que tiene masa (lo que en lenguaje cotidiano llamamos “peso”) y está formada por pequeñas partículas, que podemos imaginarnos (perdón por la simplificación) como minúsculas bolitas. Usted y la silla en la que se sienta, por ejemplo, están compuestos por materia. Por su parte, las ondas son movimientos de la materia (u otras cosas como los campos). El sonido o las olas del mar, por ejemplo, son ondas.
Vamos a centrarnos en cómo se comportan materia y ondas cuando se encuentran un obstáculo. Por ejemplo, cuando un balón de fútbol (materia) cruza el marco de la portería (obstáculo), sigue en la misma trayectoria que llevaba (Ilustración 1).
En cambio, cuando una onda cruza un obstáculo esta, en lugar de seguir propagándose en línea recta, actúa como si el obstáculo fuera una nueva fuente de emisión. Este fenómeno se conoce como difracción (Ilustración 2).
Si, en lugar de tener una apertura, tenemos dos la cosa se complica un poco.
Para la materia sigue siendo muy sencillo. Retomando el símil futbolístico, en un campo de fútbol hay dos porterías y un balón. Si se enfrentan, por ejemplo, el Real Madrid y el FC Barcelona, el balón puede traspasar la portería de uno de los dos, pero –por muchas polémicas arbitrales que uno pueda imaginar– nunca se ha dado el caso de que un balón cruce simultáneamente las dos porterías.
En cambio, en una onda se produce, superpuesto al fenómeno de la difracción, el de la interferencia. Volviendo a las olas del mar, dos aperturas crearán dos nuevos frentes de ola, cada uno con sus crestas y sus valles. Según donde esté usted, las dos olas pueden coincidir sus crestas y sus valles, por lo que se sumarán, o bien puede que la cresta de una ola coincida con el valle de la otra, por lo que se restarán. Esto produce un patrón de interferencia (Ilustración 3).
EL MUNDO MICROSCÓPICO: NI MATERIA NI ONDAS SINO TODO LO CONTRARIO
A escala macroscópica resulta fácil distinguir entre ondas y partículas: la silla donde usted tiene sus posaderas está compuesta de partículas y la música de reguetón de su vecino está formada por ondas. Sin embargo, como veremos, en el mundo microscópico las cosas no son tan sencillas.
Durante siglos hubo encendidas discusiones acerca de la naturaleza de la luz, para algunos (liderados por Isaac Newton) era un flujo de partículas y para otros (encabezados por Christiaan Huygens) eran ondas. Una onda explicaba mejor la refracción y la difracción pero las partículas explicaban mejor su propagación en el vacío. En 1861 James Clerk Maxwell publicó sus fórmulas del electromagnetismo y se descubrió que la luz podía explicarse suponiendo que eran ondas electromagnéticas. Dado que el electromagnetismo se propaga perfectamente en el vacío, el caso pareció quedar cerrado… Hasta que en 1905 un tal Albert Einstein demostró que el efecto fotoeléctrico podía explicarse si considerábamos que la luz estaba formada por partículas (en contra de lo que uno puede pensar, fue explicación del efecto fotoeléctrico –no la teoría de la relatividad– lo que le valió el Premio Nobel).
¿En qué quedamos entonces, la luz son ondas o partículas?
La cosa se complicó aún más cuando en 1924 Louis de Broglie propuso en su tesis doctoral que todas las partículas pueden comportarse como ondas (a esto se le llama “dualidad onda-partícula”). En particular, las partículas muestran patrones de interferencia y difracción, tal y como hacen las ondas. Por defender semejante majadería, Louis de Broglie ganó en 1929 el Premio Nobel.
O sea, si tenemos un haz de electrones (partículas) que pasa por una doble rendija, vemos que genera un patrón de interferencia, por lo que los electrones se comportan como ondas. Si la cosa no le parece suficientemente loca, espere que se pone peor. Si queremos, podemos averiguar por cuál de las dos rendijas pasa el electrón, como si fuera una partícula. Al hacerlo –agárrese– el patrón de interferencia desaparece. Tras darle muchas vueltas, los científicos concluyeron que las partículas se propagan como ondas, las cuales son densidades de probabilidad de detección de la partícula. Si detectamos la partícula, la onda desaparece instantáneamente.
Lo que acaba de leer son los fundamentos de la física (o mecánica) cuántica, la cual presenta una serie de situaciones embarazosas:
- no podemos definir bien qué es la materia puesto que a veces nos vemos obligados a describirla como partículas y a veces como ondas
- se pierde el determinismo (al menos, el entendido en sentido clásico) dado que no somos capaces de predecir con exactitud la posición de una partícula, solo la probabilidad de encontrarla en una zona determinada. En mecánica cuántica, Dios juega a los dados.
- la naturaleza “responde” a nuestros intentos de resolver el punto anterior; en otras palabras, nuestra observación altera el resultado
- el colapso de la onda se produce de forma instantánea, lo cual viola –aparentemente– el límite impuesto por la velocidad de la luz
LOS CIENTÍFICOS QUE NO AMABAN LA FÍSICA CUÁNTICA
Posiblemente ande usted un tanto confundido y piense que todo esto es erróneo e imposible. No se preocupe, es normal. Es más: ¡felicidades! Empieza a entender la física cuántica. A los propios físicos la cuántica les deja perplejos e incluso enojados. Como muestra, estas citas:
“Si la mecánica cuántica no le ha conmocionado profundamente, es que todavía no la ha entendido” Niels Bohr (Premio Nobel de Física, 1922)
“En cualquier caso, estoy convencido de que Dios no juega a los dados” Albert Einstein (Premio Nobel de Física, 1921)
“Puedo asegurar con certeza que nadie entiende la mecánica cuántica” Richard Feynman (Premio Nobel de Física, 1965)
“Se dice a menudo que de todas las teorías propuestas en este siglo, la más estúpida es la teoría cuántica. De hecho, algunos dicen que la única cosa que tiene la teoría cuántica a su favor es que es incuestionablemente correcta” Michio Kaku
“La mecánica cuántica no tiene ningún sentido” Roger Penrose (Premio Nobel de Física, 2020)
“[La mecánica cuántica] no me gusta, y lamento que alguna vez estuviera implicado en ella” Erwin Schrödinger (Premio Nobel de Física, 1933).
DANDO SENTIDO AL SINSENTIDO
La idea de que la materia se propaga como ondas pero se detecta como partículas resulta un quebradero de cabeza. En física cuántica a eso se le llama “colapso de la función de onda”. ¿Cómo interpretarla? Existen varias hipótesis:
- INTERPRETACIÓN DE COPENHAGE: según este punto de vista (por cierto, el más popular entre los físicos), las ondas en realidad no existen, solo son densidades de probabilidad. Al forzar la detección se produce el colapso de la onda, donde la probabilidad se contrae a un punto (que llamamos “partícula”). La interpretación de Copenhage la resumió Mermin con un “¡tú cállate y calcula!”. En resumen: no tenemos la menor idea de lo que pasa, pero los cálculos son exactos así que deja de preguntarte qué demonios sucede.
- TEORÍA DEL MULTIVERSO: según este punto de vista, la onda es la suma de infinidad de posibilidades distintas. Al forzar la detección, nos quedamos con una de estas posibilidades, mientras que el resto de posibilidades se van a nuevos universos. Teniendo en cuenta que, con cada colapso de una función de onda, se generaría un nuevo Universo esto nos lleva a que cada segundo se crea una increíble cantidad de Universos.
- TEORÍA DE VON NEUMANN-WIGNER: según este punto de vista, es la consciencia humana colectiva la que causa el colapso de la función de onda. Esto nos lleva a un argumento radicalmente solipsista, donde el Universo lo dictamos nosotros, y también nos lleva a un callejón sin salida: si el Universo existe porque podemos observarlo ¿quién estaba observando el Big Bang?
- BAYESANISMO CUÁNTICO (QBISMO): según este punto de vista, es el observador humano individual el que causa el colapso de la función de onda. Se diferencia de las interpretaciones de Copenhage y Von Nuemann en que, mientras estas dos consideran que toda la humanidad comparte la visión de la realidad, en el QBismo cada observador ve una realidad diferente, lo que llevaría a pensar que la realidad es una ilusión del espectador.
SIMULANDO CON MECÁNICA CUÁNTICA
Disculpen por la árida digresión sobre mecánica cuántica pero, como veremos a continuación, resultará la piedra angular sobre la que se sustentará la hipótesis de la simulación.
Supongamos que queremos crear un universo por ordenador de forma que optimicemos los recursos consumidos por el sistema. ¿Cuál sería la mejor forma de lograrlo?
Con los sistemas macroscópicos, el sistema no tendría problemas en hacer un cálculo determinista de los mismos, como sucede con la mecánica clásica. Pero con los microscópicos, dado que con la mecánica clásica se precisarían más y más recursos, la forma más sencilla de lograrlo sería “jugando a los dados” (¡como hace la mecánica cuántica!) dado que evitaríamos tener que calcular al detalle las propiedades de todas las partículas que lo contienen. Ya puestos a concretar, la mejor forma de simular se parecería bastante al Bayesanismo Cuántico. Al dejar los cálculos “al azar”, el sistema nos entregaría información incoherente: precisamente lo que hace la mecánica cuántica con su loca dualidad onda-partícula.
La idea resulta estimulante y no es de extrañar que muchos popes de la ciencia, la filosofía y personalidades la hayan defendido o, al menos, se hayan mostrado abiertos a la posibilidad. Tenemos, por ejemplo, a Nick Bostrom (filósofo), David Chalmers (filósofo), Barry Dainton (filósofo), James Gates (físico teórico), Elon Musk (empresario), Javier Santaolla (físico teórico), Max Tegmark (cosmólogo) o Neil Degrasse Tyson (astrofísico).
DETECTANDO LA SIMULACIÓN
Siempre podría suceder que los simuladores nos enviaran una señal, ya sea en forma de zarza ardiente o descendiendo en un caballo alado pero esta podría llegar accidentalemente, en algún experimento del CERN o en una imagen del telescopio James Webb, del tipo “universo creado por la Universidad de Shanghái, © 2178, prohibida su reproducción sin autorización” o, simplemente, una pieza que inapelablemente fuera parte del código.
Más allá de estas improbables posibilidades, no faltan los valientes que se atreven a dar un paso más y pensar en experimentos que podrían apuntar a que vivimos en una simulación.
Ya hemos mencionado que la cuantización del espacio-tiempo sería una. De ser así, podría observarse una cierta anisotropía de los rayos cósmicos de muy alta energía (Are We Living in a Computer Simulation? Clara Moskowitz, Scientific American, Abril 2016). Pero, de momento, seguimos sin tener pruebas.
En 2017 Tom Campbell, Houman Owhadi, Joe Sauvageu y David Watkinson propusieron diversos experimentos destinados a comprobar si la hipótesis de la simulación es correcta en el artículo On Testing the Simulation Theory, publicado en Journal of Quantum Foundations (Junio 2017). Si realmente vivimos en una simulación, tendría sentido –pues sería la forma más eficiente de usar los recursos de la simulación– que el colapso de la función de onda se produjera no en el momento en el que el experimento se realiza sino en el momento en el que el observador humano tiene acceso a los datos.
Conviene puntualizar que estos experimentos per se no demostrarían que vivimos en una simulación, si bien podrían agregar más indicios a su favor.
¿PSEUDOCIENCIA? NO, GRACIAS
Como es de esperar, los científicos, que trabajan estudiando la realidad, son reacios a considerar que dicha realidad no existe.
La primera gran objeción que se plantea a la hipótesis de la simulación es que es pseudocientífica. Se define una “pseudociencia” como algo que se hace pasar por ciencia sin serlo en realidad. El criterio de demarcación que separa ciencia de pseudociencia es debatible pero suelen considerarse pseudociencias cosas como la astrología, el creacionismo o la homeopatía. Puede parecer sorprendente (y discutible) que varios científicos de categoría estén haciendo pseudociencia, más aún cuando publican artículos en revistas científicas sobre el tema, pero, como veremos a continuación, la acusación no carece de base.
Para que algo se pueda considerar científico debe cumplir el criterio de falsabilidad: se debe poder demostrar que es falso. Esto puede parecer sorprendente, puesto que la gente tiende a pensar que la ciencia pretende demostrar que ciertas cosas son ciertas. En realidad, para hacer ciencia se debe poder distinguir entre lo cierto y lo falso. Podemos hacer una proposición del tipo: en esta habitación hay un dragón invisible, incorpóreo, que no emite calor y tampoco come. De esta esperpéntica afirmación, por inverosímil que parezca, no se puede demostrar científicamente su falsedad. Algo similar sucede con la hipótesis de la simulación: si observamos algo que no cuadra con la hipótesis, siempre podemos alegar que es porque la simulación es muy buena.
En resumen, dado que no podemos demostrar científicamente que la hipótesis de la simulación es falsa, esta no es científica y, dado que la hipótesis de la simulación se hace pasar por ciencia sin serlo, es pseudocientífica.
La segunda gran objeción la plantea la Navaja de Ockham, ampliamente utilizada en ciencia, que nos dice que en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable. ¿Qué es más probable, que nuestro universo exista o que no exista y esté siendo generado por otro universo (del cual, por cierto, no sabemos nada)? No hay más preguntas, señoría.
La tercera gran objeción nace de retomar la mecánica cuántica. Aunque en este artículo hemos estado hablando de cosas insulsas como electrones pasando por rendijas, en nuestro mundo la mecánica cuántica tiene un profundo impacto. Por ejemplo, si los electrones fueran simplemente partículas, se estrellarían contra los núcleos. Sin orbitales electrónicos, no habría química y ni usted ni yo estaríamos aquí. Otro ejemplo: las estrellas brillan por fusión nuclear y para que la fusión nuclear sea efectiva se sirve de un fenómeno cuántico, el efecto túnel. No hay mecánica cuántica, no hay efecto túnel, no hay fusión nuclear al ritmo que conocemos y no hay estrellas (o, al menos, estas serían muy diferentes). Resulta difícil imaginar nuestro mundo sin mecánica cuántica; es más, resulta difícil pensar que nuestros simuladores puedan vivir en un mundo sin mecánica cuántica. Y, si viven en un mundo con mecánica cuántica, toda la defensa de la simulación basada en la mecánica cuántica se viene abajo.
La cuarta gran objeción proviene del hecho de que buena parte de las argumentaciones provienen de argumentos endebles sobre “cómo los simuladores harían la simulación”. Simuladores de los que –conviene recordarlo– no tenemos ninguna prueba de quiénes son (¿alienígenas? ¿humanos del futuro? ¿se puede considerar que es una deidad?), con qué medios cuentan ni cuáles son sus intenciones.
Los científicos contrarios a la hipótesis de la simulación son legión aunque, en general, consideran la idea tan descabellada que pocas personas le han dedicado mucho tiempo a analizarla en serio. Entre los críticos con enjundia tenemos por ejemplo a Sean M. Carrol (cosmólogo), José Luis Crespo (físico), Paul Davies (físico), George F. R. Ellis (cosmólogo), Marcelo Gleiser (físico), Preston Green (filósofo), Robin Hanson (economista), Sabine Hossenfelder (física teórica), Lisa Randall (física teórica) o Frank Wilczek (físico teórico).
CONSIDERACIONES FINALES
La idea de que nuestra percepción de lo que es real es errónea tiene una larga tradición en la filosofía y la religión, si bien siempre ha sido minoritaria. En las últimas décadas, gracias a los avances de la computación y la influencia de obras de ciencia ficción, se ha extendido la idea de que nuestra “realidad” es una simulación por ordenador. Se trata de un curioso caso en el que la ciencia ficción influye a la ciencia y la filosofía, en lugar de tomar el camino inverso. Científicamente hablando, se trata de una posibilidad que no podemos descartar.
Resulta interesante que algunas propiedades de la mecánica cuántica apuntalan esta idea, si bien en estos momentos no pasan de ser meros indicios. Conviene señalar que la mecánica cuántica es una de las teorías científicas más discutidas de la historia y, a pesar de todos los esfuerzos de la propia comunidad científica por derribarla, los datos experimentales la corroboran con precisión exquisita. Otra cosa es la interpretación de dichos datos, la cual da lugar –desde nuestra lógica macroscópica– a todo tipo de absurdos. Pero la naturaleza no va a cambiar porque no nos guste y, de hecho, nuestro mundo no funcionaría sin mecánica cuántica.
No deja de ser sorprendente que algunos científicos, muchos de ellos acérrimos ateos y, por lo tanto, contrarios a la idea de una deidad creadora del Universo, se apunten a la idea de que nuestro Universo ha sido creado por una entidad superior de la que no tienen pruebas. Algunas ideas perduran en el tiempo…
En nuestro día a día conviene desacralizar la ciencia. No le recomendaría a ningún enamorado que piense en que no son más que reacciones químicas. No debe usted temer estrellarse contra el suelo aunque la silla en la que se asienta esté formada en un 99,999% por vacío. Con la hipótesis de la simulación es aún peor, pues cuestiona la propia naturaleza de la realidad, así que no conviene tomársela demasiado en serio a menos que usted desee frecuentar a su psicólogo. Incluso si fuera correcta ¿cambiaría en algo su vida?
En el plano más abstracto, hay buenos motivos para rechazar la hipótesis de la simulación y muy probablemente sea errónea, pero no deja de ser interesante que se propongan experimentos a partir de ella. Experimentos que pueden llevarnos a un mejor conocimiento de la mecánica cuántica. Bienvenidos sean.
Así pues, elija. ¿Tomará la pastilla azul o se decantará por la pastilla roja?
Un artículo de Pedro P. Enguita Sarvisé
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