Para mi madre
Tomó el bisturí y, con mano firme, lo hundió en el cuerpo desnudo del doctor, haciendo una profunda incisión en forma de Y a través del pecho y el abdomen. Como quien abre las solapas de una caja, hundió los dedos en el tajo y fue removiendo la piel y los pedazos de carne a ambos lados hasta crear un profundo boquete que dejaba al descubierto las entrañas del cadáver. La sangre manó roja, a borbotones, tiñendo las losetas del suelo hasta formar un manchón alrededor del cuerpo muerto del doctor. ¡Un espectáculo digno de observar!
Por un segundo pensó en la encargada de la limpieza del hospital, en el soberano esfuerzo que debería realizar para deshacer la mancha después de que la sangre se secara, y le dieron unas inaguantables ganas de reír.
Ella estuvo riendo cerca de media hora, con los hombros caídos y la cabeza gacha, hasta que le dolió el abdomen; y supo que ya se había regocijado lo suficiente. Fuera de la consulta, a través del espacio libre entre la parte inferior de la puerta y el suelo, vio desplazarse las blancas zapatillas de las enfermeras, que transitaban atareadas de un lado a otro del pasillo.
También escuchó las voces de los pacientes que aguardaban fuera por su turno, todos ajenos a la verdad, inconscientes de cuanto ocurría. Podría apostar a que nadie escuchó el temerario estertor que escapó de la garganta del médico en el último e inesperado momento. Si alguien abriera de repente la puerta, y echara un vistazo hacia adentro, de seguro no lo reconocería.
¿Qué dirían sus colegas de hallarlo ahí tendido en el suelo, como un trapo sucio, con el rostro cuidadosamente desfigurado? Los dientes quebrados de manera magistral por un martillo, los ojos azules arrancados de sus cuencas, rodando por el suelo como un par de canicas gemelas; el cráneo serruchado y separado de la cabeza como la tapa de una lata, con la pasta de los sesos totalmente al descubierto. Repito: ¡un espectáculo digno de observar!
Pero lo que más los hubiera alarmado sería su impecable, inmaculada y siempre perfecta bata blanca, ahora hecha una lástima, llena de arrugas e impregnada de suciedad… Sin embargo, eso no iba a suceder, y ella lo sabía: la puerta estaba bien cerrada con seguro por dentro, así que podía proseguir su labor sin sobresaltos.
Con el rostro sereno metió la mano en las entrañas del médico y, poco a poco, lo fue despojando de sus órganos. Primero fue el páncreas, luego el hígado, a continuación, le sacó los intestinos; después le reventó el bazo por pura malevolencia, para ver fluir los restos cuajados de sangre, y tuvo que meter la mano hasta el antebrazo para alcanzar los pulmones. Todo lo fue amontonando a su alrededor.
Lo último que extraería iba a ser el corazón, lo guardaría en una maleta y se lo llevaría para darlo de comer a su perro. “¡Pobre doctor! ¿Dónde están ahora tus humos de sabiduría, tu profesionalismo… tu porte?” —pensó triunfalmente, dispuesta a sacarle el músculo cardíaco, pero cuál no fue su sorpresa cuando, al deslizar la mano por el sitio en donde este debería estar, solo encontró un espacio vacío. Ella estaba segura de no haberlo tocado, reservándolo para el final; entonces, ¿qué sucedía?
Su semblante se turbó de pronto al escuchar un ‘’TIC… TAP… TEP…’’ ‘’ TIC… TAP… TEP…’’ desde algún lugar indefinido en el interior de la consulta. ¿Acaso alguien llamaba a la puerta? No, eso no podía ser, aquel sonido era demasiado extraño, y no parecía provenir de ningún lugar en concreto. Además, se producía a intervalos regulares, a veces largos o cortos, alternando entre toques intermitentes y rápidos, y otras veces, continuos, con cierta cadencia.
Pensó que él, de alguna incomprensible manera, había descubierto sus planes, por lo que escondió su corazón para que no pudiera llevárselo. El cuerpo permanecía ahí, despatarrado en el suelo, con las vísceras a la vista, pero ella sabía que algo no andaba bien.
Con frenetismo registró gavetas y revolvió cajones. Buscó en cada intrincado rincón o esquina, vació cajas y cestos; tiró los libros de las repisas para inspeccionar en los estantes y detrás de ellos. Después de un rato el cuarto había quedado en total desorden, y ella en medio del desastre, sudorosa por la agitación y con el pelo revuelto cubriéndole el rostro.
Nada encontró, no obstante, continuaba escuchando aquel molesto ‘’TIC… TAP… TEP…’’ ‘’ TIC… TAP… TEP…’’ cada vez más cerca, martillándole las sienes. Creyó distinguir una irónica sonrisa en los sanguinolentos labios del médico.
Código Morse… —se dijo de pronto—, estás tratando de decirme algo desde al otro lado, ¿eh?
Regresó donde el cadáver y sentándose en el suelo se acomodó a su lado. Tocando sobre las losas con los nudillos, comenzó a transmitir:
¡Bastardo! ¿Dónde está tu corazón?
Hubo una pausa. Luego, se escuchó de nuevo aquella secuencia envolvente de ‘’TICs… TAPs…y TEPs…’’
Lo tiene mi esposa. En una maleta que guarda celosamente en el armario.
La mujer golpeteó furiosa su próxima respuesta:
¡Mentira!
De nuevo ‘’TIC… TAP… TEP…’’ ‘’ TIC… TAP… TEP…’’
Está bien. Me descubriste. No lo tiene mi esposa. La respuesta es simple. No tengo corazón. La gente como yo tiene el pecho vacío.
Ella observó el cadáver descuartizado del doctor, pensativa. Reanudó la comunicación con este mensaje:
Es probable…
Dicho esto, agarró el bisturí para hacer una profunda incisión sobre su pecho, introducir la mano y extraer su músculo cardiaco de un tirón, que emergió entre estertores de sangre, con un rítmico golpeteo. La mujer terminó de desprenderse de la masa sanguinolenta y, con una sonrisa de satisfacción, se la arrojó al Doctor…o lo que quedaba de él. Se puso de pie y enfiló hacia la salida. No obstante, antes de marcharse, transmitió con los nudillos sobre la hoja de la puerta la siguiente frase:
Te regalo mi corazón, después de todo, desde que me mataste, ya no lo necesito.
Relato nominable al IV Premio Yunque Literario
Gretchen Kerr Anderson (Mayarí, 1998). Poeta y narradora. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz de Holguín. Ha obtenido Mención en narrativa infantil en el concurso provincial León de León con el minicuento “El gato de los ojos de oro” (Mayarí, 2014), Mención en narrativa en el mismo certamen con el cuento ‘’Cadáveres’’ (Mayarí, 2018) y Primer Premio en poesía con el poemario ‘’Retórica Negra’’ (Mayarí, 2018). Obtuvo primer lugar en el concurso literario de la Universidad de Holguín en las categorías narrativa y poesía (Holguín, 2018) y segundo lugar colateral en el concurso nacional de narrativa Cuentos Fríos (Cárdenas, 2018). Ganadora del certámen de publicación de la revista digital Novum de la UBIK-USB Universidad de Bolivia con el relato ´´La Hechicera´´ (2020).
Ha publicado el cuento ´´El enviado de Cotard ´´en la revista digital argentina Extrañas Noches Literatura Visceral (2017), ´´El noventa por ciento de todo es basura´´ (2021) en la revista digital argentina Ciencia Ficción Científica y en la antología anual de la misma titulada “Yo destruí la Tierra”, además del poemario “Enajenación” en el no.98 de la Revista Almiar (Margen Cero) de España (2018), y los sitios web Poematrix “Una lluvia de espejos rotos irá incendiando el universo» (2022), «Óleo de los catecúmenos (o Ensayo para una resurrección macabra)» (2022) «Et nigras» (2022), «Cantando a Odín entre tus brazos» (2022), «Gorgoneion con cuerpo de mujer» (2022), «Sombras demenciales (Esferas de la dimensión gótica)» (2023), «Ego sum qui sum (La vampiresa de ébano)» (2023), «El abrazo del misterio» (2023), «Gólgota de mis noches de insomnio» (2023) y en Poetalia “Retórica Negra» (2023) Ha publicado el relato “El Ojo de Freegh” en la antología “Caballería Mutante” (La falange naciente) de los antologadores Yoss (José Miguel Sánchez) y José Alejandro Cantallops (2023).
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