Todos los que han leído a Orwell (y muchos de los que no lo han hecho) saben que la guerra es el arma preferida del poder cuando este lo ejercen los malvados, pues permite restringir derechos, controlar recursos, reprimir cualquier forma de disidencia, servir como distracción para desviar la atención de problemas internos y preservar su autoridad. Y todos los que leemos literatura fantástica, sabemos que el primer deber de los héroes es luchar por la libertad y contra la tiranía, a veces cumpliendo con su destino, otras oponiéndose a él
El poder, la libertad y el destino siempre han sido elementos fundamentales del género que a menudo se han entrelazado de manera compleja, invitándonos a reflexionar sobre la naturaleza del ser humano y su capacidad para enfrentar los desafíos que el mundo le presenta. Pero, por suerte, la literatura fantástica no es siempre tolkeniana y veces se declara mestiza. Puede, por ejemplo, renunciar a la mitología nórdica y al mundo medieval, buscando inspiración en una decadente república romana. Puede preocuparse por la ecología y denunciar la extinción de especies tan valiosas como la nuestra. Puede identificar el mal con las maniobras de políticos taimados. Y, respecto al destino, puede sustituir antiguas profecías por complejos planes.
Si habéis leído la sinopsis, habréis pensado en Dune. No lo es, aunque resulte inevitable acordarse de la obra maestra de Frank Herbert, como también es inevitable (o para mí lo ha sido), pensar en Moby Dick y en 1984 (de ahí el arranque de la reseña). «¡Qué mezcla más extraña!», me diréis. Lo cierto es que La canción de Arena es una fascinante novela juvenil, de trama sencilla y ambientación elaborada, que abre las puertas a un universo único y muy potente. Una obra que, aunque para mi gusto habría necesitado algo más de épica en su desenlace, demuestra que no son necesarias setecientas páginas para contar una buena historia. El inicio, con un prólogo que el lector ha de tener siempre presente y un primer capítulo a bordo de un buque que surca un mar de arena buscando serpientes a las que dar caza, es magnífico. La prosa de David Mancera, fluida y envolvente, y la continua aparición de personajes mantienen la inercia y logran que sea prácticamente imposible abandonar la lectura hasta el final.
En el inhóspito escenario que plantea el autor gaditano, la ecología emerge como testigo silencioso de la interacción entre la humanidad y la naturaleza. Las serpientes de arena, moradoras ancestrales del vasto desierto, encarnan la fragilidad del equilibrio medioambiental, mientras los personajes se ven enfrentados a la encrucijada de preservar o explotar este frágil ecosistema, así como de decidir si enfrentarse o no a un gobierno que no conocen tan bien como creían.
¿Queréis viajar a un lugar asombroso donde la longitud se mide en varas y el tiempo en latidos? ¿Queréis surcar océanos de arena? En las páginas de esta novela se despliega un mundo vibrante y fascinante, donde cada línea traza el contorno de una reflexión más profunda sobre la ecología, el poder, la libertad y el destino. Pero si lo hacéis, tendréis que responder a una pregunta de difícil respuesta:
¿Hay asesinatos necesarios?
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