¡Qué extraordinario es el mundo de los sueños! Sería maravilloso poder transitar por ellos como un dios creador, eligiendo que deseos satisfacer y que estímulos procedentes del otro lado del espejo (la vigilia), utilizar. Si pudiésemos controlar ese universo infinito, tener un sueño lúcido disfrutando y decidiendo cada paso, nada sería imposible. Cualquier anhelo, cualquier aspiración o sentimiento reprimido podría aflorar sin consecuencias. El amor, el deseo, la ira… nada habría de refrenarse allí donde la lógica es diferente y cambiante.
La capacidad de identificar y controlar los estados oníricos es real, pero afortunadamente son muy pocos los elegidos que consiguen hacerlo porque, si pudiésemos desenvolvernos a nuestro antojo en un sitio así, ¿querríamos volver? Además, el tránsito entre ambos mundos pasa por un lugar, una “antesala de los sueños”, donde las normas y la lógica aplicable de los dos confluyen y se fusionan. Una zona confusa y delirante en la que, si pasásemos demasiado tiempo, se nos podría extraviar la cordura.
Sin embargo, puestos a imaginar, ¿Y si ese lugar al que vamos cuando abandonamos la vigilia (que no cuando dormimos), fuese una especie de dimensión en la que conectar con otros viajeros oníricos? ¿Y si allí pudiésemos incluso encontrarnos con exploradores de los sueños que ya hubiesen fallecido? Si todo esto fuese posible, los más poderosos podrían dirigir o utilizar a los menos avezados. Decidme, ¿un universo como ese se os antoja atractivo o aterrador?
Francisco Santos Muñoz Rico es un autor protervo. En Juego de sueños se divide a sí mismo en distintos personajes (tal vez esperando exorcizar su alma), y a cada uno le entrega una parte de sus más bajos instintos. Pero también algunas de sus virtudes. Les arrastra, les confunde y manipula, y ellos atrapan al lector sumergiéndole en otra realidad donde nada es descabellado.
La primera parte, la más inmersiva, se podría calificar de delirio psicodélico y bizarro. Es, con diferencia, la más impactante: su protagonista nos cuenta, en primera persona, como es desafiado por el hombre de los tatuajes a una partida cuyas reglas desconoce. La fuerza de sus personajes (sobre todo la del omnipresente abuelo), la sensación de vértigo al no definir con bastante frecuencia el estado por el que se está transitando, y una prosa que juega con estructuras repletas de vocablos rebuscados y términos intencionadamente vulgares, potencian un clímax febril por el que el lector ha de dejarse llevar sin tratar de imponer su lógica.
La segunda parte, narrada en tercera persona, arranca rompiendo el ritmo y la atmósfera de la anterior. Su protagonista, Gregorio S. (no es baladí el préstamo Kafkiano), nos coge de la mano para terminar con la sensación de errático y violento frenesí, para poner orden y estructurar las relaciones entre ambos mundos. En esta, mucho más contenida, ya no hay lugar para la improvisación, pero sí para la redención.
Juego de sueños no es una novela ordinaria. Se trata de un ejercicio literario sin complejos, cimentado en sensaciones físicas, imágenes impactantes (algunas desasosegantes), curiosas reflexiones acerca de gestos cotidianos, e incontables referencias culturales. El humor es omnipresente, como lo son la violencia y el sexo. Con ella, su autor nos habla de sí mismo y al hacerlo nos presta la llave para entrar en su mente. Si abrís esa puerta y le acompañáis, las líneas que separan lo que creéis real de lo que no, irán desapareciendo. Puede que os convirtáis en simples marionetas accionadas por él… o por quien desencadene sus actos. La partida será compleja y debéis saber que, al igual que en la vigilia, en el mundo de los sueños no todo tiene explicación. Lo único seguro es que os expondréis, con cada paso que deis, a que el hombre de los tatuajes os conduzca a la cordura. Pero solo si lanzáis los dados tendréis la opción de alzar vuestra hacha y gritar ¡Absolom!
¡Absolom!
Franky es un gran escritor. Y tú, Yunque, maravilloso, sacando lo mejor de cada uno.
Es un creador sorprendente. Seguiré muy atentamente su universo metaliterario. ¡Muchas gracias, Estela, por estar siempre ahí!
¡Este lo leo, seguro!. ¡Gracias!
Pues vas a descubrir a un autor diferente y auténtico. ¡Gracias a ti!