Ikiru significa vivir. Este hecho, el de estar vivos, es algo en cuyas implicaciones y esencia no reparamos. Lo tenemos tan asimilado como una “cosa natural”, que no nos detenemos a percibirlo realmente en nuestro cuerpo y nuestro espíritu.
Es necesario parar, respirar, escuchar, admirar la belleza que hay en cada lugar y cada momento. Y eso, dado el ruido que nos rodea y lo atareados que siempre estamos, no es frecuente. Tal vez solo quienes presienten que están al final del camino advierten lo imperativo de hacerlo, atormentándose después por no habérselo planteado antes.
Este breve poemario incide en la necesidad de reordenar lo importante y anteponerlo a lo urgente. Su título, prestado de la película rodada en 1952 por Akira Kurosawa, no puede ser más acertado: al igual que el señor Watanabe, debemos despertar y darle un sentido a nuestra existencia más pleno del que la anestesia de lo rutinario nos permite.
Pero la influencia oriental no queda ahí y se extiende por toda la obra. Los versos libres, minimalistas en algunos casos y con vocación de microrrelatos en otros, recuerdan a los Haikus sin seguir su estructura. Carolina Sarmiento se concentra en lo hermoso de las pequeñas cosas, en conectar consigo misma y con su entorno, en alejar lo artificial y sentir cerca lo natural generando un estado de calma y bienestar en quien se quiera dejar arrastrar por su mundo interior. Sin embargo, sería injusto no reconocer que este trabajo tiene dos autores, pues las brillantes ilustraciones de Carlos Rivaherrera potencian cada palabra y cada aforismo, obligando al lector a detenerse en ellas, a volver a las frases que lo inspiraron y a reflexionar.
Ikiru es una obra breve que se puede leer en pocos minutos, pero que debe ser paladeada lentamente. Un poemario estimulante al que recurrir en busca de momentos de serenidad e intimidad, para reconectar con la naturaleza o para observar lo cotidiano con otros ojos. En definitiva, para buscar la esencia frente a la apariencia.
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Gran reseña (y no es peloteo). Y gran reflexión. Ya leí Animales urticantes y sé de qué pie no cojea Carolina.
¡Muchas gracias! No tenía muy claro si podría reseñar esta obra, pero logré conectar. Carolina tenía fe en ello y no se equivocó. Estoy deseando leer su primera novela.