Ángel Vela es un irreductible de la creación. Incansable al teclear, despiadado al corregir, y exigente consigo mismo hasta niveles rayanos con la locura. Es capaz de esconder una broma delirante en el más cruel de los capítulos.
Desde este humilde blog no nos hacemos responsables de sus respuestas (ni tampoco de los daños psicológicos que estas puedan ocasionar a quienes las lean). De hecho, nosotros no queríamos entrevistarle, fue su alebrije el que nos obligó…
H – Has sido reseñador, has escrito relatos, has ganado concursos de cartas de amor (no voy a preguntar si las utilizaste para conquistar a Olga). ¿Escribir novelas fue siempre tu meta, o la consecuencia de todo el camino recorrido?
A – Antes de nada, agradecer que me libres de quedar mal y que me sorprendas. Nunca se usó de forma tan acertada la palabra «consecuencia» ni dije un «sí» tan rotundo.
Me gustaba leer y acabé escribiendo. Algo hubo de niño, más allá de las partidas del rol, letras de canciones y el guion de algún cortometraje. Empecé con lo que acabó siendo una novela larguísima que no terminé. Un error que sirvió para echar los dientes. Luego experimenté con historias cortas de varios géneros y alguna terminó en novela.
H – Tuviste un pasado muy activo en el fandom ¿Cambia tu percepción de lo que es el mundo de la literatura en España cuando eres escritor?
A – Contestar con un «no» iba a quedar frío, ¿verdad? Tuve muchas charlas con gente que publicaba antes de hacerlo yo y sabía dónde me metía. Lo único que cambió fue sufrirlo en mis carnes y tener la certeza de que el nivel de dificultad cambia bastante dependiendo de dónde seas.
H – ¿Con qué dificultades añadidas sientes que contáis los autores de fuera de ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia?
A – Intento ser breve, porque da para libro. Aquí no se suele apoyar a los autores que están empezando, hasta el punto que no sería raro que no los encontraras en librerías y tuvieras que encargar sus obras. Y cuando tienes apoyo, a lo mejor no sirve, porque los lectores igual no responden.
Mi primera presentación en Madrid fue mejor que cualquiera de aquí, y pasaría lo mismo en Barcelona o Valencia. Sitios donde encontré muchísimo apoyo de gente que ni me conoce en persona.
H – ¿No temes que la fama de tus tortillas de patata, o tu afición a hacerte fotos sin camiseta, eclipsen de algún modo tu faceta de escritor?
A – Es absurdo temer algo que es un hecho. Vi la luz con lo de las tortillas cuando Carmen Moreno (mi editora) me dijo que dejara de escribir y me ocupara del catering de la editorial. En cuanto a mis desnudos, usaba mis armas de hombre para vender. Probé con escotes, pero fue insuficiente y asumo que acabará en desnudo integral. Mis fans son insaciables. Una pena que la mayoría no lean.
H – Donde el perdón no llega es un thriller atípico. Crudo, salvaje en esencia sin recurrir a escenas de casquería, y con una sorpresa genial y fundamental para entender la trama. ¿Cómo se te ocurrió la idea? ¿Por qué lo ambientaste en México?
A – Fue una sucesión de ideas. La historia era algo orgánico que pedía ser alimentado. Pretendía ser un relato de 3000 palabras para un concurso temático, y acabo en unas 90000. Cosas que pasan. Culpo a los amigos de México y sus paseos virtuales por allí.
En cuanto a la ubicación, molaría decir que se me presentó en sueños un alebrije o Malinalxochitl, diosa de los insectos, pero fue casualidad. Al leer cierto dato cuando me documentaba todos los engranajes encajaron. ¿El Destino?
Puede ser…
H – ¿Es la venganza un virus contagioso?
A – Y destructivo como pocos. Saca lo peor de la gente y los lleva a extremos impensables. Eso sí, un recurso cojonudo para escribir historias.
H – ¿Alguna influencia a la hora de escribir esta obra?
A – Muchas, y no todas literarias. Quizás la más clara es la obra de Juan Rulfo, aunque me gusta pensar que hay algo de Blasco Ibáñez, de Miguel Delibes o de Hermann Hesse, por citar algunos. También de Bergman, Dreyer, Iñáritu, Luis Estrada, Robert Rodríguez o Tarantino.
H – Sin embargo, tu gran pasión es la cultura japonesa, en concreto la medieval. ¿No te habrías sentido más cómodo jugando con katanas en vez de con machetes?
A – Una de tantas. Soy un hombre muy apasionado (no le preguntes a Olga). Con katanas estoy jugando ahora. Una novela ambientada en el Japón feudal. La empecé antes que Donde el perdón no llega, pero tuve que aparcarla. Y empecé un relato que acabó en novela. Caótico pero infatigable.
H – A la hora de escribir, ¿mandas tú o mandan tus personajes?
A – No creo haber mandado nunca en ningún sitio, y en la escritura menos. Para mí todo empieza a funcionar cuando los personajes se rebelan. Señal de que están vivos.
H – ¿Entonces, eres algo así como un malvado demiurgo que disfruta conduciéndolos a situaciones límite?
A – Mola tanto esa imagen que ahora necesito un báculo y un casco con cuernos de carnero.
Lo fui para esta novela porque creo que lo pedía, y tuvo mucho de terapia. Bromeaba con que escribirla fue mi alternativa a bajar a la calle con el Wars ensamble en los cascos y dos machetes para acabar con el paro en España.
Se busca despertar emociones en el lector, y al lector le gusta sufrir, aunque no sé si tanto. Sí es verdad que huyo de lo cotidiano. No me interesan las historias en las que alguien quiere comprar dos kilos de pollo y al final los compra.
H – ¿Crees que el estado anímico del autor influye o debe influir en el tono de una novela?
A – Solo sé que a mi me influye mucho, y me dio qué pensar. Donde el perdón no llega es la primera novela con la que quedé satisfecho, y la escribí en la peor época de mi vida. Esperaba que no fuera necesario para las siguientes. Llevo mal lo de sufrir.
H – Dicen las malas lenguas que no temes “podar” continuamente lo escrito y eliminar en ocasiones capítulos enteros. ¿No sientes que se pierde algo bueno con ello?
A – Se pierde la cordura, pero siempre me pareció un lastre.
Coñas aparte. Todo autor pone especial interés en lo que más flaquea y tengo obsesión con que el texto fluya sin renunciar a una prosa cuidada. Ya podo hasta sobre la marcha. Y sí, estoy podando esta entrevista.
De todas formas, cuando se habla de capítulos, o similares, se deja reposar. Y están los lectores cero. A los que no les digo nada y evito que hablen entre ellos. Si también les parece que sobra, será porque es así y nadie echará de menos lo que no ha leído. Y luego está la poda de mis correctores, que saben de esto más que yo.
H – Te gusta sorprender con escenas descarnadas ¿Cómo sabes cuál es el límite de tolerancia de tus lectores? ¿Piensas en ellos al escribir?
A – No concibo escribir con topes ni limitaciones de ningún tipo, aunque tampoco entro en el juego de ser el loco más cabrón. Está historia requería esas escenas, pero no busco que sea un sello de identidad y puede que algún trabajo mío no tenga nada de eso. Cada historia pide lo que pide. Quizá no las escriba nunca, pero en el cajón hay ideas hasta para novelas románticas.
H – ¿Te queda alguna «espinita» clavada tras publicar tu novela?
A – Me alegra que me hagas esa pregunta. Alguna hubo, más allá de esperar la serie dirigida por Iñáritu y protagonizada por Joaquín Cosío. Al estar ambientada en México tenía especial interés en que llegara a los lectores de allí , y se está peleando.
H – No tienes prisa ni al escribir ni al publicar. ¿Es el hecho de crear lo que te motiva?
A – Como decimos por aquí: no tengo prisa ni nadie que me la meta (la prisa).
La prisa siempre es mala, y en este mundillo un paso en la dirección correcta suele pasar desapercibido, pero en la errónea puede ser catastrófico. Los lectores y algunos «compañeros» esperan la oportunidad para despellejarte, y es mejor no dar motivos. Una novela, sobre todo la primera, tiene mucho de carta de presentación y, una vez publicada, no hay excusas que valgan.
Disfruto desarrollando las historias que me vienen a la cabeza y compartiéndolas, incluso durante el proceso creativo, y tengo mucho de vampiro emocional. Me ayuda saber que hay gente a la que le interesa mi trabajo, sobre todo cuando llegan cuestas. Y hago lo posible porque la profesión sea lo menos solitaria posible. Soy de los que estaría encantado de escribir una novela a cuatro manos, pero asumo que el otro acabaría usando esas manos para estrangularme.
H – Sin embargo, te encanta interactuar con tus lectores.
A – En la mayoría de los casos y cuando realmente lo son. No falta quien siembra para recoger. Por si puede sacar algo o para ahorrarse el psicólogo. O el «bienqueda» que ni se molesta en sembrar. Gente que seguramente ni te leyó, pero te suelta cuatro piropos para que parezca que sí y le compres su libro o cualquier otra cosa. Por suerte, de esos hubo pocos y sí muchos lectores que a día de hoy cuento entre mis amigos.
H – ¿Eres más exigente como lector o como escritor?
A – Soy asqueroso en los dos aspectos, pero como escritor solo me daño a mi mismo y quizás a Silvia Barbeito, mi tutora literaria o «literatrix», como la llamo cariñosamente. Suele decirme que ella es perfeccionista y que lo mío es psicopatía.
H – ¿En qué momento te dijiste, “soy escritor”?
A – Tocó decirlo, pero con la boquita chica. Es un traje que me gusta, pero con el que no termino de sentirme cómodo. Adoro escribir y lo hago lo mejor que puedo, pero siento que me queda por aprender. Por suerte para mí, y para el que se anime a leerme, cuento con el apoyo de gente que sabe de esto más que yo.
H – ¿Cómo convencerías a alguien para que leyese tu libro?
A – Hice cosas horribles, hasta el punto de que una de mis editoras me dijo que iba a ir al infierno. Pero fue por el ansia viva de vender. Es genético, y en este caso la culpa es de mi madre. Por vender libros dejé que me acariciaran, me ofrecí a ir a casas a leerlo, lo recomendé como inversión (como el que compra oro) y ofrecí mi cuerpo, pero nadie lo quiso.
De todas formas mi prioridad siempre fue que la gente supiera lo que ofrezco. De poco sirve venderle el libro a alguien que no lo va a leer o no lo disfrutará; y está claro que no es para todos los públicos.
H – ¿Qué puedes decirnos de tu próxima novela?
A – Que me está quitando la vida y que tendré que llevarla al registro en un carrillo de mano.
Algo comento arriba. Novela ambientada en el Japón feudal con toque fantástico y que se escora al terror. Por el momento sigue expandiéndose y no sé en qué terminará. Se baraja la posibilidad de novela río o de varias novelas cortas.
H – Recomiéndanos un autor o autora. Sólo uno/a.
A – La más difícil, y me decido por Raelana Dsagan, autora de ‘Otro tiempo’. Una novela que disfruté mucho y que no terminó al acabar la historia. Fue inevitable pensar en una continuación y pedirle que la escribiera, y no porque no cierre bien. Una autora que tiene muchísimo que ofrecer y a la que debería irle infinitamente mejor. Quizás sea porque su prosa y sus historias, sin ser complejas, no son para lectores de encías sensibles. O simplemente porque nació en España y, rizando el rizo, en Andalucía. Aquí hay poco interés por la cultura y siempre se valorará más lo de fuera.
H – ¿Algún consejo para quien sueñe con convertirse en escritor/a?
A – Si sueña con convertirse en escritor, mal vamos. Si me hubieras preguntado por consejos para escribir, te habría dicho paciencia y no perder el norte; y soñar con ser escritor creo que es perderlo u olvidar lo importante.
Aunque suene tonto, lo primero creo que sería preguntarse porqué quiere ser escritor y si tiene claro lo que eso significa. Que habrá quien triunfe, pero lo normal es que ganes más recogiendo cartones.
Para mí es compartir historias y el resto es un añadido. Molaría vivir de esto, pero no es una meta ni me parece lógico que lo sea, porque es tan peregrino como que te toque la lotería.
En definitiva, en el 99% de los casos convertirse en escritor será tener dos trabajos e intentar que uno de ellos no te cueste el dinero.
Cada uno cuenta la película como la vive, y yo estoy lejísimos de ser lo que en el mundillo llaman «un elegido de los dioses».
H – ¿Envías tortillas por mensajería?
A – Será el final. Tienen más aceptación que los libros, que ocupan sitio, cogen polvo y no son comestibles.
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