Esta no es una novela para todo el mundo. Tal vez desde un punto de vista frívolo y superficial pueda considerarse como una especie de catálogo de crueldades o atrocidades, pero es cierto que no es una historia fácil de leer, ni en la forma ni en el fondo. Ha sido etiquetada de distopía porque nos habla de una futura guerra tan cruel que destruye una nación, Bolivia, aunque esa guerra imaginaria es una excusa que da libertad narrativa a Barrientos al no tener que ajustarse a marcos políticos o temporales ni tener que adecuar su trama, lo que pretende contar, a ningún factor externo. De esta manera despliega su visión de la violencia extrema como arma para sembrar el terror y así exponernos sus consecuencias sobre el territorio, los cuerpos de sus habitantes y sobre todo, sus almas.
Aunque narrada en primera persona, no es una novela al uso tampoco en su línea argumental. El inicio es impactante, en plena guerra, con dos hermanos (uno de ellos herido) que tratan de huir de un genocida. Ese arranque despiadado e hiperrealista nos prepara para la tónica general de la novela, pero pronto cambia de registro; tras sumergirnos en el dantesco ambiente bélico damos un salto temporal para presenciar los testimonios de supervivientes en la posguerra. Tal vez este tramo, coral como la historia de cualquier conflicto armado, sea el más triste del libro y pueda parecer desacorde a lo anterior, pero nos muestra unos personajes cuya psicología lamenta y a veces casi acepta todo lo sucedido como algo inevitable.
En la tercera parte asistimos a la verdadera historia, al lugar donde todas las piezas encajan y comprendemos como todo lo anterior ha sido necesario para entender que en casos así no siempre es posible enterrar el pasado, como la venganza puede ser inevitable y asumimos que el peso de la culpa, una culpa que puede llevar incluso a la locura, lo sienten en mayor grado las personas menos malvadas. Los monstruos tienen justificaciones, no conciencia.
La novela es corta, de las que se leen en una tarde. Una obra así no debe ser larga. No es necesario recrearse en atrocidades si el autor es suficientemente hábil a la hora de transmitirnos con eficiencia el estado de ánimo adecuado para empatizar con personajes cuyo mundo ha cambiado por completo y tratan de seguir adelante a pesar de las cicatrices. Barrientos tiene esa habilidad, sobre todo por el lenguaje directo, descarnado, a veces poético y lleno de argot que resulta acorde a la crudeza de lo descrito.
Sinceramente me ha gustado esta novela, pero no se la recomiendo a nadie que se sienta feliz.