“Amo la concupiscencia, mas no la concupiscencia con los hombres. Amo la concupiscencia con los perros”
Cuando una novela comienza con una frase así, cualquier lector avezado debe captar la advertencia de que no será una historia apta para estómagos sensibles ni para quien busque un entretenimiento ligero. Esta obra metaliteraria contiene escenas duras, incluso repulsivas y probablemente varias lecturas; mantiene a todos aquellos que se adentran en sus páginas en un estado de alerta permanente, elaborando teorías sobre lo que les están contando, intentando adaptar o traducir el texto a lo usual y lo ordinario sin éxito hasta que deben decidir entre abandonar o desprenderse de su concepto de “normalidad”, renunciar a la búsqueda de la lógica y dejarse arrastrar hasta un estado próximo al delirio para sintonizar y conectar con el protagonista. Sólo así, una vez terminado el libro, se podrá discernir entre lo que es real y lo que acontece en la imaginación de un hombre enfermo que huye de sí mismo o de su mala conciencia en un viaje autodestructivo.
Jesús, vive aislado de la civilización. En un antiguo granero y rodeado de perros, espera el momento de su “metamorfosis”. Después de abandonar su trabajo y a su familia rehúye cualquier contacto humano exceptuando el de Marcia, una prostituta amnésica del club de carretera ‘Diana’ a la que visita regularmente midiendo su humanidad. Sus necesidades materiales son cubiertas por Alguien, un empleado que le abastece semanalmente de víveres y eso es todo lo que necesita hasta que aparece Jan, un misterioso vecino que parece comprenderle y guardar también un oscuro secreto.
Nada en esta obra es casual. Cada dato, cada nombre, obedecen a un ciclo de auto-aniquilación. Cada situación, cada imprevisto son obstáculos que el personaje central debe analizar y justificar para afianzarse en su visión de la realidad. Para él, la música clásica (su gran pasión) siempre está presente y voluntariamente la evita; es algo que debe olvidar en su camino a convertirse en otro ser, uno que no recuerde quien fue ni a quien dejo atrás. Y los perros son el medio y el fin; acostumbrado a ellos por su pasado de cazador, les elige o le eligen ya que está convencido de que la mutación es contagiosa e inevitable en cualquier dirección. Tan sólo su parte aún humana recela de ellos, en especial de Satán, su líder, con el que se disputa el liderazgo de la manada y en el que ve su sustituto.
Lorenzo Ariza ha escrito una novela compleja y descarnada en la que exige del lector una transformación similar a la que vive su protagonista, replanteándose la realidad, el significado detrás de cada nombre, ignorando el sentimiento de culpa que parece flotar en el aire y decidiendo si el origen de todo es físico, psicológico, anímico o metafísico. Es un viaje largo y duro a pesar de las pocas páginas que la componen. Un viaje que nos aproxima a la auténtica naturaleza y la tragedia del Fauno, el Dios de la Brisa.