En el siglo XIX se multiplicaron las exploraciones científicas por todo el planeta. El espíritu de la ilustración, sumado a intereses políticos y económicos, impulsó a países como Inglaterra a financiar innumerables expediciones que pretendían cartografiar y estudiar territorios que podrían dar lugar a nuevas colonias o encontrar otras fuentes de riqueza. Así, numerosos buques de la Armada Británica que habían servido en las Guerras Napoleónicas tuvieron una segunda vida. Gracias a estos y a la mejora de los instrumentos de navegación, los corazones de los marineros que debían embarcarse hacia tierras ignotas se llenaron de optimismo y confianza.
Sin embargo, seguían siendo tiempos de ignorancia y superstición. Tiempos en los que la geografía guardaba secretos y en los que mitología e historia no tenían una línea divisoria totalmente definida. Mares y océanos se negaban a rendir sus secretos a unos hombres que, con frecuencia, creían ver monstruosas criaturas surgir de sus profundidades. Dioses y sirenas tenían aún cabida en sus aguas y cualquier tormenta o imprevisto podía desatar la locura.
A día de hoy no sabemos todo lo que las profundidades oceánicas esconden ¿Podemos asegurar con rotundidad que no albergan horrores? ¿Tan seguros estamos de que no existen los monstruos? ¿Lo habríamos estado si en 1848 nos hubiésemos embarcado en el H.M.S. Echidna rumbo a la Antártida?
Beatriz Alcaná es, a pesar de sus escasas publicaciones, una escritora curtida y solvente. De las pocas capaces de crear historias a partir de sus personajes. De perfilarlos con exactitud a través de sus actos y de convertirlos en nuestros ojos y oídos. Con muy poco (en este caso, sesenta páginas), puede regalarnos una odisea que recuerde a El terror, de Dan Simmons, para después hacernos navegar hacia el horror lovecraftiano más puro y llenar nuestras retinas de preternaturales seres de pesadilla.
La autora salmantina recupera el “género epistolar” de manera sobresaliente. A través de cartas y diarios nos va desvelando, capa a capa, insondables secretos tan antiguos como el planeta que habitamos. El lenguaje que emplea, culto, cuidado y acorde a los tiempos en los que se sitúa la acción, carece totalmente de ampulosidad, lo que confiere clase y ritmo a la narración. Y tanto la tensión dramática como el sentido de la maravilla con que impregna la obra, nos devuelven las sensaciones que descubrimos gracias a los grandes clásicos de aventuras. De hecho, este texto (ganador del V Premio de Novela Corta de la Casa de la Cultura “Marta Portal” de Nava) es un absoluto homenaje a la literatura de terror y misterio en general, y al horror cósmico en particular. Algo que cualquier lector avezado constatará al enumerar los nombres de la mayoría de los personajes.
No es nada fácil reavivar el espíritu de la Weird fiction un siglo después. Menos aún, crear una obra adictiva y emocionante que bien podría servir como prueba de acceso al Círculo Lovecraft. Echidna, en la mitología clásica, era una ninfa de hermoso rostro, torso humano y cuerpo de reptil. La madre de famosos seres monstruosos y crueles. Sólo si os embarcáis en esta aventura, descubriréis si invocar su nombre puede ser sinónimo de protección, o la peor de las premoniciones. ¿Sois supersticiosos?
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