“la violencia no es cosa de monstruos: es cosa de humanos”
La violencia es una droga que hace sentir poderosos a los más débiles. Estos suelen ejercerla contra “presas fáciles”, contra quienes no pueden devolver los golpes o contra quienes ni siquiera los ven venir. Algunos la emplean como vía de escape a sus frustraciones o a modo de revancha ante aquello a lo que no pudieron (o supieron) enfrentarse y esperando, puede que inconscientemente, sanar unas heridas que nunca cerrarán. Y no lo harán porque quienes optan por ese camino perdieron su humanidad. Son víctimas del dolor que solo saben provocar más dolor. Son monstruos, aunque no de la peor especie: también hay quienes abusan y dañan por placer, quienes disfrutan golpeando, destruyendo y profanando aquello que les parece hermoso o inocente. Quienes cruzan los límites del horror una y otra vez dejando a su paso muerte y dolor, oscuridad y sangre. Estos, los más peligrosos, se buscan y se reconocen entre sí. Se alían en las sombras disfrutando de crueldades propias y ajenas, formando un club privado, una nación secreta cuyo Rey se alimenta de sufrimiento.
En la mayoría de casos, los depredadores suelen ser hombres y las víctimas, mujeres. Todos son habitantes del mismo infierno, un lugar oscuro, frío y sin alma del que mana sangre. Algunos accedieron a consecuencia de sus actos y otros siempre pertenecieron a aquel averno. Pero ellas son prisioneras, cautivas hartas de sufrir que tratan desesperadamente de escapar. Tal vez solo necesiten algo de ayuda de quienes saben y callan. O puede que de los monstruos heridos, de aquellos que se convirtieron en lo que son cuando perdieron a una hija, a una hermana, o a una madre. Aunque es probable que no esperen ser salvadas, ni tampoco obtener venganza. Que lo que realmente ansíen es poder defenderse y protegerse a sí mismas. Lo único seguro es que las puertas de ese lugar turbio y abyecto solo pueden abrirse, tanto para entrar como para salir, con dolor.
Kocaj vive en constante lucha. Desea ser un buen policía, pero no consigue controlar sus estallidos de violencia. Hace ejercicio a diario en el mismo cuarto donde su madre se quitó la vida y se encarga de cuidar a su padre enfermo, el causante del suicidio. Es alemán, aunque los alemanes solo ven en él a un polaco. Necesita amor. Sin embargo, no sabe darlo.
Cuando le ordenan ayudar a Ritter, un veterano policía racista y violento, asume que las cosas no serán fáciles para él. Deben encontrar a una joven de 16 años que ha desaparecido de su habitación dejando, como única pista, un charco de sangre y un diente arrancado. A nadie parece importarle el nombre de la joven, es una de tantas. Tal vez por eso, no puede evitar involucrarse emocionalmente en la investigación y ver en su compañero todo aquello en lo que no quiere convertirse.
Dientes rojos en un impactante thriller sobrenatural cargado de oscuridad. Un claro exponente del terror que se escribe en este país o, al menos, del que sabe escribir Jesús Cañadas. Sus dos vertientes, la policiaca y la fantástica, están totalmente integradas. La primera, ambientada en un frío Berlín que no conoce el sol, tiene por protagonistas a dos hombres imperfectos que pueden, por momentos, repeler al lector. Sus perfiles psicológicos van quedando definidos según avanza la trama hasta el punto de hacer comprensibles, que no justificables, cada una de sus acciones. La segunda parte se centra en Rebecca, la propia desaparecida, que reivindica su papel como protagonista antes que como víctima. Y el argumento, exento de improvisación, consigue que las dos naturalezas de la historia se vayan fusionando lentamente hasta desembocar en un catártico y maravilloso final.
Esta novela, narrada en primera persona (aunque no siempre por la misma voz), es todo un alegato contra la tradición cinematográfica y literaria que encomienda a los personajes femeninos una única función: la de servir de excusa a los masculinos para que asuman el protagonismo. Logra atrapar a todo el que se adentra en ella y obliga a buscar respuestas; nadie puede evitar, pasadas unas páginas, preguntarse qué pasa por la cabeza de Kocaj, qué le ocurrió a Rebecca, si hay algo que une a quienes ejercen la violencia, o si se puede romper la cadena que convierte en maltratadores a quienes, de alguna forma, fueron víctimas.
¿Qué esconde Rebecca? ¿Es una santa o un demonio? ¿Podrá Ritter perdonarse a sí mismo? ¿Podrá Kocaj escapar a su destino? Adentraos en la oscura y fría noche de Berlín. Moveos entre Clubes industriales y albergues de refugiados, entre las clases altas y los más desfavorecidos. Buscad las palabras marcadas: las respuestas están a la vista de todos, aunque solo quienes hagan las 3 ofrendas podrán volver con ellas. El camino no será fácil, encontraréis mucho dolor a vuestro paso y comprobaréis que pocas cosas pueden ser tan terroríficas como dos mujeres rezándole a la virgen. Y, sobre todo, recordad que todo el sufrimiento que sintáis, presenciéis o provoquéis, tendrá su justa respuesta.
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