Esta novela es desgarradora e imprescindible. Todo el que la lea dejará algo de sí mismo en las calles de Kabul, amará y odiará a partes iguales la inocencia y la crueldad de los niños, y no sabrá si enfurecerse o llorar ante lo injusto y atroz de la guerra y del fanatismo religioso.
La historia comienza en la década de los setenta, en un Afganistán muy diferente del que devendría en muy poco tiempo. Amir, el narrador, nos cuenta como era su vida a los doce años de edad, cuando anhelaba el cariño de un padre que parecía despreciarle con sus actos más que con sus palabras y se refugiaba en su amistad con Hassan, un sirviente Hazara (la casta inferior). A través de sus ojos descubriremos un país que miraba con optimismo al resto del mundo pero que, anclado en su tradición, separaba y jerarquizaba a hombres y mujeres sometiendo irremediablemente a los Chiitas al servicio de los Sunitas.
En los primeros capítulos los sinsabores y las crueldades de la vida tienen su contrapeso en la amistad inquebrantable de los dos niños, enojándonos a veces con la crueldad y el egoísmo de Amir, compadeciéndonos también de él por momentos y adorando siempre la fidelidad y el valor de Hassan. Cuando llega la competición anual de cometas el protagonista sabe ver la oportunidad perfecta para ganarse la aprobación y el afecto paterno. Ese día todo cambiará para siempre de forma precipitada, abrupta y sin posibilidad de retorno.
Pero la obra no sólo habla de aquellos años; nos muestra la cruenta invasión soviética, la lucha desesperada por la supervivencia y el exilio de los más afortunados. Nos transmite la amargura de la adaptación a una nueva vida en otro país donde todos los hombres y mujeres han terminado por abandonar sus sueños pero no sus costumbres y se sumergen en la nostalgia como pago a la posibilidad de un futuro mejor para sus hijos. Sin embargo, la existencia de Amir incluso en los Estados Unidos es indisoluble de la situación de Afganistán y con la llegada de los talibanes al poder se encuentra con la oportunidad, pero también con la obligación moral de compensar sus pecados del pasado.
Khaled Hosseini teje el tapiz perfecto en el que un hilo invisible sujeta y condiciona la vida de todos los afganos, dentro y fuera del país, a los acontecimientos que hundieron a su pueblo y su nación. Estamos ante una obra sobre la fortaleza y la debilidad, el perdón y la redención, la culpa y la inocencia. Es imposible leer este libro sin sentir un nudo permanente en el estómago que no se alivia en ningún momento y sin embargo, al cerrar sus páginas, los sentimientos preponderantes que despierta son amor y ternura.