Axel había soñado desde su nacimiento con ser el protagonista de una gran historia de amor. Junto a sus miles de hermanos, formaba parte de una de las leyendas más antiguas y hermosas que acompañaban la existencia de la humanidad.
Era uno de esos hilos rojos del destino, invisible a los ojos de los mortales, pero poderoso e irrompible ante la fe de los que en él creían.
Las había visto de todos los colores y de todo tipo, romances increíbles, cuentos románticos y otros más difíciles, enlaces mágicos y de película, incluso alguno de sus hermanos se había tenido que estirar miles de kilómetros para que la distancia no rompiese aquellas uniones que el destino había escogido. A pesar de las adversidades que pudiesen encontrar aquellas parejas en sus vidas, si estaban conectadas por cualquiera de ellos, nunca dejarían de amarse.
El guardián y protector de aquella leyenda era Egan, el abuelo de la luna. Creador de gran parte de la existencia y, sin embargo, con la humildad y nobleza como estandartes. Ataviado con ropas de fraile, de mediana estatura pero con unas manos enormes. Su cabello plateado anunciaba la sabiduría que habitaba en el corazón de aquel anciano personaje. También era quien decidía las almas que quedarían conectadas para siempre. Cada sábado, de madrugada, bajaba a la aldea para anunciar su decisión y llevarse al hilo escogido para la conexión de dos nuevos corazones.
La semana había transcurrido más lenta de lo habitual. A medida que se acercaba el gran día sentía cómo la inquietud y los nervios se apoderaban de él. El último sábado había despertado con la esperanza de que sería elegido, pero no fue así.
Llevaba preparándose desde la infancia y ya estaba listo. Se sentía fuerte, maduro y con la resistencia necesaria para afrontar su cometido.
El tono anaranjado del amanecer anunciaba la cercanía de la primavera. El invierno se estaba haciendo largo, por el frío y por la ausencia de la noticia que tanto ansiaba. Pero ese día venía con un buen augurio, había nacido al calor de un fuego dorado y arropado por los brazos del sol.
Egan llegó puntual a la aldea y como cada sábado los hilos lo esperaban, radiantes, en la explanada que se extendía desde el comienzo del pueblo hasta los primeros arbustos del bosque. El ritual era sencillo, primero les hablaba del compromiso que iban a adquirir, de lo reconfortante que era su trabajo, pero también de la responsabilidad que ello conllevaba. «Una unión para siempre», aquella era la frase que repetía una y otra vez, sobre todo «siempre», la palabra sagrada y el mantra con el que deberían vivir el resto de sus vidas. Después de la charla comenzaba a sonar una dulce melodía y una niebla aturquesada cubría todo el valle. Por muchas veces que hubiese vivido aquel instante, Axel se seguía preguntando quién fabricaba todo aquel algodón teñido de azul y de dónde salía aquella música. Después de eso, había llegado el momento. De entre las nubes del cielo improvisado que los cubría, aparecería el abuelo de la luna para escoger al elegido de ese día. Luego se lo llevaría para presentarle a quienes pasarían a formar, junto a él, parte de la leyenda.
Axel sentía que su pequeño corazón de filamento iba a explotar. El tiempo parecía haberse detenido, sin embargo, sus latidos galopaban por su cuerpo como si de un hipódromo se tratase. De repente, la niebla se separó justo encima de él, una de las manos de Egan se acercó cogiéndolo con suavidad y acostándolo en la palma de la otra. ¡Por fin!, esta vez sí, le había tocado a él.
Estaba tan entusiasmado que tardó en darse cuenta de que el anciano no lo llevaba por el camino habitual. En el instante en que la elección estaba hecha, la niebla se disipaba y el resto podía ver cómo se alejaba con el hilo escogido. Dos sauces llorones anunciaban el principio del camino por el que, la mayoría de las veces, los habían visto partir. Solo en muy contadas ocasiones se marchaba en otra dirección, pero en esos casos, ninguno de ellos sabía a dónde se dirigía.
Acostado en la palma de aquella mano, Axel tenía la sensación de estar dando un paseo por las nubes, hasta el cielo parecía haberse cubierto de pétalos rosados. De repente, entendió que aquellos colores no eran fruto de la emoción que sentía, eran reales. Estaban caminando entre los cerezos situados en la parte oriental y más alejada del bosque. Una de las imágenes más bellas que desde la aldea se podía observar era la del sol que bañaba con sus primeros rayos de luz aquella arboleda de color. El pequeño hilo rojo había madrugado muchos días para disfrutarla. Y ahora estaba allí, embriagado por los colores y el aroma que desprendían. Pero aquel no era el camino habitual.
—¿Dónde vamos? —preguntó Axel.
—Eres afortunado, chico —le contestó Egan—. Vas a formar parte de una de las historias de amor más nobles que existen —añadió.
Los cerezos habían quedado atrás y un poco más adelante, el sendero terminaba en un pequeño estanque de agua cristalina. Al acercarse a la orilla, el color azul desapareció dando paso a una transparencia total. Aquel charco era una ventana por donde observar el mundo y a sus habitantes. Egan le invitó a asomarse señalándole un punto concreto. Una mujer trabajaba en el jardín de su casa, rodeada de múltiples colores y escondida bajo un sombrero de paja. Aunque no podía verla bien, estaba claro que era una señora mayor. Junto a la puerta de la casa, un niño dormía plácidamente en una pequeña cama.
—Ahí tienes tu misión. Esos son los corazones que vas a unir para siempre.
—Pero señor, esa mujer es muy vieja y el niño un recién nacido, ¿Qué tipo de relación puede haber entre ellos? —preguntó Axel con tono decepcionado—. Llevo toda mi vida esperando una gran historia de amor, romántica, llena de momentos especiales y recuerdos inolvidables. ¿Qué magia puede existir entre esas dos personas? ¿Dónde encontraré los instantes de romanticismo? —añadió.
—¡Viejos son los muebles, no las personas! —le corrigió el anciano visiblemente molesto por el comentario de Axel—. El amor que esa abuela siente por su nieto es el más puro e inquebrantable que la humanidad haya conocido jamás y él, a medida que vaya creciendo, va a desarrollar el mismo sentimiento por ella. Con el paso del tiempo entenderás esto que te explico. Cuando seas adulto y hayas alcanzado la madurez necesaria te darás cuenta de que has formado parte de la esencia más bella y verdadera que mueve al universo. Esa historia, a la que te vas a unir, es la mayor historia de amor de todos los tiempos.
Después de aquellas palabras, el anciano desapareció llevándose con él el estanque y su agua, el camino, los cerezos y todo lo que les rodeaba.
Axel despertó sin tener muy claro si todo aquello que acababa de vivir formaba parte de la realidad o acababa de soñarlo; de pronto, comenzó a sentir cómo algo o alguien tiraba de su parte inferior, mientras en su otro extremo, lo hacían en la dirección opuesta. ¿Qué o quién intentaba hacer de él dos pedazos? Era el pulgar de aquel pequeño que, sin dejar de dormir, se había dado la vuelta en su cuna. Al otro lado del hilo estaba su abuela, que seguía con su trabajo entre las flores.
Una sensación de paz, armonía y felicidad se apoderó de él. Afianzó bien las uniones a los dos pulgares y se dispuso a vivir su historia de amor.
Relato nominable al II Premio Yunque Literario
Salvador Guerrero López
Escritor desde que tiene uso de razón pero sin haberse podido dedicar a ello, es ahora, pasados los cincuenta años, cuando Salvador empieza a plasmar en historias escritas todos sus pequeños sueños y deseos.
Salvador Guerrero López (@salvadorguerrero387) • Fotos y videos de Instagram
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Me ha gustado mucho. He ido con la historia…
¡Enhorabuena, Salvador !