Es fácil admirar a un hombre por sus hechos, por la huella indeleble que deje en la historia o por su legado. Nos enamora la épica de los combates desesperados, aquellos que, aunque acaben con la vida del personaje, nos hagan desear ser él. Sin embargo, es difícil detenerse y apreciar a quien no hace ruido, a quien no deja nada y cuya vida puede interpretarse como insulsa u ordinaria. Tal vez, ese ser discreto pueda representar todo un ejemplo de lucha (contra sí mismo o contra los demás), de honestidad y de pasión; alguien capaz de enfrentarse a su entorno laboral por defender los ideales de su vocación (en este caso la enseñanza), y de no defender sus propios deseos o necesidades por no dañar a su familia, aun siendo consciente de su error. Stoner es ese hombre.
Sin embargo, el causante de que el lector se sumerja en esta narración hipnótica y sea incapaz de soltarla, de que se enoje con su protagonista o se compadezca de él, de que odie a quien le dañó y ame a quien le dio su cariño o su amistad, es John Williams. Este autor, con una prosa sobria, elegante, efectiva, y unas descripciones físicas casi casuales que apuntalan la personalidad de cada personaje, logra transmitir una historia que es vivida en primera persona y, después de despertar muchos sentimientos encontrados, obliga a hacer balance sobre lo fútil de nuestra existencia, y a asumir en paz la derrota que acompaña siempre a la muerte. Una paz alcanzada gracias un último tercio de la novela cuya emotividad es difícil de igualar.
El texto comienza cuando el protagonista ya ha muerto y un narrador omnisciente advierte que leeremos sobre alguien sin importancia. Sin embargo, en muy pocas líneas nos atrapará un granjero que, sin proponérselo, llegó a la universidad donde descubrió su amor por la literatura. A partir de ahí, siguiendo los pasos que casi todo el mundo sigue, decide casarse, tener una casa y conformarse con su carrera académica sin necesidad de medrar. Crea un entorno que a otros podría parecerles anodino u opresivo pasados unos años, pero que para él es necesario a fin de poder sumirse en su mundo interior y vivir su pasión por las letras. Pero que nadie se lleve a error, Stoner no es un hombre frío; tarde o temprano otro amor hará que ruja, que todo tiemble, que se lamente y que desee haber hecho las cosas de otra forma.
Esta historia tan magníficamente construida no deja indiferente a nadie, y obliga a cuestionarse la importancia de las cosas. Nos enfrenta a la complejidad de las relaciones humanas tanto laborales como sentimentales y nos recuerda que los seres infelices generan infelicidad, y que ni siquiera aquellos que se dedican a enseñar, a formar personas, están libres de rencillas y crueles venganzas. Pero también, que siempre hay alguien al lado dispuesto a apoyarte y que algunos amores merecen ser vividos, lleguen cuando lleguen.
¿Aún crees que la vida de un hombre ordinario, no puede ser inspiradora?
Maravillosa reseña, enhorabuena por tu trabajo. Este libro lo reseñó un compañero cuando yo dirigía La Biblioteca Imaginaria. Me alegra ver que después de tantos años siga emocionando a sus lectores.
No tengo ninguna duda de que es un libro que recordaré siempre. Me perdí la Biblioteca Imaginaria, pero nos queda la Orilla de las Letras.