La verdad tiende a ser subjetiva. Todos tenemos la nuestra. La que creemos y defendemos, aunque sea radicalmente opuesta a la de los demás. De lo que solemos carecer es de oportunidades para exponerla, para aclarar nuestras razones sin interrupciones y sintiendo que somos escuchados.
Cuando son posibles, este tipo de discursos o, mejor dicho, confesiones, suponen un arma de doble filo. Pueden servir para aliviar conciencias, pero también para justificar lo injustificable. Además, ante una audiencia lo suficientemente atenta, cualquiera podría sentir que es el centro del universo y “venderse” más como lo que quisiera ser, que como lo que realmente es.
Antes de la llegada de internet y las redes sociales, existían unos lugares donde esto ocurría con frecuencia: algunos bares en los que, alentados por la sensación de intimidad que conceden la noche y el alcohol, los últimos clientes se desahogaban mientras el camarero guardaba silencio como un comprensivo sacerdote que no necesitaba imponer penitencias.
Tal vez, para las personas que conocieron estos templos no sacramentales, el primer paso hacia la otra vida debería ser un sitio así. Al menos, para quienes muriesen de forma violenta y con una conciencia necesitada de aliviar su carga antes de proseguir el viaje.
Iván Albarracín ha jugado a ser Dios. Ha creado un lugar donde las almas atormentadas puedan sentarse a escuchar lo que los demás tengan que contar y, llegado el momento, pedir su cerveza favorita (sea cual sea), pinchar en la gramola las canciones que marcaron su vida, y relatar su propia historia. Porque la música es importante: siempre nos ha acompañado y algunos temas se han asociado irremediablemente a momentos clave de nuestras vidas.
Un segundo en el infinito es un adictivo Fix-Up de relatos interrelacionados, la mayoría oscuros y violentos, pero no exentos de interesantes reflexiones e inesperadas perlas de humor. Casi todas las historias que contiene (duras, impactantes y de gran potencia visual), giran en torno al sexo y la venganza, pulsiones estas que se muestran como síntoma o consecuencia de las peores bajezas humanas. Abusos sexuales, violencia de género, avaricia, acoso escolar, tráfico de personas, trata de blancas… cada personaje cuenta su historia (su visión al menos), sin esconder nada, ni su sufrimiento como víctimas, ni su crueldad como verdugos.
La novela no es perfecta. El peculiar arranque genera dudas, la prosa de Albarracín no es excesivamente cuidada, y algunos diálogos se convierten en monólogos enormemente filosóficos. Sin embargo, los relatos que contiene son absorbentes, el lenguaje empleado (directo y descarnado), le viene perfecto al tono general de la narración, y las cuestiones que a veces parecen no cuadrar demasiado (como el hecho de que todos los personajes hayan vivido o fallecido en Barcelona), al final se resuelven satisfactoriamente. Además, la obra es un magnífico homenaje a la música, explicando la historia de cada canción mencionada e incluyendo un código QR para que el lector pueda escucharlas mimetizándose con los protagonistas. Pero también a la literatura, nombrando obras de Jeremy Robert Johnson, China Miéville, Chuck Palahniuk/David Fincher, o el mismísimo Dante Alighieri, sin tratar de ocultar sus influencias.
Sed valientes y entrad a este bar. Joaquín os servirá la cerveza que elijáis. Las tiene todas. Tendréis que escuchar en silencio, sin juzgar, y comprenderéis que casi nadie puede ser definido como bueno o malo. Todo son causas y consecuencias. Las mejores intenciones pueden terminar ocasionando grandes males, y algunos de los seres más abyectos pueden encontrar el camino a la redención. Es posible que en este antro tan pasado de moda, y rodeados de hombres y mujeres que han vivido en el lado oscuro de la sociedad, encontréis vuestra mejor oportunidad para confesaros y hacer balance. Tan solo debéis ser respetuosos y tener mucho cuidado al elegir vuestra canción, pues os lo advierto, a la trituradora de almas no le gusta el reggaetón.
Muchas gracias, amigos de Hefesto. Se nota la dedicación y el cariño que desprende vuestra reseña y lo que habéis disfrutado al hacerla.
Cuando una novela tiene su propia banda sonora, la música te llega a través de todos los sentidos y en "Un segundo en el infinito", Iván Albarracín consigue que los personajes y las canciones de estas historias se ganen un hueco en nuestra memoria.
Totalmente de acuerdo. Los relatos que componen esta novela son adictivos e intensos. Pero además, escuchar cada canción en el momento indicado por el autor, ayuda a meterse en la piel de cada personaje.
Por cierto, Joseba, en este humilde blog encontrarás la reseña de Muerte en Blanco. Hace años, cuando aún no escribía sobre libros, te descubrí con Paciente 101. Algún día releeré esa novela para intentar contarle al mundo lo que se están perdiendo.
Un abrazo!