Ante la mirada de un niño, el mundo puede ser un lugar extraño y misterioso. Incluso frío y hostil cuando unos padres ausentes no le hacen sentir querido y seguro. Hay una edad en la que cualquier ruido extraño parece provenir de seres malignos y monstruosos, de criaturas cuya existencia queda fuera de toda duda (aunque nadie las haya visto), y que resultan casi tan aterradoras como los cambios de humor de una hermana mayor adolescente. En ese periodo de la infancia las preguntas se suceden interminablemente, y la llegada de un nuevo bebé puede ser considerada como un lastre a la hora de buscar respuestas. Si en esa etapa, además, el mundo empieza a derrumbarse, la necesidad de saber puede convertirse en una cuestión de supervivencia.
Pulga vive en una gran casa junto a su hermana Polly y la Tata Warburough, su cuidadora. Tiene prohibido salir de la “guardería” (la zona infantil de la mansión), excepto para teletransportarse a la escuela, pues los Siniestros les acechan desde la oscuridad de las otras habitaciones. No comprende porqué sus padres nunca les han visitado y ansía que llegue el día en que vengan a buscarle. Cuando trata de acostumbrarse a los enormes cuernos que le están saliendo a Polly, y a la agresividad que ella demuestra como consecuencia de los periodos de celo, todo empieza a ir mal: Darcy (la niña de la que está enamorado), deja de asistir a clase, el dispensador de comida comienza a fallar, y para colmo, la Tata parece no recordar cosas triviales. Por si fuera poco, cuando intenta asimilar y reaccionar a tantos cambios, llega Sanguijuela, una pequeña larva que resulta ser su nuevo hermano y de la que debe hacerse cargo. Ya ni la voz de su madre imaginaria puede consolarle, y eso que ignora que pronto tendrá que abandonar todo lo que conoce para encontrar a sus progenitores. Y con ellos las respuestas a todo lo que no comprende.
La novela arranca en torno a una idea que, en manos de la mayoría de escritores, sería desarrollada como un mero retrato de infancia y adolescencia centrado en los anhelos, rebeldías, temores e impulsos propios de esas edades. Pero Carlton Mellick III (el rey del Bizarro), va mucho más allá; da vueltas, sobredimensiona y reinventa la temática, logrando crear una historia tan estimulante como sorprendente, rebosante de ternura e imaginación, y repleta de sorpresas que dan paso a nuevas preguntas.
Pero La casa de arenas movedizas no es un simple juego, ni una metáfora evidente. Incluso hace dudar sobre el género al que pertenece (la ciencia ficción), hasta bien avanzada la trama. Su amenidad, el misterio que implica cada nuevo dato al que llegamos a través de la mirada de Pulga, y la desesperada búsqueda de unos padres de cuya existencia el lector puede dudar, camuflan la rotundidad de un argumento con distintas capas de lectura.
Abrid la puerta de la gran casa y acompañad a Polly, Pulga y Sanguijuela. Aunque os resulte desolador pensar en lo perdidos que pueden estar unos niños sin alguien que les guíe, os prometo que disfrutaréis de una aventura sorprendente cargada de ternura. Y cuando lleguéis a la última página, tendréis más claro que nunca que la calidad humana no tiene nada que ver con el aspecto exterior, que el sacrificio que exige criar y cuidar a los más pequeños, por más que nos chupen la sangre, es algo intrínseco a nuestra especie (el día que no sintamos esa necesidad seremos otra cosa), y que la lucha por la supervivencia implica la búsqueda de la propia identidad. Tal vez la novela os haga plantearos cuestiones como qué es ser madre y hasta qué punto es determinante el factor biológico, o si nuestros sentimientos están condicionados por nuestro “modelo reproductivo”. Pero lo que seguro que recordaréis, tras un emotivo final, es que siempre hay que seguir adelante. Incluso cuando tu mundo se cae en pedazos.