H – ¿Conocemos realmente a nuestros hijos? ¿Son tan diferentes de como éramos nosotros? ¿Qué ha cambiado?
CP – Conocemos el rostro que tienen cuando están en casa, que no es el mismo que muestran con sus amigos. También nosotros teníamos dos caras cuando éramos adolescentes, no nos comportábamos de la misma forma con nuestros padres que con nuestros amigos. No creo que los adolescentes de hoy sean sustancialmente distintos a los de ayer. Lo que ha cambiado es la sociedad. Hoy las familias que apenas ponen límites a sus hijos. Hay una tolerancia excesiva y una ausencia de control parental en el ocio de los niños.
Carmen Martínez Pineda posee una de las prosas más hermosas y elegantes de este país. Su capacidad para crear personajes creíbles y complejos es asombrosa. Su estilo, único.
Honesta, consecuente con sus ideas y con su concepción de la literatura, ha publicado varias obras de las que dejan huella y ante las que es imposible mostrar indiferencia. Barro en los ojos, centrada en el mundo adolescente, no es una excepción. Si queréis saber más, seguid leyendo:
H – Barro en los ojos es, si no me equivoco, tu primera novela negra. Y, sin embargo, te has alejado totalmente de las estructuras habituales del género ¿Por qué decidiste poner todo el foco en la víctima y su entorno?
CP – Yo creo que El aval ya es una novela negra, diferente, híbrida, pero en su esencia tiene elementos que exploran lo criminal. En Barro en los ojos doy un paso más y me adentro de lleno en una trama propia de la novela negra. Sin embargo, como bien indicas, he querido alejarme de la estructura convencional porque me apetecía indagar en el mundo interior de los personajes que rodearon a la víctima, precisamente para mostrar ese universo juvenil, sus relaciones, sus acciones, los condicionantes que los llevan a comportarse como lo hacen, sus vínculos afectivos. La perspectiva tradicional anulaba esa posibilidad que, a mí, me interesaba mucho más.
H – Los inspectores de policía son casi invisibles. ¿No te preocupa que esto cause rechazo en los amantes del género, tan acostumbrados a los detectives atormentados y peculiares?
CP – No veo por qué. Al contrario. Como tú apuntas, la novela policíaca convencional siempre presenta al mismo personaje con distintos nombres, un policía típico, un cliché. Algunos lectores buscamos personajes de una psicología profunda, poliédricos, controvertidos, que rezumen vida. En mi novela los detectives son personajes totalmente secundarios, pero sus interrogatorios son fundamentales para que la trama avance. Por medio de estos vamos conociendo a Alicia, la víctima, y también a su círculo de amigos, profesores, familiares. Todos ellos son interrogados por la policía y esto me ha permitido un interesante juego dialéctico entre lo que los personajes dicen y lo que silencian, pero piensan. El flujo de conciencia de los personajes es el verdadero hilo conductor del relato y por medio de sus pensamientos, mediante la evocación, vamos conociendo, con meras pinceladas, aspectos decisivos de sus vidas.
H – Desde luego, nadie te puede acusar de haber incursionado en la novela negra para arañar ventas. Esta obra posee una carga de denuncia social tan fuerte que a mi me cuesta etiquetarla. ¿Puedes hacerlo tú?
CP – Yo creo que la denuncia social es consustancial a la novela negra. Raymond Chandler la definió como la novela del mundo profesional del crimen. En todas sus variantes, el género noir explora los aspectos más sórdidos del ser humano y de la sociedad, y esto desemboca en una crítica inevitable. Cosa distinta es la novela policíaca. En esta el investigador se enfrenta a un crimen individual, que finalmente resuelve, para tranquilidad del lector. La crítica social aquí se invalida porque la desviación de la rectitud moral y de la legalidad recibe su justo castigo.
H – Nos sumerges de lleno en la crueldad del mundo adolescente. No eres la primera en hacerlo; El señor de las moscas, por ejemplo, es todo un referente, y los que vivimos los noventa nunca olvidaremos Historias del Kronen. Pero con esta novela, tan terrible y actual, consigues que nos estremezcamos aún más ante el continuo bombardeo de noticias relacionadas con acoso, asesinatos o violaciones entre menores ¿Era ese tu objetivo? ¿De dónde surgió la necesidad de escribir esta historia?
CP – Yo trabajo con menores. Soy profesora de Secundaria. Los veo a diario y quizá por esa inmersión en el mundo adolescente tengo muy vívido y cercano el recuerdo de cómo éramos nosotros a esa edad. Los adolescentes no han alcanzado aún la madurez psicológica de un adulto. Experimentan todo tipo de inseguridades, sienten la necesidad de pertenecer a un grupo, de ser aceptados, tienen miedo al rechazo y a la soledad. De esto se ocupa la novela. En ella podemos ver cómo todas las decisiones erróneas, incluso crueles, de los personajes tienen una explicación, que no una justificación. Yo he querido crear una novela que refleje esta realidad sin juicios morales, que explique determinadas conductas, no para justificar acciones deplorables, sino para entender qué subyace en determinados comportamientos que para nosotros, como adultos, son completamente incomprensibles.
H – Los padres tienden a pensar que el universo de sus hijos gira en torno a su hogar. Pero tú nos haces ver que su mundo tiene otro eje sobre el que girar: el instituto como epicentro de sus relaciones sociales ¿Cuál crees que pesa más en su desarrollo ético y emocional?
CP – Como docente y como madre quiero pensar que una sólida formación en valores en el seno del hogar es determinante para forjar la personalidad futura del niño. Lógicamente, ellos cambian cuando están en el instituto, con compañeros y amigos, no hablan de la misma forma ni se comportan del mismo modo, pero eso no significa que vayan a cometer actos contrarios a su ética y a su moral. Las convicciones morales, el sentido de la justicia, se inculca en el niño desde que este tiene uso de razón, es una labor que debemos realizar los progenitores.
Y si lo hacemos bien, tengo la seguridad de que el adolescente va a actuar conforme a la educación recibida. El problema de nuestros jóvenes, a mi juicio, es que muchas familias han olvidado esta labor o la han relegado exclusivamente a la escuela. Los niños y adolescentes pasan todo el día pegados al móvil y al ordenador, viendo contenidos que deberían estarles vetados a ciertas edades, sin el menor control parental y no están psicológicamente preparados para acceder a esos contenidos, no son capaces de distinguir los límites porque nadie se los ha marcado.
H – ¿Y los profesores? ¿Cómo es su día a día inmersos o, al menos, salpicados por el mundo de los adolescentes? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad?
CP – Compartimos con ellos unas horas, interactuamos con ellos, pero nos movemos por dos universos separados que apenas se cruzan y se tocan. Nuestra obligación es transmitirles unos conocimientos en determinadas materias y una formación humana, claro está, pero no podemos asumir la responsabilidad que ha de recaer sobre las familias. La escuela, el instituto, educa en contenidos y en valores, pero no forja la personalidad del adolescente. Son las familias, como he comentado antes, las que deben inculcar en sus hijos la moral y la ética necesarias para hacer de ellos adultos responsables, leales y honestos.
H – Tu prosa es realmente hermosa. Eres capaz de describir escenas terriblemente duras sin generar repulsión en el lector. Pero si echamos un vistazo a toda tu obra, sobre todo a El aval, Hijos del pecado y Barro en los ojos, es evidente que no le ahorras sufrimiento a tus personajes. ¿Es ese el secreto para que resulten tan creíbles? ¿Qué opinas de las obras que tienen a sus protagonistas al servicio de la trama y no al revés?
CP – Para mí la novela es el personaje. Es este el que construye la trama, no al revés. Porque una novela con muchos acontecimientos sin personajes plenamente definidos, controvertidos, poliédricos, de una psicología profunda, nace muerta. Es un cúmulo de historias sin alma, son cosas que pasan pero que nadie vive. La verosimilitud de la novela depende, a mi juicio, de la credibilidad del personaje. Y para conocerlo, y creérnoslo, tenemos que penetrar en su psique, tenemos que vivir con él el tumulto de sentimientos y emociones, pero también sus contradicciones, sus miedos e inquietudes. Esto está muy presente en la novela, que se construye mediante la sucesión de monólogos interiores. La contradicción entre los actos y los pensamientos, entre lo que los personajes verbalizan y lo que realmente piensan, también les confiere sensación de verdad porque en la vida real todos ocultamos cosas, tenemos secretos, mentimos para no admitir ante los demás nuestros propios errores o no exteriorizamos todos nuestros sentimientos para no sentirnos expuestos.
H – Volviendo a Barro en los ojos: te apoyas en la subjetividad de los personajes para contar una historia coral con muchas aristas ¿Crees o temes que los lectores, a partir de esa subjetividad que también nos condiciona, lleguemos a juicios o conclusiones opuestas a tu visión y tu experiencia como docente?
CP – En absoluto. Una novela debe favorecer diferentes interpretaciones. Yo he procurado incluso que haya varias capas de lectura. Hay lectores, me consta, que solo se han quedado con la trama policial y criminal y está bien, pero para aquel que quiera profundizar más la novela depara múltiples interpretaciones.
H – Huyes del maniqueísmo. Acosados y acosadores, agredidos y agresores, víctimas y culpables, son parte de un mismo juego ¿Qué es lo que determina que un adolescente se convierta en una cosa o la otra?
CP – La presión del grupo es fundamental por esa inseguridad propia del adolescente cuyo carácter aún no está plenamente formado. Muchas veces un acosado, un chico o chica que ha sentido el rechazo, las mofas, las burlas de sus compañeros, suele acabar adoptando el rol de acosador. Es un mecanismo de defensa, nace de la necesidad de ser aceptado, de pertenecer a un grupo. Esto se refleja en la novela. Por eso es difícil rechazar de plano a unos u otros personajes. Podemos entender las razones de sus actos, el motor que los mueve, aunque éticamente sus actos nos parezcan inadmisibles.
H – ¿Son, los protagonistas de esta novela, conscientes de la gravedad de sus actos?
Si no lo son, y teniendo en cuenta el dolor de las víctimas, ¿Deben ser castigados?
CP – Algunos de ellos no lo son. Otros van adquiriendo conciencia a medida que avanza el relato, porque los personajes cambian, evolucionan, no tienen pensamientos ni sentimientos inmutables, como, por otra parte, es indispensable para conferir sensación de verdad al personaje y a sus vivencias. Respecto a la segunda cuestión que planteas, creo que la ausencia de conciencia sobre la gravedad de los actos no invalida el castigo. El desconocimiento de la ley no exime de culpa.
H – Siguiendo con esta cuestión tan peliaguda, y sin esperar que tú nos des una solución definitiva a un tema tan controvertido, ¿Es justo un sistema que elimina las penas o las mide con otra vara cuando se trata de delitos cometidos por menores de edad? ¿Puede una condena severa hacer que un niño entienda mejor el error que ha cometido o, por el contrario, le haría sentir que ese mundo, el de los condenados, es el suyo?
CP – Es una cuestión controvertida, como bien dices. Es evidente que un adolescente aún no ha alcanzado la madurez psicológica necesaria para comprender la gravedad de los actos que han cometido, pero el crimen sí debe tener una consecuencia legal. No sé si la actual ley del menor es suficientemente enérgica. La reeducación del menor ha de ser el espíritu que guíe la ley del menor, eso es evidente, no podemos condenarlos con la misma severidad con que se juzga a un adulto, pero internar por dos, tres, cuatro años, a lo sumo, en un centro especial a adolescentes que han cometido actos atroces no parece la solución. Tendríamos que buscar un equilibrio entre lo punitivo y lo educativo. A mi juicio, la actual ley es demasiado laxa.
H – Afortunadamente, la mayoría de los adolescentes no viven experiencias tan extremas y traumáticas como los personajes de tu novela ¿Cuál es la clave para que no caigan en esa espiral?
CP – La educación en valores en la familia, el control parental, la imposición de límites en el hogar y en el instituto. No podemos permitir que ellos impongan sus reglas. Necesitan autoridad, acatar unas normas. Hoy hablar de disciplina se interpreta como un signo de autoritarismo, pero si no establecemos normas los adolescentes crecen sin control. No podemos permitir que sean ellos quienes impongan las reglas. Nos corresponde a los adultos marcarles límites.
H – No puedo resistirme a hacerte una pregunta que me hago a mí mismo desde que leí Barro en los ojos. Y que quede claro que no supone ningún spoiler. Es, simplemente otra cuestión para la que no encuentro respuesta: ¿Si unos padres encubriesen el crimen cometido por su hijo, le estarían dando una segunda oportunidad?
CP – Cuestión delicada donde las haya. Yo creo que no. Porque encubrir el crimen supone transmitir al adolescente el mensaje de que su acción no es tan grave. Si el adolescente no recibe castigo, puede colegir que su crimen es tolerable.
H – Gracias, Carmen. Esta entrevista me ha resultado tan interesantes como tu novela. ¿Qué nos puedes contar de tu próximo trabajo literario?
CP – Prefiero no hablar de este tema porque llevo varios años inmersa en un proyecto de novela que, por su complejidad en todos los niveles, me está suponiendo un reto enorme y no estoy segura de que llegue a buen puerto y mucho menos de que encuentre salida editorial. Tal vez la termine, pero no la publique. O incluso puede que me canse de escribir.
H – Ahora vienen dos cuestiones que ya te planteé en la entrevista anterior. Tengo curiosidad por saber si las respuestas han cambiado con el paso del tiempo:
¿Tienes algún consejo para quien quiera convertirse en escritor?
CP – No creo que ser escritor sea algo que pueda planificarse. Es una necesidad, forma parte de ti, aunque a veces te empeñes en no serlo. Porque escribir, o más bien dar salida editorial a lo que escribes, no es fácil y si eres exigente, como es mi caso, a veces pesa más la auto crítica que el placer de la escritura. De modo que mi consejo es que no escriba buscando una rentabilidad de ningún tipo, ni reconocimiento, ni dinero, ni satisfacer su ego, porque es difícil que esta llegue. Es muy probable que pase completamente desapercibido en un mercado editorial colmado de novedades.
H – Recomiéndanos un/a autor/a. Sólo uno.
CP – No me pidas fidelidad absoluta a un autor, por favor. Si tengo que recomendar una obra, El Quijote, porque en ella está el germen de toda la novela posterior. Si se trata de recomendar a un autor por toda su obra, Gabriel García Márquez, por su potencial narrativo, y García Lorca, como poeta. Espero haber sido fiel, al menos, a mis convicciones y que las respuestas no hayan variado sustancialmente.
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