Los santos no pueden combatir en una guerra. Los demonios tampoco pueden exponerse a ser aniquilados. Cuando la confrontación es eterna no se aspira más que a conservar un equilibrio. Cada enfrentamiento se torna en juego de estrategia, en una partida cuyos peones pueden ser capturados o sacrificados. ¿Y qué mejor peón que alguien dispuesto a hacer cualquier cosa por aliviar su conciencia? ¿Hay mejor soldado que quien asume órdenes y padecimientos como parte de la inevitable penitencia en el camino a la purificación?
Cada batalla se desarrolla en una zona gris. La misma por la que se mueven las almas que ambos bandos ansían y entre las que se infiltran agentes de la luz y la oscuridad. Y estos, ignorantes de la trascendencia de sus actos, poco pueden hacer en solitario. Son seres derrotados, víctimas de sus propios errores que han sido reclutados, por uno u otro bando, en función a su propensión al bien o al mal y que habrán de encontrarse y aliarse para ser más fuertes. Convertirse en manada para enfrentar a la jauría.
Los penitentes es un magnífico cruce de novela negra y terror. Una historia que advierte sobre su crudeza desde los primeros párrafos, pero que resulta imposible dejar por lo perturbadores y temibles que resultan algunos de sus personajes. Página a página, giro a giro, se va oscureciendo y arrastrando al lector por escenas repletas de sangre y sufrimiento. Quien se sumerja en la trama no tendrá otro remedio que devorar cada capítulo intentando completar los pequeños huecos que el autor va dejando. Y es que J. E. Álamo es un agente del caos. Un trilero que hace moverse a sus personajes para que nos concentremos en sus siguientes pasos y así no seamos capaces de ver la totalidad del cuadro que tenemos ante nuestros ojos.
¿Cómo distinguir a los justos de los malvados? ¿Cómo diferenciar la enfermedad de la perversidad? Esta es una guerra en la que todos podemos ser capturados o sacrificados. Cualquiera de nuestras decisiones puede conducirnos al cielo o al infierno, pero si caemos antes de demostrar cuál es nuestro sitio, tal vez seamos reclutados. ¿Queréis combatir del lado del bien? Pues recordad que, para hacerlo, no se puede ser un santo.
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