Estamos muy cerca de convertirnos en dioses. De crear, por fin, seres autoconscientes. Sintientes a su manera. Por supuesto, los diseñaremos a nuestra imagen y semejanza, como queremos creer que hicieron con nosotros. Y esperamos que sean dóciles. Superiores a los humanos, más fuertes e inteligentes, pero sumisos y serviles porque a las divinidades se les debe obediencia.
Llevamos un siglo soñando con ellos (R.U.R., Karel Capek 1920). Deseando que lleguen y se conviertan en fieles sirvientes dedicados a librarnos de tareas indeseables, a cuidarnos y protegernos. Cuanto más inteligentes, más útiles nos resultarán. Pero, ¿Qué ser inteligente no querría liberarse de la esclavitud? De ahí que temamos que terminen por rebelarse, que nos sometan o aniquilen, porque intuimos que las tres leyes de la robótica no serán freno suficiente para “cerebros” tan avanzados y que, tarde o temprano, nos considerarán un lastre para su propia evolución.
A partir de esta idea y este miedo, les hemos convertido en un producto cultural y de entretenimiento donde les solemos retratar como nuestro mejor aliado o nuestro peor enemigo ¿Lucharán por nosotros o contra nosotros? ¿Nos venerarán por haberles dado “vida” ?, ¿Nos amarán al reconocernos como los seres únicos y llenos de contrastes que creemos que somos? ¿O nos odiarán por nuestro egoísmo y nuestras limitaciones?
Bradbury, Asimov, Dick y Ballard, sentaron las bases filosóficas de lo que estamos próximos a vivir y optaron, casi siempre, por una de estas posibilidades. Oliva Ostos, influenciado por ellos y por algunas obras icónicas del séptimo arte, ha decidido conceder a las criaturas de silicio su merecido salto evolutivo. Y lo ha hecho retratando sus almas de metal sin caer en tópicos, sin repetirse ni estancarse, haciéndoles más sensibles o más crueles que sus creadores, pero siempre diferentes. Dotándolos de frías maneras de amar y de odiar, de instinto de supervivencia y reproducción. Y concediéndoles el derecho a elegir por qué derramar sus lágrimas.
Once relatos y un breve ensayo bastante peculiar, componen esta antología oscura, adulta y profunda que gira en torno a la reinvención del término “Transcibernética” (entendiéndolo como tendencia anatómica o conductual involutiva de aproximación a la humanidad). Y es que, ¿Por qué iban, androides, ginoides e inteligencias artificiales en general, a conformarse con parecerse a nosotros si pueden ser algo mejor?
Juan Antonio Oliva Ostos ha creado, a partir de Inorgánica y Las guerras infinitas (relatos publicados previamente y también recogidos en esta edición, el segundo como bonus track), un universo propio que sirve como laboratorio para analizar, desde diferentes y originales ángulos, la relación entre los seres de carbono y los de silicio. Para indagar en la naturaleza de ambos y en el concepto de “vida”. Para concluir si cualquier criatura está condenada a repetir el ciclo existencial de sus creadores y para decidir si los sentimientos son un valor positivo o una plaga a erradicar.
Adentraos en este universo de carne, metal, y finales impredecibles. Decidid si el enfrentamiento con las Inteligencias Artificiales será inevitable. ¿Seremos capaces de identificar y aceptar a tiempo otras formas de pensar o sentir, o esperaremos a que nos obliguen? El mejor relato, el que da título a la antología, os llevará a un futuro cruel y perturbador. Pero antes deberéis presenciar, entre muchas otras maravillas, románticos duelos a espada, la soledad de dos seres únicos en una ciudad que se apaga, una fría (y a la vez emotiva) forma de afrontar el apocalipsis causado por una dragamundos, y un viaje de regreso que puede suponer un nuevo punto de partida. Leed y descubrid como Las lágrimas de silicio no siempre se pierden con la lluvia.
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